Hoy tengo los párpados hinchados de pensar en ti.
La noche se hizo corta, otra vez,
no sé qué haremos con la vida cuando vengas.
El saber superior del hombre de ciencias.
Ni consuelo, ni sacrificio, ni comprensión.
Lo abstracto es la venganza.
Asumo el miedo, la inconsciencia.
Que vengan ellos a vivir.
Que ellos lo hagan.
No ahí quietos,
la mirada severa tras el cristal,
ese átomo de burla tras la sonrisa.
Ni consuelo, ni sacrificio, ni compasión.
Yo creo en la felicidad con su puerco delirio.
La mitad del corazón martirio, la mitad descanso, la parte maldita y la otra parte derretida y convergente, un solo de carne fresca y latiente y una caducidad de desamparo, y todo eso en particular, que la generalidad del alma-sangre a mí me sobrepasa, me sobrelleva, y a cuestas en la espalda recojo el desperdicio o la culpa, pajarillos secos y débiles. De día la calle es tan bella. De noche, tan larga.
Eso no es verdad.
La frialdad que me abre a cierta hora,
el pie alejado del bulto bajo la sábana.