jueves, 15 de diciembre de 2011

Cuatro. El nuevo mundo


Hoy me quemé con agua hirviendo derramada, y ayer también. Todos los días trajino con agua hirviendo en mi nueva época de esterilizar, así que, temo, me iré quemando. El dorso de la mano, la rodilla, salpicones en los párpados.

El viaje a la ciudad no fue (ya me lo advertí) muy productivo, pero sí necesario. Como lo del agua hirviendo: en un goteo iré yendo (siempre me alucinó/espantó esta construcción), cada semana, a lo mejor la expedición se convierte en regreso.

La noche anterior, sin embargo, ocurrió algo: conseguimos terminar de ver una película. ¿Tres, cuatro visualizaciones en días distintos para un solo largo? Y por fin. Vimos El nuevo mundo, de Terrence Malick. Es la única película que he visto suya, porque me dormí al inicio de La delgada línea roja. Tenemos una amiga que es fan, y que cuando habló de él en vez de lentitud dijo poesía y ah, yo piqué, facilona. Como no es una época de exquisiteces, tengo que decir que a mí El nuevo mundo me ha parecido, sí, una sarta de topicazos sobre el descubrimiento de América y la ingenuidad perdida del ser humano y un culebrón de los que hacen llorar. Smith, Pocahontas, en fin. Pero ¿cómo algo, pareciéndome todo eso, puede parecerme a la vez tremendamente bello, delicado, sutil, visualmente magnífico, históricamente emocional, de una sensibilidad nada plúmbea en la descripción de personajes y una acertada elegancia en el desarrollo de los niveles de drama o incluso de tragedia? Venga, ¿cómo puede ser que lo que otros suponen recortes violentos de metraje por necesidad de marketing a mí me hayan resultado finas e inteligentes elipsis? Pues así es. Sin hablar de la música. Y como creo que es un culebrón de los que hacen llorar, he llorado. Y las voces en off han dicho frases que me han recordado cosas verdaderas como amar, amar otra vez, doler, sentir, océano, tierra, poema, etc. Y los planos de árboles (altos, siempre antes de la nada está el árbol), del fango, de los campos de tabaco, de las embarcaciones y de las manos entrelazadas y todo eso no se me han hecho largos. Porque creo que es una película muy hermosa. Y porque esa historia de amor, mil veces repetida, la otra noche me pareció un resumen de la vida. Un resumen de la vida, a veces.

La verdad, qué ganas tenía, sencillamente, de emocionarme. De convertir lo ajeno (durante un momento) en una solución indolora.

Próxima misión: ir al cine. Fumar al salir, andando por las calles de la ciudad, ya a oscuras.

6 comentarios:

Miguel Ángel Maya dijo...

"Si te atreves a sorprender
la verdad de esta vieja `pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras,
seguramente vendrá
una presencia para tu sed,
probablemente partirá
esta ausencia que te bebe"
Pizarnik

Te quiero

Migue

Isabel dijo...

¡Se te entiende tan bien, ahora!

Besos y cuidados.

Anónimo dijo...

Ir al cine está sobrevalorado, como viajar (decimos los que no podemos hacerlo nunca). El otro día me escapé para ver 'Un Dios salvaje', y me pareció que en su crítica a la frivolidad hasta podía hacerse un poco frívola (¿no es magistral?), serán cosas de una espectadora desacostumbrada...
Besos!
Sonsoles

Reb dijo...

Pocas cosas hay más liberadoras que llorar una película mala. (seguro es estupenda)

NáN dijo...

No he visto esa, pero sí la última, "El árbol de la vida", que no por larga, sino por confusa e innecesaria, me ha parecido la peor de lo que he visto en el último año. Confunde la poesía con lo visualmente bonito. En fin, que salí cabreado.

Eso sí, el placer de fumar, tomar un güisquito y poner la peli a parir no tiene precio.

(Lo de las quemaduras en los párpados, ese llorar de afuera hacia dentro, me resulta inexplicable).

David J. Calzado dijo...

Ayer fuimos a ver The Artist y salimos reconciliados con la vida en alto grado. He pensado volver a verla cada día y así combatir mis úlceras pero quizá dejara de funcionar. Qué gusto el reencuentro.