domingo, 20 de abril de 2008

Ámsterdam, día 3.

La casa de Rembrandt tiene chimeneas enormes en estancias pequeñas. Cobran caro por entrar pero podemos ver la cómoda donde Hendrickje guardaba su dote de bordados y seda, y la pequeña cama-armario donde dormía Saskia, seguro, con su hijo Titus entre los brazos, poco antes de morir.
En esta plaza puente bajo la que el agua marrón del canal se contonea hay pocos turistas. En una casa alargada y sola, posiblemente desde donde controlaban las compuertas del canal y el paso de los barcos, tomamos un café en el piso de arriba. Todo es de madera y está torcido. Nos convencen y pedimos unos bocadillos con grandes croquetas de carne y un plato de queso con mostaza. El sol nos ha calentado antes durante unos tibios segundos, mientras atábamos nuestras bicicletas a la valla, pero ahora ha vuelto a esconderse y afuera todo parece de frío. Vamos forrados de ropas, pero nuestras manos sin guantes, agarradas al manillar, sufren la humedad cortante del aire. Anoche, cuando volvíamos del barrio Rojo, alejándonos del centro, solos con nuestras ruedas, no teníamos frío tampoco en los nudillos. Han subido hasta aquí tres turistas más, viejos, dos mujeres y un hombre arrugado y moreno de piel. Una de ellas va vestida de morado. Un abrigo de paño morado, un pañuelo morado de flecos y casi morado el resto de sus labios pintados que queda en la taza de café marca Segafredo. Hablan muy flojito y llevan cámaras pequeñas. El señor enciende una de las velas que hay repartidas por toda la estancia antes de encenderse un cigarro.
Qué distintos son de los viejos de mi país. Incluso de los no tan viejos. Creo que muchos de los posibles turistas españoles no vendrían nunca a visitar Ámsterdam sólo porque aquí la marihuana es legal y las prostitutas enseñan tristemente su cuerpo desnudo en los escaparates. Tristes, pero sin pasar frío. Quizá no se acuerden de que esto viene de Calvino, como yo no me acordaba. Que estos hombres trabajaron por su independencia y su austeridad y su ausencia de palacios y pretenciosas iglesias, y tomaron el camino desde hace siglos para esta extraña libertad que ahora los caracteriza. Que viene desde Calvino, no desde una reciente locura sin valores añadidos. Que lucharon contra nosotros y nuestra férrea y poderosa hipocresía. Y aun así, allá abajo, caídos del continente, la poderosa hipocresía de Carlos y Felipes sigue vigente, y muchos de los turistas españoles nunca vendrán a Ámsterdam sólo por esa posibilidad, que es la misma que en el resto del mundo pero menos… sucia.

Claro que es algo descorazonador, sobre todo a esta edad incipiente mía, encontrarse por las calles del barrio Rojo montañas de grupos de chavales ingleses, norteamericanos, españoles, rusos, alemanes y un largo etcétera, armando la gresca torpe y escandalosa de la triste rebelión: esparciendo a gritos y empujones sus colocones turbios. Por otra parte, igual que en España, porque en pocos países sirven copas tan abundantes y tan copiosas como en España, el país del alcohol barato y de las noches eternas.

Suena David Gray.

Me fumo otro cigarro y Miguel bosteza mientras lee. Las nubes dan sueño.


Ahora vamos a montarnos en nuestras bicicletas y vamos a pasar frío y yo temblaré de miedo en los cruces difíciles (tranvías, bicicletas, motos, coches y personas, todo junto en un complicado sistema de ceda el paso), y llegaremos al FOAM, donde en sus puertas, unas gaviotas salvajes y de plumas limpias y compactas destrozarán con ahínco, a medio metro de nuestros pies, unas bolsas de basura llenas de papeles.


A los pies del FOAM no estaban las gaviotas que imaginé. Pero como cada tarde que hemos pasado aquí, las nubes han ido alejándose poco a poco (más bien desapareciendo sin más) y el cielo rasgado ha convertido el paseo en una delicia brillante. Tarda en ponerse el sol. Lo hace lentamente.


Que lo más feo de Ámsterdam es el barrio rojo ya lo sabíamos. Hemos recorrido puentes y calles estrechas de casas torcidas hasta llegar al museo. Miguel es mi brújula. De vez en cuando frena su bicicleta y saca el mapa, lo mira durante unos segundos (no hace falta ni que frene yo, que suelo ir detrás), y ya sabe, en forma de milagro, qué canal tenemos que coger hacia el norte para luego torcer en la segunda callejuela hacia la izquierda y al tercer puente con canastas de flores amarillas y el agua reflejando las torres picudas del fondo, ya hemos llegado.

En el FOAM hemos visto la historia del noveno piso (Jessica Dimmock). La historia de Jess y otros. La heroína en Nueva York, la misma heroína en todos los países. Un bebé llorando por su adicción indirecta al opio de la metadona, sus padres reventándose a puñetazos en una habitación y luego amándose (hay sangre brotando de los labios de él mientras se besan), practicando un sexo lento y abotargado, de fatalidad. En la mano de ella, una lata de cerveza. Salimos consternados, la vieja historia que no deja de matar.

No queríamos separarnos de nuestras bicicletas, pero nos hemos resignado a dar el último paseo por el barrio del Jordaan. Harían falta tres tardes más para disfrutarlo, tres semanas más para buscar alojamiento, tres meses para que crecieran las flores y en nuestras tazas los posos del té formaran dibujos amazónicos.

Nos ha dado por pensar, erróneamente, que en esta ciudad la gente es más feliz porque no corre por la calle, sino pedalea.


Nos ha dado por pensar, ilusamente, que el amor es más fácil en este sitio y que los niños crecen como los tallos de los tulipanes y multitud de cabecitas negras y rizadas y rubias como el vino rubio pasean encaramadas a las bicicletas de sus padres y gritan de alegría y rabia cuando espantan a las palomas.

