viernes, 30 de diciembre de 2011
Seis
Se va un año, más como arañazo de cauce de río seco que como soplo.
Aquí subidos (no escondidos) en la trinchera del siguiente.
viernes, 23 de diciembre de 2011
Cinco
Ayer
no me tocó la lotería. Yo no sirvo para oír cómo unos niños cantan cifras, no
sirvo si tengo un décimo en la cartera. Me puede la parálisis de soñar lo
imposible. Money, purga, contradicción. Un asco ansioso como otro cualquiera. Y
encima, luego, me pongo triste. Una imbécil.
Vayamos,
mientras, a lo diario. Volver a conducir sola por estas carreteras con fondo de
montañas limpias es un hallazgo, es recuperar parte de mi vida. Money, purga,
contradicción: compro algunos quesos exquisitos, compro varios vinos sin pensar
en el tope de cinco euros, encargo tierna carne de cordero lechal.
Envuelvo
regalos en la mesa grande; escribo encima el nombre correspondiente. Para ella
no hay ninguno. No necesita más ficción que la cercanía, que los besos, que
jugar a desaparecer/aparecer.
En
estos días he visto varias películas más de las que no tengo apenas nada que
decir. Sylvia (no encontré a la
Plath, no la vi realmente: ¿qué
cuenta, aparte de la histeria de una infidelidad?, ínfimo de literatura, pero
bah), Pa negre (silencio absoluto), Winter’s Bone (white trash total, ok,
pero algo me dejó sin nada), Contracorriente
(bueno, lloré otra vez, estoy tan facilona)… Veo películas porque llevaba mucho
tiempo sin ver películas y porque no leo libros. O lo poco que leo puede
considerarse no leer (aunque siempre cae algo en las salas de espera, en el
autobús, cerca de la taza del váter). Desde hace meses me acompaña un mostrenco
de 800 páginas, una biografía: Véra.
Señora de Nabokov, de Stacy Schiff. Me la había recomendado Felipe B. R., y
mi amiga María, que sabía que la andaba buscando, me la regaló el día que nació
Vera. No entendí dos cosas al principio: el rosa chillón de la contracubierta
(la cubierta, sin embargo, tiene una hermosa foto de ambos) y el título
(¿señora de?). Ahora la segunda cosa ya la entiendo. Tras traspasar con empeño
y dificultad el tramo de las primeras cien páginas, donde me lamentaba una y
otra vez de la redacción (no, no es mala, pero a veces lleva una innecesaria
complejidad alienante), de la traducción (Martínez-Lage siempre tuvo sus buenos
días y sus días malos) y de la, para mi gusto, nefasta ordenación de la
información (que en vez de desgranarse se volvía elíptica), empecé a cogerle
gusto, por fin, a la biografía. Pero me interesa, en realidad, porque más que
una biografía de Véra me parece una biografía de Vladimir. Y no, aún no los veo
tan uno como afirma una y otra vez la biógrafa, o como ellos afirmaron: V. N.,
para mí, sigue siendo Vladimir Nabokov, Sirin. Así que estoy leyéndome una
biografía indirecta de Nabokov a través de la poca información que existe de su
hierática y perseverante señora. En otro momento traeré algunos subrayados, a
la manera del Semivago Procesional, porque tiene joyas (joyas que llegan de la
boca o la mano de ambos cónyuges).
Y
nada más. Eso era lo que me apetecía contar. Que hace un gigante sol digno de
diciembre. Típico día para viajar a algún sitio y en el trayecto escribir un
poema a lápiz, con pésima letra, y pensar, para colmo, que es bueno.
jueves, 15 de diciembre de 2011
Cuatro. El nuevo mundo
Hoy me quemé con agua hirviendo derramada, y ayer también.
Todos los días trajino con agua hirviendo en mi nueva época de esterilizar, así
que, temo, me iré quemando. El dorso de la mano, la rodilla, salpicones en los
párpados.
El viaje a la ciudad no fue (ya me lo advertí) muy
productivo, pero sí necesario. Como lo del agua hirviendo: en un goteo iré
yendo (siempre me alucinó/espantó esta construcción), cada semana, a lo mejor
la expedición se convierte en regreso.
La noche anterior, sin embargo, ocurrió algo: conseguimos
terminar de ver una película. ¿Tres, cuatro visualizaciones en días distintos
para un solo largo? Y por fin. Vimos El
nuevo mundo, de Terrence Malick. Es la única película que he visto suya,
porque me dormí al inicio de La delgada
línea roja. Tenemos una amiga que es fan, y que cuando habló de él en vez
de lentitud dijo poesía y ah, yo piqué, facilona. Como no es una época de
exquisiteces, tengo que decir que a mí El
nuevo mundo me ha parecido, sí, una sarta de topicazos sobre el
descubrimiento de América y la ingenuidad perdida del ser humano y un culebrón
de los que hacen llorar. Smith, Pocahontas, en fin. Pero ¿cómo algo,
pareciéndome todo eso, puede parecerme a la vez tremendamente bello, delicado,
sutil, visualmente magnífico, históricamente emocional, de una sensibilidad nada
plúmbea en la descripción de personajes y una acertada elegancia en el
desarrollo de los niveles de drama o incluso de tragedia? Venga, ¿cómo puede
ser que lo que otros suponen recortes violentos de metraje por necesidad de
marketing a mí me hayan resultado finas e inteligentes elipsis? Pues así es. Sin
hablar de la música. Y como creo que es un culebrón de los que hacen llorar, he
llorado. Y las voces en off han dicho frases que me han recordado cosas
verdaderas como amar, amar otra vez, doler, sentir, océano, tierra, poema, etc.
