En sentido estricto no sé dónde está Arizona.
Igual que tampoco sé cuál es la mirada del otro sobre mí, en sentido estricto.
Vivimos en una burbuja relativa donde el ojo de pez de nuestra propia imagen carece de confesionalidad.
Para así poder.
Desarrollar el concepto de lo que somos.
Nunca en sentido estricto.
Porque estricto es una palabra sobrada de conocimiento.
Si las palabras se lanzaran en su justo momento contra el vidrio que nos ampara a lo mejor, y nunca en sentido estricto, darían con la clave de nuestra memoria.
Uno quisiera que la memoria de sus amigos fuera la suya propia.
También que sus amigos no tuvieran memoria sobre todo si uno no se encuentra en ella.
A veces uno incluso desearía no tener amigos para sólo tener memoria.
En sentido figurado, el valle corroído de nuestro pasado en ocasiones es falso a los ojos de otros.
En un sentido que aún desconozco, es posible que una llamada de teléfono al extranjero cambie por completo los recuerdos y los aniquile.
El mundo en el que las llamadas de teléfono al extranjero aniquilan los recuerdos y las personas es un mundo cinematográfico.
Todavía existen películas, me pregunto.
Me afirmo.
Pienso en literal, literatura y literas.
Estas últimas de hierro y sin escaleras portátiles.
Nos encaramábamos como ranas a ellas.
Y allí arriba leía libros de José Luis Sampedro y de Martín Gaite.
Una vez compré uno de Rabindranath Tagore, leí dos líneas y nunca más volví a abrirlo.
En sentido estricto no sé dónde está Arizona, pero puedo imaginarlo.
Los pasos que arremetí contra mi corazón puedo, además de imaginarlos, recordarlos, y aunque no tengo ningún símbolo contra el que jurar, juro contra nadie, contra mí misma, no haber alimentado a la bestia que babea tras los barrotes.
La dejé morir, posiblemente nunca le di ni un cuenco con agua.
Ese mar cristalino siempre lo utilicé para seguir nadando.