Nos ha dado por pensar eso porque nos hemos alejado del circuito establecido para turistas ansiosos (nosotros, turistas vampíricos) y hemos visto gente que vuelve a su casa con carteras de cuero viejo y el suave atardecer y todo el mundo es demasiado guapo o aparentemente interesante y las chicas con la frente despejada y los hombres con el pelo enmarañado. Y los lugares.

Y sabemos que estamos equivocados porque aquí también tiene la gente los dientes negros y el alma agujereada pero nosotros estamos de vacaciones y esto es Europa una vez más y cenamos en el piso número siete de un nuevo edificio mag-ní-fi-co que es la biblioteca municipal con vistas al fin de mundo y luego venimos a tomarnos un vino al Eleven, que es también el último piso del museo de arte moderno y para colmo decidimos subir todos y cada uno de los escalones que nos separan del cielo negro iluminado por unas escaleras llenas de graffiti y cuando estamos arriba, nos encontramos no con el antro punk que esperábamos, sino con un restaurante-bar de diseño que ocupa toda la planta donde proyectan fotografías gigantes sobre los desagradables asuntos de la política y la muerte mundiales mientras la gente cena y algunos ríen y nosotros nos sentamos en la barra amarilla y yo escribo esto y la noche ya es un misterio de luces allá abajo y nuestra última madrugada en Ámsterdam aún no ha terminado.


En el Bimhuis, con un chupito de cointreau, y mucha gente esnob y holandesa que sale del concierto de una big band del que nosotros sólo hemos escuchado los últimos treinta segundos, Miguel me hace fotos, sentados en esta barra de cuero negro, del Bimhuis, ya lo he dicho, y yo siento que me hace fotos como si estuviera desnuda,

aquí

entre tanta gente

con jazz.

Ámsterdam, día 1.

Desalmado.

Des-almado.

(descubrimiento tardío, grandiosa obviedad)

(a la soberana edad de 29 años)

Los grupúsculos exterminadores de todas las ciudades.

Mi letra es más

¿picuda?

¿arabesca?

redonda no es la palabra.



Cuatro años después, he observado a la gente de aquí. No sólo los raíles del tranvía y el agua encharcada de pantano que embellece la piedra a pesar de. No sólo los edificios de estrechas fachadas de una Europa subversiva, independentista, sesgada del catolicismo. No sólo el dibujo indefinido y escaso de las copas de los árboles raídos. Ni tampoco el colorido impúdico de los muslos en caída de las mujeres tras los escaparates y de los neones SEX un puño de plástico a tamaño natural de persona gigante por 44.00 euros.

El placer.

Dentellada libre y obligada.


He visto ahora las siluetas de los caminantes, los perfiles blancos de los niños y los perfiles negros de los niños, las jóvenes mujeres de ojos free. Of course sabía que eran bellos los ciclistas. Pero el pelo ralo esponjado coloroso brillante lacio rastafari. Viejecitos que pasean de la mano y llevan al cuello cámaras de fotos y cruzan con dificultad los anárquicos y desiertos pasos de peatones. Los grupos de ejecutivos que sueñan con la felicidad más imbécil y no siempre espontánea. El hombre callejero que guarda las esquinas.


Es como si dentro de todos y cada uno de ellos, quienes quiera sean y por qué, hubiera algo en movimiento circular, como un juego de pesas, esas bolas que chocan entre sí como si lo metálico fuera la última razón de la vida, con un equilibrio mecánico y poderoso. En el tiempo que, de forma periódica y sutil, tardan las bolas en chocar entre ellas, hay lugar para el reposo o la electricidad. Y entonces pueden verse los libros y la necedad, el delirio compartido y la introspección más idiota, más preciosa. Hay lugar para el placer cuando no es una obligación ni un acto desesperado de redimirse de la propia vida de uno. Cuando el placer no es la única escapatoria. Ese juego de pesas he visto en esta gente y eso no significa la inexistencia de:

lo podrido

lo vacuo

la mierda

el dolor

la aniquilación

el aburrimiento más desesperanzador

lo que se acaba

la raja cortante de lo mortuorio

la penosa vulnerabilidad de lo asesino.


Por supuesto todo eso está ahí como lo está en el último lugar de las tierras más remotas.

Pero no he visto aquí, aún, lo que veo allá todos los días

ese escozor

la carcoma.

Segunda e inmensa taza de té verde y una cocacola con pajita porque en este sitio no venden alcohol.

Voy a echar una partida de póquer.


Ámsterdam, día 2.

Jaap es un hombre rubio que parece un muchacho mientras prepara nuestro doble café espresso. Es holandés, lo suficientemente guapo, sonriente, amable. Su casa es nuestra casa ahora. Vivimos en un barrio nuevo completamente… No puedo describirlo todavía. Son construcciones que han hecho en una isla que antes era tierra muerta de astilleros abandonados. Ahora no. Ahora puentes modernos y circunvalaciones despejadas unen esta isla con el centro de la ciudad, y uno tiene la sensación de estar en un país de diseño práctico y estilosamente feliz, camuflado sin la más mínima ostentación y con el ambiente de fondo (algo en el aire, en el silencio, en lo desolado, incluso en la tranquilidad de los gritos limpios de los niños) del más puro extrarradio: los límites oscuros de los puertos y las tierras de los alrededores de las vías de un tren. Aún la nueva vida no se ha comido al fantasma inerte que fue, ni siquiera para el foráneo. Y quizá por eso tenga esa especie de magia disimulada. Es como disneylandia, pero con buen gusto.