Y los planos de árboles (altos, siempre antes de la nada está el árbol), del
fango, de los campos de tabaco, de las embarcaciones y de las manos
entrelazadas y todo eso no se me han hecho largos. Porque creo que es una
película muy hermosa. Y porque esa historia de amor, mil veces repetida, la
otra noche me pareció un resumen de la vida. Un resumen de la vida, a veces.
La verdad, qué ganas tenía, sencillamente, de
emocionarme. De convertir lo ajeno (durante un momento) en una solución
indolora.
Próxima misión: ir al cine. Fumar al salir, andando por las
calles de la ciudad, ya a oscuras.
martes, 13 de diciembre de 2011
Tres. Algunos días improductivos.
Mañana, por si acaso, voy a ir sola a la ciudad.
Es como un viaje. Siento que tengo que prepararlo todo: un cuaderno, las botas, un abrigo decente y quizá la brújula.
Ah, nada que ver. Pero no necesito ya ninguna excusa para poner una foto de sus manos.
domingo, 11 de diciembre de 2011
Dos
Ahora es verano en el libro que estoy leyendo desde hace meses. Es una larga biografía, así que reiteradamente es verano, otoño, invierno, primavera. Dentro de unos párrafos será otra vez otoño, como aquí.
Por las mañanas la casa se queda en una quietud diferente de la parálisis. Los niveles de angustia entonces son bajos, y, durante algunos minutos de olvido, prácticamente inexistentes, así que me siento y con un pilot verde corrijo La Cosa Pantanosa. Confirmo el pantano, pero me limito a trabajar en modo ejército: quita esta frase, quita esta palabra, tacha, tacha. Aun así, las orillas son blandas y espesas. Avanzo, sin pensar en qué demonios he hecho. Me sorprende haber tecleado tanto, tan organizadamente. Elena Medel me dijo una vez: para enfrentarse a este tipo de trabajo, hay que colgarse un cartel sobre la mesa donde ponga SIN PIEDAD. Razón.
Leer la larguísima biografía (con una página me basta) y utilizar con turbación el pilot verde son las dos únicas cosas que consigo hacer que no tengan que ver con. El resto del día tiene que ver con.
En otro orden, he de dar las gracias a todos mis amigos. Poco a poco voy invitándoles a un vino a cada uno, a un trozo de pan con queso. Pero sigue quedándome mucho por hacer.
¿De verdad hay una ciudad que me espera?
jueves, 8 de diciembre de 2011
Uno
Corren malos tiempos. No solamente
para la política. No solamente para la economía, para el medio ambiente, para
los recursos sociales, para la solidaridad, para la industria cinematográfica,
para los estamentos culturales, para el turismo rural, para los pequeños
negocios artesanales, para los enamoramientos, para el género del relato corto.
Corren malos tiempos en general y en particular.
Según el punto de vista con que se
mire, siempre hay tiempos peores, tormentas más aciagas, silencios
infinitamente más largos.
8 de diciembre, día mundial del optimismo bloguero.
Después de más de dos meses de mi última entrada, y tras casi dos meses sin
abrir ni siquiera mi correo electrónico, mi red social, mi banco virtual,
decido reactivar esta página que un día me trajo alegrías, amigos, vanidad, el
vicio. Encuentro en mi mail, lugar al que llegan los comentarios para que los
apruebe, que decenas de regalos spam han colonizado mis fotos, mis intentos de
poema, mis homenajes a autores muertos. Solo ellos, los vencedores del vacío,
vienen por aquí. No importa. Corren malos tiempos, tiempos en los que lo peor
que uno puede hacer es reactivar un blog: ¿para contar qué? ¿Mis intimidades? No
lo sé. Pero abro esta ventana como una lanza. Ya da lo mismo el tiempo (el que
tengo, el que no tengo, etc). Me encuentro en un periodo de aislamiento social,
de pobreza de lo cool. Como la masticación del arte queda ahí lejos, latiendo
en el pasado, parecida a un prejuicio, decido aparecer por alguna parte. La
calle no es lo mío últimamente. Voy a intentar aliarme con mi blog. Con sorna,
luchando contra la lentitud. Contaré cualquier cosa sin nombre. Al fin y al
cabo, para estar, siempre hay que hacer un poco el ridículo.
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