No bien ha llegado uno a la juventud, y es feliz, cuando la
naturaleza de las cosas lo arroja al matrimonio, al martirio y a la vejez.
Y los seres humanos se aferran a esa situación. Sus vidas pugnan
por sujetar fuertemente el instante, y luchan contra una force majeure;
su arte no es sino un intento de atrapar por todos los medios un
momento concreto, un estado de ánimo, una luz, una belleza fugaz de
una mujer o de una flor, y hacerlos durar eternamente. Es un error,
pensó, imaginar el Paraíso como un estado inmutable de dicha. Al
contrario, probablemente se revelará, en el verdadero espíritu de
Dios, como un fluctuar incesante, un remolino de cambio. Sólo que,
para entonces, puede que te hayas fundido con Dios, y haya empezado
a gustarte. Pensó con profunda tristeza en todos los jóvenes que a
lo largo de los siglos habían sido perfectos en belleza y vigor —jóvenes
faraones de rostro limpio cazando, en sus carros, a lo largo del
Nilo; jóvenes sabios chinos, vestidos de seda, leyendo bajo la sombra
de los sauces—, que se habían convertido, en contra de su voluntad,
en defensores de la sociedad, en suegros, en autoridades en el terreno
de la nutrición y la moral. Todo lo cual era muy triste.
Fragmento de "El mono", de Isak Dinesen, en Siete cuentos góticos (no sé de quién es la traducción).