miércoles, 20 de diciembre de 2006


Torbellino
lleno
de curvas
a veces
se estanca
y uno se pregunta
cosas
algunas
cosas determinantes
como
por ejemplo
quién soy
dónde estoy
y todo eso.
Pero
entonces
esa calada del cigarro
sorbo de ron
a ver qué canción
suena ahora
levantarse para
ver
que la vida
no es
más
que un pedacito
de indiscriminación
de tenacidad
disfrazada
la vida no es
más que algo de esto
esto que siento
nuevo y viejo
aquí y ahora
parapetos
del sabor
de la nostalgia olvidada
ya sabéis
perder el tiempo
un rato
intuir
que el cielo va a caerse
machacando nuestros pies
que hay que tener
las dos manos libres
para levantarle la falda
todos quietos ahora
por un segundo
milimétrico
el ruido de tu noche
cada noche
los párpados quemados
ceniza por doquier
y ningún lamento
luchar un poco
por la ausencia
que también hay que luchar
por la ausencia
que de presencias
vamos servidos

inestabilizados
nos aguantamos el alma

lunes, 18 de diciembre de 2006


(Casi va a hacer un año, y últimamente recuerdo con insistencia estos días. La soledad deliciosa y obligada que me trajo la ciudad.)

París, 2 de enero de 2006
Cimetière Montparnasse

(Sentada encima de una tumba, comía queso, salchichón y pan. Una parejita de argentinos o bolivianos o mitad y mitad, se acercó y tuve que dejarles el lugar y luego hacerles una foto. No sonrieron en ningún momento y volvieron a marcharse.)

Aquí dan ganas de prometer cosas. Dan ganas de aferrarse a la vida, de no escapar de esta disciplina, de ahuyentar a las nubes.
Es como si no estuviese sola. Como si fuese doble.
Un guante en mi mano izquierda y el sol vuelve a taparse.
Casi le prometo no volver a copiarle, pero de qué me sirve.

No siento el amor en este cementerio, siento la pluralidad.
Las calles que se acercan y me encienden de luces la cara.
Aquí, de repente, no sé cuántos años tengo, ni a cuántos seres he amado, ni qué debo hacer en esta vida más que escribir, y andar. Cruzar los puentes de piedra. Oír el murmullo turbulento del Sena.

Tumbas excesivamente limpias, y excesivamente solas. Un señor habla con su muerta, cada tres pasos se da la vuelta, mira el cemento, se persigna. Debe de estar loco. Loco de sí mismo. Adorable.

Qué cosas extrañas hace la gente en los cementerios. Oler el perfume dulzón de las flores mojadas, que van pudriéndose poco a poco (o quizá no, aquí la descomposición adquiere la velocidad del rayo, o de los aviones). Es un olor raro. Pero el color de los pétalos sobrevive, y todo está un poco mojado, con una humedad fría y verdosa, excesivamente abultada. Flores que se están muriendo y aguantan su belleza de forma macabra.

Qué cosas extrañas.

(Foto de Alessandra Sanguinetti)

viernes, 15 de diciembre de 2006


Quiero
esta mesa junto al cristal,
un lugar que se parezca a éste,
gente que pulula y a veces
aúlla,
el amor de los mastodontes,
un amigo al otro lado,
la vida de las islas, enfermiza,
poder llorar al borde,
al borde tener que llorar
porque reencuentras
el sonido de lo único que estuvo:
a punto de nacer
cuando naciste,
a punto de vivir
cuando viviste,
a punto de morir
el día que mueras.


(Lanzarote, junio de 2006)

lunes, 11 de diciembre de 2006


Perder el tiempo no es mirar embobado
el cielo azul de las diez de la mañana.
No es hacerse el remolón en la cama,
decidirse por una leche con miel.

Perder el tiempo no es no tenerlo claro,
o cambiar el taxi por el autobús.
Subir la cuesta del parque del Oeste.

Perder el tiempo no es no saber adónde ir
ni adónde mirar.
Dejar el trabajo para más tarde.
Cancelar las citas del día.
Todas (hasta las verdaderamente importantes).
Dejar que pasen las horas de la mañana
fumando hachís entre medias y frío.

Perder el tiempo no es acercarse a un cuerpo extraño
con todas las dudas colgándote del pelo,
arriesgándote a no sentir,
a no percibir.
Tomar la parte por el todo,
y no querer huir, que ya es tanto.
Recolectar colillas a las tres de la mañana,
oler los gatos en las escaleras.
Una rendición falsa, un aplazamiento.

En la cabeza otro nombre
a punto de salirse por la boca;
mirar de reojo, por si acaso estuviera.
Y sin embargo sentir,
sentir la calma.
A ratos mucha calma.
Las manos ásperas,
los labios blandos.

Hay algo en esta vida que me gusta.

Perder el tiempo no es pararse a mirar a través de los cristales.
Perder el tiempo es otra cosa.
Es estar muerto, en orden.


(Foto Bea Moreno)

martes, 5 de diciembre de 2006


A veces amanece
y la ciudad se ha ido.

Las farolas con sus pasos
desgarbados,
el ruido torpe
del puente de hierro.

No quedan gaviotas en el mar.
Un milenio agotado.

Después, los gritos de los
niños escapando,
el alborozo de todas
las faldas al vuelo.

Hay un paso de cebra
dibujado en mi colchón,
la sombra de un atropello
entre mis sábanas.

domingo, 3 de diciembre de 2006


Sé que tropezaré,
invariablemente,
y robándote un grito contenido
daré de bruces contra el sol naciente
que me guardas al fondo del lavabo.



(Foto Bea Moreno)