Jaap nos hace el desayuno mientras nosotros esperamos allí sentados, a la mesa amplia de su cocina, con vistas al parque y rodeados de obras de arte moderno (una locura). Nos habla, a la vez que va llenando la mesa de objetos suculentos: pan negro con semillas y frutos secos, varios tipos de queso, cereales y muesli con yogurt blanco, bollos dulces, fiambres, zumo y agua fresca. Lo último que llega son los huevos revueltos, receta secreta y apimentada. Cuando ha acabado, se sienta con nosotros y charla sobre el verdadero café italiano, el paso de la necesidad artística de rellenar un espacio al misticismo teológico de crear un espacio; cuenta que con diecisiete años durmió en una playa de Barcelona, solo, desvalijado, y que su chico, Hans, se dedicaba a arreglar coches de lujo hasta que decidió dejarlo todo y montar el primer Bed&Breakfast de Ámsterdam, para luego dejarlo todo otra vez y vivir allí, en ese sitio en el que estamos, dedicándose misteriosamente a no sabemos qué que parece dar mucho dinero y a alquilar una de las habitaciones de su estupenda casa a orillas del agua, con los barcos atracados a la puerta y unas vistas (el séptimo piso) desde donde las fábricas, con su frontalidad y sus chimeneas esponjosas, parecen dar la bienvenida sórdida y alejada que siempre acaba convirtiéndose en familiaridad.


Pero lo mejor, esos paseos en bicicleta, ese distanciamiento del barrio viejo, esa inspección, vigilancia ingenua, de los verdaderos tentáculos de la ciudad.

El atardecer.

Y la madrugada.


Ámsterdam desnuda y sin nada que ofrecer más que el aire fresco y húmedo y los carriles interminables junto al agua, que increíble sale de su obviedad para chocar en la noche con la piedra, puro puerto marino y azulado.

La luna era naranja a las cuatro de la mañana, la boca que sabe a hierba y ese medio trozo de carne de pez que baja por el cielo junto a la torre de las plañideras. La bufanda de Miguel, la luz trasera y roja de su bicicleta. Ni un alma más. Sólo los sonidos de nuestras ruedas, el pedalear.

viernes, 11 de abril de 2008


Diles que no puedo hacerlo ahora
estoy cansado es imposible
que no cuenten con que vaya
que no se hagan ilusiones
que yo sigo decidido
porque no lo voy a hacer
si quieren buscarme yo se lo repetiré
no pienso regresar
jamás es poco tiempo hoy

Iván Ferreiro


Harta
de la Mutua Madrileña, del Deutsche Bank,
una monja bajita perdida entre grandes carteles publicitarios,
nuevo XSL, y también Mercedes Benz,
harta
de este olor a quemado que tiene el aire de los lunes
nublados
imprevisibles
quién lo diría
hace tan sólo unas horas
todos amábamos la primavera.
Desquiciada ciudad
a la edad media de los treinta años
incluso si aún no los has cumplido
hay un envejecimiento
altamente probable
de tus emociones
un tira y afloja
hígado corazón.

La verdadera paz
es un eufemismo.

(aunque luego bailemos todos
como niños engañados
apretujados
seré tu amante bandido
dicen que tienes veneno en la piel)


Nos vamos a Ámsterdam.
(pero volveremos)
(supongo)


(Fotos de Miguel Marqués)

jueves, 3 de abril de 2008


Tímidamente buscamos el precipicio.
Su vertical.
Nos hace vivos.

Tímidamente encontramos.
Y qué del grito.

domingo, 30 de marzo de 2008


En la boca una blasfemia atraviesa la lengua en dos, pareciera que finalmente se tragó el gusano que albergaba la nectarina. Porque es difícil saber cuántos gusanos nos hemos tragado a lo largo de esta vida de frutas maduras.
Las patatas, alargadas y fritas, anchas de amarillo y aceite, hacen juego con la salsa de tomate. Las horas del mediodía pasan así, entre un pájaro que vuela y otro que lo alcanza, los dedos embadurnados de bacalao y premoniciones, y en la cocina muchos cacharros calentándose. Uno por cada redondel rojo e hirviente. La soledad del cocinero es agradable. El mismo cuchillo para todas las hortalizas, enjuagado una y otra vez bajo el grifo, distintos trapos para cada líquido derramado; luego todo acabará mezclándose, el tomate en ebullición, el calor del aceite que se quema y el horno amenazando a la altura de las rodillas. El resultado es bueno tras la marabunta. En la fuente de cristal, una capa de patatas, otra de bacalao salteado con cebolla, y por fin la salsa de tomate remojándolo todo. Así una y otra vez, hasta llegar al borde. Hacerlo con las manos propias, utilizar todos los dedos. Un huevo batido que se cocerá al horno, dándole un aspecto que parecía necesario. El pastel está listo, pero no hay nadie sentado a la mesa. Al cocinero, en realidad, no le gusta comer solo, así que no prueba bocado. Recoge los desperdicios y limpia el paisaje con dedicación; cuando todo está perfecto, abre una botella de vino y se sirve una copa. No llegará a beberla entera, tiene la mirada fija en la calle, donde ahora sopla el viento de la tarde y no hay pasos que se acerquen.
Uno no sabe cuántos gusanos ha engullido a lo largo del viaje, ni tampoco cuándo será la última vez que morderá un tomate rojo e hinchado, fresco en la boca como una manzana de agua, antes de que se convierta en veneno.

domingo, 23 de marzo de 2008


Abandonar un país, una colonia, dejar las calles y esos esclavos de dios extirpado, con sus costumbres olvidadas y olvidados los símbolos de la tierra a los que antes obedecían desde el nacimiento y la muerte de sus viejos,

abandonar la posesión y entonces dejarla devastada, amoratada, sin oriente, sin ti.

Abandonar un cuerpo como se abandona una colonia, después de haber arrancado un continente, una frontera, una identidad, de haber moldeado acobardado perforado (agujeros profundos, hasta la sangre negra del coágulo),

después de tu reino qué hay sino la nada.

Pésima valentía la del valiente que se va, llevándose las llaves de una tierra, las puertas del paraíso un vientre abierto, otra vez, sois libres, sois para vosotros, vuestro pueblo tiene un nombre y una herencia.

Y adentro, los palacios vacíos, el edificio consistorial, esa iglesia católica levantada piedra y mano con un sudor extraño y humillado, los muros altos en silencio y el retablo que se cae sin tu gobierno.

Alguna rata mora en los pasillos, royendo los últimos restos de esos alimentos exóticos que a los nativos les estaban prohibidos.

Sois libres otra vez,

y queda la muerte.

