miércoles, 6 de marzo de 2013

Casa tomada o el trastorno de estar vivo


Volver a algunos lugares de la era prehistórica, por ejemplo aquella fortaleza casi de cartón de diecisiete metros cuadrados donde viví durante el primer año de carrera, aquella fortaleza donde todo absolutamente todo era novedad empezando por mí misma, y donde leí "Casa tomada" por primera vez con el sentimiento consternado de que la emoción era algo supeditado al misterio y a la maravilla. La cama estrecha, en algún momento compartida, el pequeño frigorífico de hotel y la mesa bajo la ventana: el reino de la inexperiencia, ese valor inaudito, esa congruencia de vivir. "Casa tomada" y tantas otras letras que inauguraron un espacio ancho y oscuro por el que aún transito. Volver a ver aquellas páginas apretadas, el libro viejo regalado por alguien mayor que yo que dormía en un colchón en el suelo de una habitación en la calle Feria, alguna vez compartido. Pero sobre todo la novedad (yo misma novedad) de la soledad y la sorpresa. Ayer noche releímos "Casa tomada" en Torrecilla. En voz alta, cada uno una página del cuento fotocopiado. Durante la lectura, viaje a través del tiempo, en contra del viento, por la negritud y lo perfecto. Ya digo: aquella fortaleza casi de cartón de diecisiete metros cuadrados... Ante mis ojos la persona que en mí vivía con unos temibles dieciocho años. Tras la lectura un silencio, bien llamado conmoción. A la salida el frío, Madrid, los compañeros, la guinda de un pianista italiano tocando para nosotros el espectro de un París inhabitado. La cerveza rápida y nerviosa. La cosa que tiembla entre las manos del que todavía ama. Lo incongruente de vivir sabiéndonos expulsados de nuestra propia vida. 

lunes, 25 de febrero de 2013

Ni una sola sombra, ni un solo rasguño


Durante un rato la vida debería ser así. Un dormir con la mano abierta, sin apretar los dientes (al diablo con las férulas de descarga). Un dormir con tu mano abierta. Con tus dientes nuevos y afilados descansando. Más afilados tus dientes que la vida. Pero es imposible, imposible, imposible. A punto de perder la consciencia me pregunto: ¿dónde aprendimos a sustituir respiración por supervivencia? Intentaré cerrar los ojos, sumirme en tu ininteligible parloteo. Nada más me importa (reconciliación con la mentira). Que alguien me avise cuando acabe el simulacro. 

lunes, 14 de enero de 2013

Un relato inédito, por ejemplo


Tantas cosas pendientes de contar que es aburrido sacar un rato y abrir la baraja. Yo pienso mucho en este blog. A lo largo de los días escribo entradas imaginarias. Pienso mucho también en mi cuaderno. A lo largo de los días apunto señales imaginarias. A veces suena el trombón: me siento, agarro el lápiz, escribo algo parecido a un poema. Trago todo el vino y me siento satisfecha. Juro que lo haré más a menudo, como antes. Pero hay tantas cosas ahora que antes no hacía, que siempre estoy en falta. No importa todo esto. Quizá es suficiente con hablarle a los amigos, a los que puedo tocar, a los que también agarro, con los que trago todo el vino. Por supuesto escribo cartas, siempre escribo cartas (la gente que está lejos no lo está así). Por supuesto, espero cartas. Algunas no llegan. 
De verdad tengo muchas cosas que contar, más o menos importantes, incluso decisivas e intolerables o magníficas. Y un montón de tonterías del día a día. 
Una de ellas es que hay un relato inédito aquí. Lo escribí para una cueva (ya saben, las cuevas). Le cambié el título, le puse "Se parecía a Drew Barrimore", que creo que es un título tan malo como el que tiene ahora. El título es malo, el relato ya me diréis vosotros, pero la revista donde se ha publicado es buenísima. Gracias, Gui. 

sábado, 24 de noviembre de 2012

Después de la apnea


Yo no sé si soy la hiena o el antílope destripado
pero algo suave y muy mojado ha venido a decirme que hay esperanza para ambos. 

jueves, 15 de noviembre de 2012

El plato que antes nos comíamos caliente ahora nos lo sirven frío



Para Nano: en celebración de su nostalgia de Aullido,
en celebración de nuestras lecturas en cuevas. 


