Estábamos algunos en un bar de la calle Espíritu Santo, en una especie de encuentro improvisado. Alguien estaba un poco borracho y otro alguien (yo) tenía ganas de estarlo. Casi todos fumaban constantemente y un par de ellos (nosotros) nos moríamos por encender un cigarro. Pero lo demás era perfecto, breve, efímero y espontáneo, con esa sensación de no saber de qué hablar, porque hace tiempo que, y porque pronto ya, y porque da lo mismo.
Roberto sacó algo de su bolsa, era un regalo para mí que había traído de Granada. Dos libros: una delicatessen, Apuntes sobre el arte de escribir novelas, de Juan Valera, publicado en 1934. Aún tiene los pliegos sin cortar. Y otro, la revista Litoral, concretamente el número de "Poesía norteamericana contemporánea", publicado en 1992. Qué revista fantástica. Pinturas de Andrew Wyeth, Tom Wesselman, Warhol, Jasper Johnes, Pollock, Gorky, Estes... Y una selección de textos de veinte poetas (Cummings, Lowell, Ferlinghetti, Sexton, Ginsberg, Wilbur, Plath... y más) traducidos por Ana Jordá y Charles Matz.
No es este un tiempo mío de leer mucho. Pero agarrar estos libros por el lomo, abrirlos, saltar de un sitio a otro, me recuerda que el tiempo llegará (siempre yéndose, ¡siempre!, hasta que aprenda a encarcelarlo).
Hoy subo (no sé por qué) la imagen de una mantis que vivía en mi antiguo jardín. En el parterre del porche. ¡La vi crecer! ¿Qué tiene ella de poeta norteamericano? Apenas la mirada, y es falsa. Pero un depredador nunca viene mal.
Como no sé qué texto elegir, abro al azar.
Todo el mundo sabe que
en la costa de Chile donde vivía Neruda
las gaviotas roban a menudo
las cartas de los buzones
que les gustaría investigar
por varias razones
¿Enumero las razones?
Son bastante obvias
aun teniendo en cuenta el silencio de los pájaros sobre el tema
(excepto cuando lo comentan
a gritos
entre ellos)
En primer lugar
roban las cartas porque
intuyen que el Canto General
de las palabras de cada uno de nosotros
escondidas en aquellas cartas
debe sin lugar a dudas contener las llaves
del propio corazón de la humanidad
que los mismos pájaros
nunca consiguieron comprender
(teniendo en cuenta que en efecto dudan
de que exista en realidad
corazón en los humanos)
Y luego estos pájaros tienen otra sensación
que su propio canto general
puede de algún modo enriquecerse
por estos raros gritos de los humanos
(Qué extraña majadera idea
que nuestras risitas consigan iluminarlos)
Pero cuando se llevaron
las propias cartas de Neruda
de su buzón de Isla Negra
en realidad se las llevaron para recuperar
su propio Canto General
que él había reunido en un principio
de ellas
con su omnívora y estática
arrolladora visión
Pero ahora que Neruda ha muerto
no se escriben cartas parecidas
y no tienen más remedio que cantar una vez más de oído
la gran canción aguda
en el corazón de nuestra sangre y silencio
Cuernavaca, 26 octubre, 1975
Lawrence Ferlinghetti
(la composición de los versos en el papel no es exactamente así, advierto)