Lo reconozco: por mañanas como la de hoy vivo en esta ciudad,
todavía. Aunque todo el rato por dentro la máquina me pide que me vaya. Por
mañanas como la de hoy vivo en esta ciudad. Por mis amigos. Por sus bibliotecas.
Porque entrar en Malasaña es llamar escribir un mensaje tocar al portero y ya
bajo y desayuno y perro blanco que nos espera fuera en la esquina al sol y
atropelladamente hablamos de las renuncias del fin de semana pero luego subir a
su casa (la más acogedora de este lado del mundo) y fumar un cigarro, por qué
no, y a la mesa de la cocina, allí mismo, ni mil terapias conseguirían descifrar lo que unas pocas páginas al azar. Se nos van amontonando los libros. Los que
ya estaban y los que ella va trayendo del salón. Yo leo en voz alta fragmentos
y por dentro siento cada piedra ajustándose a su mezcla de adobe a su dulzura
porque hay algo que me une a las personas de forma esencial: hay personas con
las que puedo leer en voz alta y personas con las que no; ella, es evidente, es
una de las que sí. Eso la hace imprescindible. Esta mañana, mi vida (vida es
algo demasiado general, más bien sería organismo, más bien estructura, más bien
plancton) actual se ha visto asombrosamente definida por tres fragmentos de
tres libros acariciados así, de golpe, desde el desconocimiento. Lectura adivina
solo unas pocas líneas al azar premonición de tinta negra, radiografía o
espejismo. Los tres libros que estos días viven en su cocina, los que en su casa se
leen: Un hombre: Klaus Klump, de Gonçalo
M. Tavares, Un viaje a la India, del
mismo autor, y Seguro que esta historia
te suena, de Karmelo C. Iribarren. Los párrafos o los versos no los repito
por demasiado reveladores. Y luego su Huidobro, y mi antiguo Umbral, y el
recuerdo lejano de tener diecisiete años debajo de cada línea subrayada. Se nos
ha hecho tarde, me he despedido, el bolso cargado de lecturas nuevas; en el
metro, Pablo Neruda en Ceylán, Confieso
que he vivido. Es, amiga mía, inhabitual
por completo tanta luz en un solo pedacito de mañana. En el fondo, los libros,
como tantas otras veces el tequila, son lo de menos.