No hemos cambiado tanto y sin embargo somos enteramente otras personas
bajo las marcas de la cara bajo la delgadez bajo el mentón envejecido
ahí estamos, robustos, recios y diamantes
el puño de ilusión que nos abrasó el estómago esa vida cuando recién empezaba
la gloria de sufrir a los veinte años
la mala memoria de sentir.

No hemos cambiado tanto y sin embargo el cerco se hace estrecho hasta la asfixia
y aquello que pensábamos vivir
aquello que no existe 
nos roza como el frío
la desazón de una noche sin nada entre las manos.

No hemos cambiado tanto y sin embargo el cine de los noventa
los pantalones vaqueros sin bolsillos las broncas con tu padre
o los veranos eternos redentores del hastío.

Algunas cosas quedan 
seguimos siendo jóvenes para según qué nostalgias
seguimos siendo finos devoradores de tácticas amargas
y todos los amigos que nos aman siguen dando sentido y estocada.

No hemos cambiado tanto pero, mira, yo no me reconozco en el recuerdo.
Y cuando a veces lloro en el sofá un viernes por la noche
nunca es por otro cuerpo u otra lucha
cama destino fiebre y desvarío
lloro solo por mí 
porque hemos cambiado tanto y sin embargo 
sigo siendo la misma.



miércoles, 24 de octubre de 2012

Recuento de pequeñas felicidades un día después de cerrar por completo La Cosa Pantanosa

Debería haber ido contando estas cosas a su debido tiempo. De algunas ya han pasado un par de años pero quiero nombrarlas ahora otra vez. Otras son tan recientes que aún no me dio tiempo a disfrutarlas del todo. No voy a extenderme. En estos lugares que aquí muestro he tenido el lujo de habitar. 
Muchísimas gracias, a quien corresponda. 

(Por orden de aparición.)


Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual. Edición de Gemma Pellicer y Fernando Valls. Menoscuarto, 2010. Mi relato: "Recuerdos para Olga". 


El libro del voyeur. Pablo Gallo (ilustraciones, edición). Ediciones del Viento, 2010. Mi relato: un micro erótico escrito expresamente para la ocasión. 


La banda de los corazones sucios. Antología del cuento villano. Edición de Salvador Luis. Ediciones Baladí, 2010. Mi relato: "Pipa de melón", un homenaje a Ed Gein (más conocido por Norman Bates).


Antología del microrrelato español (1906-2011). El cuarto género. Edición de Irene Andres-Suárez. Cátedra, 2012. Mis relatos: "Futuro imperfecto" y "Primer día".


Mar de pirañas. Los nuevos nombres del microrrelato español. Edición de Fernando Valls. Menoscuarto, 2012. Mis relatos: "Futuro imperfecto", "Residencia en la tierra", "Apoyado en un Mustang del 66" y "La indulgencia". 


Por último, mostrar este valioso hallazgo semi-gestado en el Cabo de Gata. Raquel Rodríguez, valiente escritora y editora, saca de tanto en tanto esta revista (ahora a punto de salir la del 2012), donde tuve el gusto de colaborar con algunos poemas inéditos (y compartir espacio con Miguel Ángel Maya, por cierto). Aquí podéis leerla entera. 