Un puñado de hombres como un cuerpo, mirándose entre ellos recelosos, los niños ya desnudos corriendo alborotados por la plaza, de nuevo el suelo de tierra es para los mercaderes y el ganado. Suena aún el bajo de los vestidos de las damas, blanca tela almidonada que murmulla en los paseos con sombrilla cuando hay sol.

Un puñado de hombres como un cuerpo, mirándose las manos y el pasado, lejana alegoría de uno mismo, hombre libre perdido y desterrado.

Abandonar una colonia como si me abandonaras, terrible totalitarismo el del amor, que nada deja cuando acaba más que recuerdo y

nada deja

más que seres consternados y dolientes, incapaces de olvidar que una vez fueron pero,

ah,

qué fueron.

(uno mismo convertido en un desolador país enemigo,

cantando absurdos himnos que nadie entiende,

que nadie oye más.)

jueves, 13 de marzo de 2008

Vivimos en una ciudad mitológica, ingobernable, un gran astro de cielo púrpura púrpura púrpura.

Los inmensos edificios cuando son cristal cemento sucio hierro abandonado y monstruoso nunca son capaces de esconder esa lejanía tan cercana del ocaso.

Voy sentada en un autobús donde habitamos siete razas distintas, los ojos de la niña que va delante de mí son tan negros tan imposiblemente negros. Sus párpados los entierran y ella chupa un caramelo a la salida del colegio. Lleva la mochila encima, su madre le da un pañuelo de papel para que se limpie la boca (hinchada labios oculares); es la vuelta a casa, son las ocho y diez de la tarde y la noche empuja.

Vivimos en una ciudad que nos tira el cielo encima. El cielo es algo imposible de tocar, y sin embargo aquí parece que nos devora. También eso es el colmo de la hermosura.

En la acera de enfrente me cruzo con una señora vieja que pasea en bata de guatiné azul oscuro, con muletas. Luego en la panadería suena un bolero más viejo todavía que ella.

Los jefes piden cosas irrazonables, los cigarrillos son largos como los días, con ese peso al final de innecesario, hastío de humo caliente. En una cuesta alta de Tetuán, con sus edificios nuevos y sus comercios antiguos, una pareja ha salido a combatir a la muerte y enfundados en sus mallas de ciclista estiran los músculos abductores apoyados en una barandilla, junto a la puerta de un garaje. No tiene remedio esta ciudad.

Pero también

El bruto aire que de pronto trae

Es mediados de marzo

Y todavía

No ha llegado

Pero

Ay

Ya duele

Esta ciudad imposible de demoler que no rompa destruida en mi presencia. Si esta ciudad termina, y nunca va a terminar, que no me coja dentro diminuta, aquí con prisas, el corazón inflado y asustado, las fauces entregadas por si hay magia, una magia errabunda y para siempre en su simple aleteo que sabe a nada, en su fugaz misión de darme vida. Si esta ciudad claudica, o viene el otro mundo a erradicarla, que yo esté lejos. Tiene que ser infame soportar

Encima de la crisma

Esta ciudad caída

Con su uniforme entero de delito

Con su peso infinito de belleza

Tanta miseria adentro y tanta brasa

hierve

Tanta llanura.




Foto Miguel Marqués

lunes, 10 de marzo de 2008

YO TAMBIÉN TENGO ORGASMOS MODERNOS



En primicia, una joya del nuevo disco de Alejandro:





Lara: ¿Qué es el humo?

Alejandro: el humo es la telita de niebla blanca que necesito para esconderme, hasta de mí mismo, para hacer y vivir como me apetece... para luego cantar lo que me apetece y como me apetece, que es lo que ha pasado con este disco...

Lara: ¿Y el vinagre?

Alejandro: el vinagre es el sabor de un mal trago, pero sabor al fin y al cabo... y en este disco me he bebido dos tazas, bien cargadas... y ésta es la canción más desgarrada del disco, en ese sentido... es un descanso, un alivio, donde no puedo disimular ni el dolor ni las lágrimas en balde

Lara: ¿Tienes la piel en carne viva? (Entre tu primer disco -Volviendo a casa- y este segundo hay un hilo piel de serpiente delicioso en el camino, y al fondo estás tú, graaande.)

Alejandro: mmmm me encanta, tengo la voz en carne viva, eso es lo que siento, canto más con la sonrisa puesta en lo que he vivido en cada canción, y tratando de hacer llegar eso a quien lo escuche... me gusta mirar atrás, y ver ese hilo de serpiente, ver esos trocitos de piel que se han desgajado de mi cuerpo, no sin algo de pena... pero me gusta aún más ser capaz de mirarlo con una medio sonrisa en la cara, porque lo hemos pasado, y tengo una piel nueva preciosa, que pienso ponerla al sol para que luzca!! jejeje

Lara: (¿Sabes que hasta tu lado canalla es luminoso? Eso es lo nuevo, ese rock brillante, divertido y apasionado.) Musicalmente, ¿qué has dejado atrás, con la sensación de que nunca volverás a recuperarlo, y qué permanece?

Alejandro: creo que antes pecaba (que poco me gusta este verbo) de hacer canciones intentando demostrarme no sé qué, como cada vez canciones más exigentes consigo mismas... eso no tiene sentido ya... permanece mi amor por cierta música que requiere un café, una cuchara y tiempo para lamerse las alegrías y las heridas también... mantengo y hago una música que no sirva de hilo para ninguna consulta de médicos

Lara: Qué hiciste antes, ¿escribir o cantar? Y no me digas que tocar el piano...

Alejandro: ¿lo primero? viví ciertas historias, luego las escribí al mismo tiempo, así han salido las canciones... primero escribía algunas palabras, inmediatamente salían las primeras notas, y ahí ya está la canción... luego se trata de jugar y encajar el puzzle... primero, orgasmos modernos, etc... este humo y vinagre salió de un tirón, es lo más parecido que un catalán charnego como yo, obsesionado durante dos años por el cante flamenco de Miguel Poveda, puede escribir con cierto aire flamenco... dura lo que dura, la veo como una joyita, es una de mis canciones preferidas del disco, y además está arreglada con unas cuerdas de Joaquín Calderón que la acaban de hacer única... éste es un momento clave del disco y espero que os guste... ya digo, de domingo, con café y cucharilla, para lamerse un poquito...

