De qué me sirve, acaso de qué te sirve, que el corazón se me encogiese como si doliera, o acaso me doliera como si encogiese. En la pantalla plana veo el rostro de una niña negra como el tizón labios de acero, el gallo blanco cacarea alrededor, sus plumas cuando se manchen serán de oro, y con los ojos amarillos de la selva, ella aguantará el ritual de purificación que demuestre ante sus familiares
cabra que muere por tu lanza
que sus manos descuartizaron cuerpos sin culpabilidad.
Y sin embargo, las tripas de la cabra son blancas y no siempre desvelan el horror, niña con manos de costurera, niña machete revolucionaria. De qué me sirve, de qué, mis dedos se enredan en mi cabeza cuando veo pantalla plana encuadre apaisado cómo alguien ceño fruncido lava tu pelo rizado con guantes de látex, aguja esterilizada en medio de la úlcera que asola el pie, tu oreja es tan perfecta, tu cráneo chico, te capturaron de noche los rebeldes como si tú fueras un soldado, uno descalzo y sonriente, la rebeldía hiere a la selva, y quizá vuelvan.
No tienes nariz, no tienes labios.
Dos agujeros se te abren por la cara como fosas, por los que respiras.
Yo no puedo menos que avergonzarme por mi dolor.
Corre en la noche, Kilama, fuera de tu poblado. Ve y busca tus brazos otra vez.
Los míos son demasiado largos, y para qué.