jueves, 13 de septiembre de 2012

Extraña forma de promocionar dos talleres de escritura

Tenía muchísimas cosas que contar. Ese tipo de cosas de cuando aparentemente no hay actividad pero en realidad todo cae frente a tus ojos a velocidad de rally o de competición de moto acuática pero una vez más El Tiempo 
bueno ya sabéis de lo que hablo
(de lo que siempre hablo)
(esa frase adoptada de tu madre: me acabo de sentar, no he parado en todo el día, ah, ¿ya pasó otra semana?)
pues eso
El Tiempo 
Ese Gusano Escurridizo
(y demás).
Por ejemplo quería contar que efectivamente el verano fue como esperaba.
También que he tenido el placer de participar en nuevos libros: libros que se merecen una entrada aparte. 
Que el regreso a Madrid tiene la contradicción del aire calcinado frente a la liberación de su pluriempleo emocional, su adolescencia incansable. 
Que leer poemas de Cortázar (esos poemas que tanta gente tacha de malos pero que no dejan de ser Cortázar y punto) junto a varios amigos y una botella de mezcal traída de México es la mejor bienvenida a los fantasmas. 
Que en la plaza Antón Martín han sustituido un Burger King que hacía esquina por otro comercio más de ropa china quizá para mayoristas y también para minoristas y ese es un buen resumen de nuestra macabra economía (ah, no crean que Burger King ha sido derrotado, solo se ha mudado unos metros en calle Atocha, quizá ocupa ahora un antiguo comercio de ropa china). 
Bueno, vale, en Callao han abierto una estupenda librería de ciudad-con-glamour. Es inevitable que se te caiga la baba al entrar.
Como veis, tenía muchas cosas que contar. Incluso alguna interesante.
Pero de verdad que voy corriendo detrás de mí misma y que avanzo a través de los días y ya estamos en septiembre y quiero hablar de algo importante porque este año vuelvo a abrir la convocatoria para el taller online y abro una nueva convocatoria para un taller presencial en un lugar precioso de Madrid (pequeño, blanco y precioso). 
Si pincháis en las fotos podéis ver la información del programa, el precio, la duración, el lugar del presencial, la metodología del online. Sí, los carteles son casi iguales. Pero no iguales del todo. 
Ojalá tuvierais tiempo y ganas para subiros conmigo a este barco. 
Prometo que. 
Gracias. 