Muchísimas gracias, Lara, por todas tus palabras y por jugar a regalárnoslas cada vez combinadas y vestidas de maneras distintas y verdaderas, única tú también...

¡¡¡Monstruoooooooooo!!!



Conocí a Alejandro al poco tiempo de llegar a Madrid, y poco antes de mudarme de mi primera casa. Me obsesionó la literatura de sus letras, aquella maqueta que quedó atascada (una y otra vez escuchadas Tarde, Ciudad, Irene...) en el equipo de música de la buhardilla de la calle San Mateo. Luego hubo una lubina al horno y un micrófono: guardo una foto en blanco y negro, el techo resbalado del salón, los ojos de Alejandro y la mesa desordenada de platos. Me mudé de aquella casa y de otras cosas, y mi primera primavera en Madrid quedó con banda sonora de este catalán, doliéndome a veces, muchas. Era de las pocas cosas sorprendentes que la música me ofreció en esos momentos. Me encanta cómo escribe este hombre, antes y ahora. Luego nos encontramos, Madrid es pequeño y como dice Calderón, la vida es una goma tensa. Durante meses nos seguimos los pasos por terceras personas y cada vez que nos veíamos nos prometíamos un vino, una botella enorme de vino para ambos en una noche donde pudiéramos hablar de todas las palabras. En mi piso recién estrenado de Alberto Aguilera, aún sin muebles, Alejandro y yo estrenamos una noche el pequeño salón, con apenas un cenicero lleno de colillas, y charlas de entusiasmo y miedo sobre la vida (esa Corazonada... y el primer disco enterito, que sonó por las ventanas de San Bernardo tantas veces). He de decir que no hemos cumplido la promesa: nunca hemos quedado los dos solos para abrir esa botella de vino que nos debemos. Pero la vida, además de ser una goma tensa, junta lo que tiene que juntar, y a nosotros nunca nos ha separado. Ésta es una buena ocasión para descorcharla, y para que todos la descorchen. Humo y vinagre es sólo un ejemplo exquisito de lo que Alex acaba de hacer en Orgasmos modernos, con tanta piel afuera. Se puede llorar y se puede bailar y, reconozcámoslo, ambas cosas son muy difíciles de conseguir a la vez. Me alegro muchísimo de participar en esta promoción, 11 canciones en 11 días en 11 blogs distintos, la primicia antes de que el disco salga a la calle. Y me ha tocado el humo y el vinagre, la parte sureña de todo esto, con las cuerdas de Joaquín enredadas... placer es poco. Felicito enormemente a Alex y a todos los que han estado con él en el disco (y en la vida). Y ahora, a celebrar.

Mañana podrá oírse otro tema en el blog de Kika

y si quieren escucharlo desde el principio sigan la cadena, empezando por el de Víctor Alfaro

BARCELONA - 14 DE MARZO - LUZ DE GAS (BARNASANTS 2008)
GAVÀ (BCN) - 29 DE MARZO - ESPAI MARAGALL
MADRID - 4 DE ABRIL - COSTELLO

viernes, 7 de marzo de 2008

Un oído abarca un sonido estriado, es el oído izquierdo. No sé dónde estoy; esas expresiones, dame la mano, ayúdame a subir, no me sueltes, todo un ramo de flores de auxilio, han quedado huecas, repitiéndose latiéndose ya no soy capaz de escucharlas. Es necesaria ahora esta presencia de una extensión de suelo alcantarillado ríos de agua sucia tobillos delgados (van a romperse, son cristales). Si alargo los brazos puedo tocar el futuro. Mantengo los ojos cerrados mientras el esfuerzo de los músculos y algún tendón temblando me dan placer. Para no dormirme, pienso. Tengo el futuro entre las manos. Estoy tumbada mi cuerpo es suelo firme tierra en descomposición y camino. Siempre es de noche aquí. A veces, algunas veces, el color del aire es de una bruma gris y perpetua, como un cielo a punto de encharcarse o el tacto de una mejilla a punto de morir también puede ser resucitar esa parte del espacio en la que el calor es súbito y los miembros se adormecen preparándose para el frío. Así es el futuro, la cosa manchada que tengo entre las manos, está ahí, tan cerca de todo, como un enjambre peligroso avanza por las líneas enrevesadas de esta ciudad, dobla las esquinas, zum, es sólo un momento y ya está aquí, conmigo, el futuro. Hay sombras alejándose, el suelo en el que habito no me pertenece, es un simple pacto esta vida. Las calles de este sitio seguramente llegarán hasta el final, allá lejos donde no soy capaz de imaginar, donde se dobla el mundo las aceras colgando derretidas. Yo soy este asfalto que se alarga. Soy también este lugar y en mi descargo he de decir que aún recuerdo que hubo un día, bastante lejos, donde no hacía falta vivir con los brazos estirados la espalda rota ni un segundo de calma hacia el fututo tocado, al menos, con la punta de los dedos. No tiene sentido ya no hay nada. La calle se ha acabado ahí fuera todo es fuego quizá ni eso.


domingo, 2 de marzo de 2008

En el país de los tontos, somos jueces de nuestra mediocridad y, por supuesto, de la mediocridad de los otros. Un hombre joven, cerca de mí en el tren, lee a Huxley y me señala amablemente dónde ha caído el tapón de mi bolígrafo. Es negro. Es guapo y su pelo rizado crece sobre sus sienes formando un geometría envidiable. El tren va bastante lleno y muchos de nosotros nos concentramos en la lectura. Yo leo a Serge. Desde la lejanía, Kostia me habla de la miseria de unas habitaciones congeladas, de las cajas vacías de las fábricas de la revolución y del ganado sangrante acabando en los caminos: las costillas afiladas les hacen llagas en el vientre.

