jueves, 28 de agosto de 2008

Alga y herrumbre, tierra contaminada por el olor de un cuerpo desaparecido,
toda la ausencia que trae el aire enfebrecido, puerca materia.
Sólo el batir de una gaviota en celo, y ni siquiera.
No se oye más que la tumba antigua de las mareas,
y pica el cielo de tan ancho, y no hay remedio bajo el sol,
y sin embargo.


Correría ahora, ojos cerrados, agua cayéndome por el labio,
correría ahora, y que mis piernas, huesos mutantes y ajados,
te atravesaran,
yo que te voy necesitando.

Alga remota. Verde pellejo que acercan las olas,
promesa de limpia putrefacción.
Aquí abriría de par en par toda la sangre, musgo que hierve,
tan escondido en el corazón.
Madre medusa. Tiembla el veneno bajo el calor y me alcanza el cuerpo,
quiero tu miedo, tu lengua rota y tu rebelión.
Tierna alburraca. Roza mis manos y en este estío dame lo eléctrico, la juventud.
Allá a lo lejos, a lo imposible, vive una tribu donde estás tú.
Soy una ausencia, un rostro sólo para crear, murmullo cósmico.
Y sin embargo.

Aquí el calor cubre mi muerte y ya no muero. Alga roída por los marinos, ancha aguamala, brillo y espuma. No puedo más. Lo quiero todo.

El Rompido, principios de agosto 2008

lunes, 25 de agosto de 2008

Empecemos por estar mojados, dispuestos a secarnos a golpe de viento (sal surcando la célula).
Que no baste con creerse los rumores: dicen por ahí que he regresado de Huelva (llanura de arena y pinos). Lo dice la puerta abierta de mi casa, pero no puede ser. Mis manos huelen a sardinas asadas, a la piel de mis abuelas, a la playa cuando se acaba la marea, a un volante hirviendo que me recorre la costa, llamadas desde Suiza, los amigos, las familias, la música, la nada: el verano. El limonero está inmenso, tiene flores blancas a los pies. Dama de noche.
Un paisaje mortal en mi retina: el puente que entra en Isla Cristina, a la derecha, barcos, barcos, barcos. Barcos de pesca dormidos en el muelle, agua con plata.
Verano horizontal, de nervio y de caminos.
Ahora otra vida.
Otra vez los libros.
Ciudad que emerge bajo estos montes.
Literatura.
Abran las páginas: que queden algas en las comisuras.

viernes, 1 de agosto de 2008

Resumen de jardín

Las ciruelas aún están verdes y las fresas han muerto. Las reses escondidas en los montes y nadie pasta esta hierba seca del verano. Estoy leyendo cosas emocionantes, a pesar del cansancio. Me siguen pesando: la familia, las horas en el tren, el letargo de la noche donde se pierden las estrellas. Me sigue pesando el mundo adormecido (por no quebrarlo, por no acabarlo), pero tu distancia es un faro, y extraño, pero cierto, relativiza los días y las madrugadas.


Observo el movimiento de las abejas y demás maquinarias infinitas: son helicópteros perfectos, se mantienen zumbando en posición, durante segundos, hasta que salen disparadas. Blanca Varela decía que Dios es un pingüino y el hombre es un pingüino y yo ya me he olvidado de esos no mamíferos brillantes.

Anaïs y su delirio de éxtasis en perpetuo análisis. Tener eso y abandonarlo (no fue nadie, es la vida, que no aguanta la lujuria).

Pasarán años hasta constatar que no se quiere vivir aprisionado en el dolor.

E imagino que el dolor que tú podrías provocarme sería un ruido de tambor seco viniendo desde la lejanía, la señal de humo indígena que constata que todo es susceptible de acabarse.

Dormir sola y leer, triturar zanahorias, el cine mudo que es uno mismo cotidiano, encontrar un lugar para el lápiz que subraya ese libro viejo. Levantar la cabeza y ahí, al fondo de este cielo, un gigante de piedra que me espera, con hierba y lo futuro.



Desde aquí veo una nube que es un soplo desteñido.

Toco mis globos oculares y los noto excesivamente duros: puedo empezar a preguntarme por todo el rosario de misterios oscuros que me llevarán al sufrimiento: qué imbéciles los cuerpos con su reloj degenerativo.

Otro reloj convicto ruge mis días ahora, fuera del azote y la perversión. Faulkner Santuario, Puig Boquitas pintadas, Woolf Las olas, La invitada de Beauvoir. La casa levantada y recogida, poblándose de arañas al menor descuido.

Oh, mierda, un avión sesgó la nube soplo desvaído. La partió en dos.


Bebo agua de mi vaso, donde en la superficie han quedado atrapados unos minúsculos insectos que no saben qué hacer con tanta densidad. También los trago. A lo mejor se convierten a la noche en luciérnagas estomacales, que alumbren la salida de los nervios, de lo que está muerto.

Todavía no tengo que sacudir la cabeza para apartar el miedo o la náusea y querría estar allí sólo a la hora de lo negro para darte de dormir y acariciarte el pulso, tu cabeza chocando poco a poco con la mía y entonces un sueño profundo para abajo como antiguos como nadie.

No tuve que espantarte, recojo tu recuerdo y así sí: lo es todo la memoria.

Cuando llamaste tu voz sonaba más cruda, más estirada, y era.


Ahora es distinto.

1 de agosto viento fuerte.

Carretera hacia el mar.

Te espero abajo, reino de las medusas y madre alga.

El drama es una posibilidad para la vida pero abre tu boca, hoy intuyo que todavía existe mi verano. Y ni siquiera el invierno podrá con este océano.