Llega el revisor, con su tropa de hombres de seguridad. Van armados. Tienen pistolas de las que salen en la tele amarradas al cinto. El hombre negro parece que no tiene dinero, o quizá no quiera darlo. Enseña su tarjeta de crédito, es obvio que sabe que eso no sirve para nada. El revisor actúa como un comisario o un sargento y ordena a su tropa de seguridad que le tome los datos, la documentación. Yo me pongo nerviosa con la escena. El billete son 2,90 euros. La tropa armada lo rodea, le arranca la cartera de las manos y uno de ellos anota en unos papeles con celditas números y letras. Al menos no lo han hecho bajarse del tren. Dudo. Los burgueses que se sientan a mi lado (como yo pero más viejos) hunden la cabeza en sus libros (como hago yo normalmente con estas situaciones incómodas). Decido levantarme, me tropiezo. Alargo mi mano entre la muralla de hombres con chalecos reflectantes y pistolas y le ofrezco un billete de cinco euros. Él niega, me mira: es administrativa, no te preocupes, dice meneando la cabeza. ¿En serio?, pregunto. En serio, no hay ningún problema. Se siente apurado, más apurado por mí que por él. La tropa me mira como si fuera imbécil, me compadece. La señora que está a mi lado me dice que ella había pensado hacer lo mismo que yo, pero que hay que dejar a la Autoridad cumplir con su deber, porque "son muchos".

Todos seguimos leyendo. También el hombre. Su libro tiene tapas rojas.

¿Por qué he hecho esto? ¿Lo he hecho porque leía a Huxley? ¿Porque estamos cerca de las elecciones y de pronto necesito que la amenaza pare y el mundo cambie, un solo mes cada cuatro años? ¿Porque este tren va a llevarme a otro tren que luego me llevará a un hospital donde está mi abuelo? Ah, las nubes de febrero, por fin mojando el aire. ¿Por qué tienen tanta importancia unas páginas encuadernadas agrupadas en pliegos de dieciséis? ¿Me habría levantado del asiento para ofrecer un billete si ese hombre u otro hubiera estado leyendo la Biblia? No. Y el revisor ¿por qué no lo ha bajado del tren, como le he visto hacer con otros tantas veces? ¿Porque leía a Huxley? No.

Definitivamente, soy imbécil.

Él y yo nos bajamos en la misma estación. En el andén, entre la gente, se me acerca y me explica que él tenía dinero, que no ha pagado porque no ha querido. Yo asiento y sonrío, luego bajo los ojos y sigo andando. Subo las escaleras mecánicas. Desaparezco de su vista.


viernes, 15 de febrero de 2008

With a little help from my friends


Hace mucho tiempo, en un reino casi casi junto al mar, unos locos sin tiempo (Asociación Cultural Igriega, Sevilla) iniciamos un proyecto: pedir una subvención para publicar un libro de poemas de otros. Poetas conocidos y poetas desconocidos. La subvención la tuvimos y el proyecto se inició: como diría Jesús Aguado, a la velocidad de las dunas. Si el desierto no desaparece de súbito, creemos que este libro saldrá en un mes, aproximadamente. Aquí y ahora no es sólo aquí y ahora, mañana será cualquier lugar y cualquier tiempo. Creemos que hay una selección exquisita dentro de esas páginas.

Las dunas cambian con los años, y los precios. Necesitamos una pequeña ayuda para poder financiar el tesoro, porque la subvención se ha quedado corta. Se hará una edición limitada de 500 ejemplares, pero queríamos utilizar los mejores materiales y poder contar con diseñadores como Óscar Sanmartín, el fiera que ha hecho la cubierta y el diseño de interiores. Hemos pensado en conseguir dinero verde: vender libros por anticipado para costear los gastos que faltan.

Os propongo lo siguiente: quien quiera embarcarse en este proyecto con nosotros y comprar un ejemplar por adelantado, será bendecido por los dioses de la tierra. Los interesados pueden enviarme un mail a la dirección que aparece en este blog, y yo les escribiré dándoles un número mágico de cuenta en el que ingresarán 10 euros, el precio del libro. Haremos presentaciones en Sevilla y en Madrid (en principio, quizá caigan más reinos), y quien no pueda acudir a recogerlo, recibirá su libro por correo (el dinero obtenido por el libro será invertido en él: presentaciones, gastos de envío, vino para los asistentes; la tirada no da para más, sólo queríamos este pequeño sueño).

El botín recaudado por los piratas está lleno de brillantes y es el que sigue, con cinco poemas y una poética por cabeza:

- Jesús Beades

- Bárbara Zagora Cumpián

- David J. Calzado

- David Leo García

- Adrián González da Costa

- José María Gómez Valero

- Daniela Martín Hidalgo

- Elena Medel

- Carmen Moreno

- Joaquín Moreno

- Pablo Moreno (aquí no hay lazos familiares aunque lo parezca)

- Fernando Navarro

- Miriam Reyes

- Amanda Rhamer

- David Eloy Rodríguez

- Roberto Terán

- Carlos Vaquerizo

- Javier Vela

Gracias de antemano a los colaboradores precoces, y todas las gracias a los poetas que nos han cedido sus letras para esta locura tan lenta y, espero, tan preciosa.

Estoy segura de que merece la pena.

Gracias, gracias, gracias.

martes, 12 de febrero de 2008

He visto un caracol arrastrándose
por el filo de una navaja de afeitar
y sobreviviendo.

Coronel Kurtz
Camboya, 1968




Qué demonios quieres de la vida,
a cuál eliges.

jueves, 7 de febrero de 2008

Saltarse las normas

por ejemplo

la preparación recomendada

de los tallarines

no me caben cuatro litros de agua en este cazo

y tengo demasiada hambre

para esperar a que hierva

garabatear

por ejemplo

un poema malo

de espaldas a la sartén

el fuego

con los ajos

ya huele a quemado

por ejemplo

yo qué sé

(y sobre todo)

trabajar

en vez de escribir

y hacer el amor

cuando mis padres se separaron

mi padre cocinó para mí

en su nueva casa

y almorzamos

un solomillo de ternera

exquisito

acompañado

de una pequeña montaña de espaguetis

duros y blancos

con sal

no hace mucho de eso

y entre otras grandes cosas descubrí

que la cocina

no es un misterio

arrancarlo todo y sin embargo

estar angustiado

leve angustia que no se va

porque todo parece de goma

todo es elástico

y la norma regresa a tu vida

de inmediato

después de la sonrisa:

el día

míralo

se está escapando

otra vez.


martes, 5 de febrero de 2008

LOS QUE SABEN VOLAR

La gente es muchísimo más valiente y más loca de lo que parece a simple vista. He dormido la siesta en un tren, y al abrir los ojos ponían un documental en la televisión: una demostración sin sonido de lo que la gente es capaz de hacer para creerse que es capaz de volar. Curiosamente, no son los grupos, vestidos con plásticos de colores, que se tiran de avionetas o helicópteros o qué sé yo (los aparatos no se veían en el documental) los que más me han emocionado. Es bastante hipnótico ver a éstos, revolucionarios (completamente revolucionarios), haciendo caso omiso de la omnipresente fuerza de la gravedad que los absorbe de nuevo a la tierra a una velocidad irritante, peligrosa, kilómetros y kilómetros (han sido capaces de alejarse mucho del suelo). Ellos, como locos guerrilleros, disfrutan con intensidad de esa victoria de minutos, de esa plena felicidad de vuelo, e incluso hacen dibujos entre sí, saltándose los unos a los otros y cambiándose de sitio, formando flores, platillos volantes humanos que descienden a la Tierra, cualquiera diría que por obligación. Son floridos, acrobáticos, auténticos grupos de oposición.

Sin embargo, lo que me ha roto el corazón ha sido otra cosa, no tan espectacular: un hombre se ha tirado desde el M. C., Croacia, 790 metros. No es de verdad un precipicio, un acantilado lo suficientemente recto como para no asesinar en el acto. Es un agujero en la tierra que lleva al Adriático. Es un túnel abriendo una montaña. Que esa persona haya abierto el paracaídas a menos de 150 metros del final no tiene ninguna importancia. El mar lo atraía con una velocidad distinta a la de la tierra, más espaciosa pero igual de inalterable; esa soledad del salto, esa independencia en el vuelo, como un suicidio al que uno puede volver una y otra vez, debe de ser espeluznante. 640 metros de verticalidad en un foso del borde de Croacia donde nada es importante, donde por una vez todo es relativo (otra vez, es como volver, el regreso); ninguna cosa ahí puede estropear el mundo: el exceso de coches en las ciudades, en los pueblos, en los desiertos, el exceso de nichos, de cemento, de plástico, de desamor, de incomprensión, el exceso de palabras, de ladrillos alineando cráneos, un ladrillo, un cráneo, un ladrillo, un cráneo, un ladrillo, un pulmón, así. Todo eso, ahí, no existe.

Sólo quedaría el único de los necesarios desvaríos: romper la tradición, por fin, volar, amar, suicidarse cien veces.

miércoles, 30 de enero de 2008

El tren viene con retraso. Hay un pequeño lagarto verde a mis pies. El sol es demasiado sol a pesar de ser enero. Falta el acontecimiento de la nieve en este año bisiesto. Tengo calor. El sol. El tren ya lleva demasiado retraso, y es como la nieve en este año bisiesto. Puedes arriesgarte y prometerme que la furia nos pillará en la cama, con los dedos hincados en el corazón del otro, y en el pretil de la ventana (abierta, de par en par el éxtasis), este lagarto verde que da ciento veinte vueltas alrededor de sí mismo susurrará el presagio, ya sabes, aquellos posibles meses negros; la tierra está cambiando de color, siguiendo un ritmo invisible de conciencias, lo externo de la nieve que llega con retraso, lo externo engrandecido imposible de esquivar, aplastando lo externo nuestros cuerpos, nuestras mentes menudas en la asfixia, cósmicamente heridos de terror, el ojo humano sesgado en su pupila, sopla el viento otra vez y sigue haciendo demasiado calor.
Viene la vida a vernos, algunas veces, y un lagarto de ojos diminutos juzga el comportamiento de nuestro amor, y así, con tanto golpe tonto cotidiano, no podemos besarnos, entiéndeme, el pulso de las horas es la histeria muerta del futuro, quisiera ser lagarto alguna vez (más), o nieve que no llega, o mundo corrompido y codicioso, una de dos, confundo ya tu boca con los libros, mis muslos van venciendo la distancia, la carne ya no es tiempo y no da nada
rompámonos los dos
las tripas son lo único que tengo
es más fácil vivir con las vísceras encima de la piel, pasto de los lagartos y las mariposas,
refrescándonos la sangre
y olvidando que hay que llegar a algún sitio
todos los lugares son el mismo
se te olvida
que lo único inmenso
es el aire del mar
y este latido
pum
este latido.

jueves, 24 de enero de 2008




Celebraciones
y sólo acaba de empezar
el año 2008

pero miren

pasen y vean

yo estoy feliz:


Pablo Gutiérrez, el hombre de las olas, amigolargo de las páginas, qué pequeños éramos, recuerdas, el poyete y las manos y los poemas, publica en marzo (marzo es mañana) su primera novela, en La Fábrica, Rosas, restos de alas. Que no tiene desperdicio, que es una delicia explosiva, es algo que no tengo ni que decir. En el otro lado de esta cadena de noticias hay otro magoamigo y culpable, Emilio.
(Yo os tengo que dar las gracias a los dos por.)

Migue (Miguel Ángel Maya para la prensa) es un titiritero que encontré en Sevilla hace lustrísimos en una calle empedrada y con música. Luego él puso más música y el brillo de las piedras. Acaba de ganar una alegría tan grande como la que se merece. (¡Que no pare nunca el piano, Migue, que no descanse!)

Miguel (gran paréntesis de palabras hervidas en caricias) está traduciendo su primera novela.

No me digan, compañeros, que no es para volar.

Si no fuera porque la felicidad no exime (aún) de lo laboral, yo estaría gravitando, subida al poste de la luz que veo desde mi ventana, brindando con la pareja de águilas que planea sobre mi casa.

(Y ya que me he desparramado de noticias, voy a decir que yo también tengo sorpresas-felicidades-libro este año, dos, ¡dos!... Pero ya os iré contando... )

Y dedico todas estas chispas y serpentinas y gotas de vino efervescentes, esta sonrisa gigante de mes de enero, al capitán de navío, mi abuelo Juan (y a mi abuela Aurora, la novia del marinero, la de los ojos color agua salada).

Ahora sí: feliz 2008 a todos.

sábado, 19 de enero de 2008


... la reconquista.

A doble o nada.

Marihuana.

Las tiras de cabello de la tarde son láminas ardientes que caen sobre la cama y las paredes.

Hace falta algo más que un hueco, varios minutos estirados en horas, para recordarte y recordarnos.

Cuando ayer era de noche

y tú llegaste,

afilamos la madera de la mesa

no logro recordar qué cenamos

(y era sopa)

pero el vino frío nos encharcó la boca y así

las palabras huyeron

contrarias a la lengua y acolchadas.

Big time.

Volvernos locos.

No sé si tienes sueño pero tus ojos

son la mitad enorme de lo enorme,

y el carrete en blanco y negro, clic, 4’5 de diafragma, un segundo partido en ocho veces,

Big time.

A doble o nada.

Que su voz estaba rota y no es tu cuerpo

tu cuerpo

porque es tu cuerpo

la silueta desnuda contra la pared

clic

clic.

Era la noche entonces

con la alegría de lo oscuro,

la luz viva del desorden,

Big time,

los vasos de vino frío.

Vivir en viernes que se acaban

sentir

todavía el sábado no se agota

la luz

a doble o nada

rasguños de tu cuerpo contra el mío

clic

a doble o nada.

jueves, 17 de enero de 2008


Llegarás mañana
para el fin del mundo
o el año nuevo,
mañana te mato
mañana te libro...


LHASA




Si hay que elegir soledad, yo elijo ésa.
Quién lo diría.
Ahora, el viento da la vuelta en la montaña y llama, huracanado, toda la noche.
En la habitación de al lado, unos zapatos son la única señal de vida. La estantería está torcida y quedan restos de incienso en la madera. He abierto los armarios y dentro todo estaba como antes de llegar. Pero una luna colgada del hierro de la ventana me dice. Casi la olvido.
Omito la tristeza y no cierro los ojos para recordar: el 1 de enero, el agua estaba fría y los pies terminaban por ser barcos invisibles. Hoy, aquí, el atardecer era un fuego agachado.
Pero ya no. Quedó afuera una farola, prendida de naranja, y gatos de la selva.
Meditaciones.
En el salón, un solo cuadro gobierna las paredes: "Quédate conmigo", dice.
Y aquí estoy.

lunes, 14 de enero de 2008


Lento enero
con su costillar
lleno de llaves de luz
cosa futura
y de tornillos
a veces
el óxido.
Hasta que suba la marea.

martes, 8 de enero de 2008

7 de enero de 2008

Altaria Huelva-Madrid

7:55

A través de la ventanilla se abre la mañana con su horizonte lento. La silueta del paisaje contrasta con un negro opaco que permite imaginar que esta tierra que atravesamos es a ratos la sabana y a otros ratos una porción brumosa de Europa Central, en vez de este pequeño norte de África donde crecen cañaverales, chumberas y tejados de cal blanca.

Entonces es que el amanecer lo confunde todo. También los cuerpos. Al fondo, el pico de una iglesia agarra un jirón de cielo rosa fluorescente y se lo enseña a las altas mandíbulas de una grúa. Todos los pueblos son lugares misteriosos y llenos de hermosura al amanecer. Luego, uno despierta junto a un cuerpo y el calor que éste desprende se convierte en una respiración básica y a salvo de la que la vida es capaz de alimentarse.

El cielo clarea, y las tristes palmeras y los hierros empiezan a reflejarse en los charcos que hay junto a las vías. Siempre queremos desprendernos de algo, de una parte del pasado, del presente o del futuro, pero a pesar de eso el cielo continúa cambiando milagrosamente de color y hay llanuras inexploradas y unas nubes lejanas

bienvenidas

que aguantan la irrealidad y lo maldito.

Sobre la hierba verde crecen las fábricas, pero todavía sobra espacio y la asfixia es sólo un mal recuerdo o una duda. La escarcha casi ha desaparecido con la luz, y todo lo que podía llamarse miedo ni siquiera es locura. Que, a lo mejor, nunca este paisaje me trajo tanta belleza y quiero retenerlo en el cajón de las tripas y los sueños. No puedo apartar los ojos del cristal porque en cualquier momento aparecerá la bestia del otro lado del mundo y los olivos, los eucaliptos y los vertederos de los riachuelos serán otra cosa y ya nunca más serán.

¿De verdad hemos convertido la palpitante angustia de la vida en un lento amanecer donde los pocos animales que quedan mastican, suavemente, hasta el final, las tiernas plantas del suelo tibio hasta dar, directamente sus encías sudorosas, con mi carne? El cielo será azul un día más, tus dientes han chocado con mis huesos, no recuerdo tus labios, dónde estás.

viernes, 4 de enero de 2008

(Tacheles, Berlín; foto Beatriz Moreno)




(Año 2008. Mañana del Día 2. Salón de David J. Calle Sol.)


La lluvia en Sevilla y los mamarrachos.


Hace frío en esta humedad de caudal lento.


Se han ido los amigos y quedan otros

y esta mañana el calor

dejó las persianas bajadas

y fue

a empaparse al río,

directo charco mojado de nuevo año.


Lo cotidiano detenido.

Esta ciudad es vieja y me gusta.

Tengo las manos frías y todo por hacer, otra vez.



Quizá salga a la calle,



el blanco calado de las paredes no casa con el gris,

pero habrá que moverse del sofá

apartar a un lado la música,

y después del tabaco,

tal vez,

empezar de nuevo con el mundo,


continuar.