viernes, 20 de julio de 2012

Menos mal que por fin tengo una bici de paseo

Había una vez cuando era verano de verdad cuando el verano de verdad era esa región laxa y atrevida donde el mundo cabe esa cápsula de alto riesgo de felicidad no hace tanto no creas que me refiero al verano de la infancia el verano de la infancia era sencillamente largo y salado y piedras bajo las sandalias y la piel blanca y fresca de mi abuela cuando dormíamos juntas y las pieles morenas y brillantes y curtidas de mis otros abuelos al sol a las sardinas al vino chorreante y con casera sí suena bien porque los veranos de la infancia suenan bien pero en los veranos de la infancia también suceden cosas horribles que no voy a contar ahora yo me refería a muchos otros veranos aquellos de bar y calle aquellos de las pipas al atardecer de la playa aquellos de la amistad y la seducción y la carretera sí a esos pero no solo a esos no hace tanto que mis veranos eran otra cosa que esto de hoy precisamente en el año 2009 viví a la orilla del Mediterráneo durante más de doce semanas y eso son muchas semanas créeme y me dio tiempo a recordar que mi vida bajo el sol mientras evite pensar en el cáncer de piel y etc que mi vida bajo el sol y leyendo y tumbada junto a una orilla y alguna noche calurosa bailar y leyendo y llenar de arena el maletero del coche y el asiento de atrás y sencillamente beber algo muy fresco y a la vez muy fuerte cuando ya es de noche y sencillamente no importa qué hora sea y sencillamente los dientes relucen en la oscuridad a través de las sonrisas y esa otra lentitud de la vida adulta esa que endurece los músculos y permite el placer y sencillamente ese verano me di cuenta de que vivir así es maravilloso y pensé tan ilusa que eso haría cada verano porque sí porque soy dueña de mi vida somos dueños de nuestra vida y entonces el verano que viene haré lo mismo y me exiliaré en un sitio donde pueda andar descalza y leer varios libros por semana y beber desde temprano y además de todo me sienta guapa en fin ya sabemos que en realidad ni somos dueños de nuestra vida ni nada por el estilo o bueno sí lo somos pero independientemente de la prima de riesgo no somos tan valientes como para hacer uso de ella así que ahora también es verano por fin lo es y Madrid quema y está polvorienta pero hermosa y parece que todo es lo contrario de aquello porque una coz me hace daño en el pecho y por las noches dejo que los mosquitos nos piquen y a ella le hacen unas ronchas demasiado grandes para su cuerpecito y todo es tan cansado incluso cuando en medio de una manifestación multitudinaria te encuentras con tus amigos y la plaza de Neptuno está llena de nihilistas y decidimos irnos a tomar una cerveza pero hay algo raro en el ambiente y a mis amigos los quiero tanto y me da tanta alegría verlos pero hay algo raro en el ambiente quiero decir en mi ambiente dentro de mí creo que tengo miedo creo que estoy demasiado agotada creo que el futuro me asusta a pesar de los bellos planes de futuro creo que necesito pararlo todo y observar tus ojos grandes ah sí te estoy hablando a ti qué creías creo que necesito de una vez alojarme en un pequeño hotel de una sola estrella un sitio delicado e inigualable y que nos duchemos juntos si hace falta los tres y salgamos con el pelo mojado y los dedos de los pies al aire y nos perdamos por las enrevesadas calles que hay junto al puerto y nos sentemos donde huela bien y bebamos mucho vino como aquella vez que era todo justo así pero ella no estaba y bebimos mucho vino del País Vasco y yo te dije algo que cambió para siempre nuestra vida pues igual creo que debemos hacer eso lo necesito escapar huir olvidarnos de nuestra familia y su dolor de nuestro trabajo de nuestros fantásticos amigos de nuestra casa que se ensucia y se desordena cada día adiós Madrid adiós angustia política recortes etc el terror y todo eso de no llegar a fin de mes porque si durante el tiempo suficiente miro tus ojos tan enormes tus ojos que no son cuadrados no son redondos no son triangulares tus ojos que tienen esa forma gigantesca de ser ojos y si durante ¿te imaginas? el tiempo suficiente puedo mirarla a ella a nuestro lado sin hacer nada más a ella que tiene precisamente tus ojos quizá el verano parezca un verano otra vez incluso parezca que somos dueños de nuestra vida los tres nuestra vida verano nada más laxitud urgencia felicidad eso no pasará todavía no este verano este verano hay que trabajar hay que seguir preocupados hay que sufrir un poco a veces por las cosas horribles que la vida tiene y bueno supongo que sobreviviremos a esta época a esto polvoriento pero hermoso tú siempre dices que no pasa nada porque estamos juntos y en realidad tienes razón pero tengo que mirarte bien dentro de los ojos para creérmelo de verdad porque todo se agolpa los acontecimientos cotidianos no nos dejan respirar aún no he cerrado mis cuentas de Bankia aún no llené de fotos las paredes aún no leí Hay alternativas todavía me espera ese largo libro de Tsvetáieva por ejemplo y seguimos en lista de espera en el grupo de consumo y otras cosas más necesarias ya lo sabes que todo se amontona menos mal que a veces por las tardes tú y yo a veces cuando nos encontramos y es justo el momento menos mal que cuando ella sonríe o mucho mejor cuando se ríe a carcajadas menos mal que entonces todo tiene sentido y sí estoy segura tengo que ser optimista estoy segura de que pronto nos alojaremos en un hotel donde nadie nos conozca y nos ducharemos si hace falta los tres juntos y quizá ya haga frío pero nos secaremos el pelo e igualmente con calcetines y botas saldremos a la noche a husmear por las calles enrevesadas alrededor del castillo hasta que encontremos un lugar donde huela bien y nos sentaremos y nos miraremos a los ojos vosotros dos con vuestros ojos gigantescos y los míos no tanto yo querré vino blanco lo sé mucho vino blanco y mucha lentitud y para ella pediremos un vaso de agua del tiempo mientras nos lo traigan además de mirarnos a los ojos podemos sonreír dime si te parece un buen plan



Fotografía de Martin Munkacsi

miércoles, 27 de junio de 2012





La mano libre es tu mano, y la del espejo es mi mano. 
Si te quemas, ardo.
Si tienes frío, mi corazón se congela. 

viernes, 25 de mayo de 2012

Como todo es una absoluta mierda, zambullida en mis filias: tengamos los ojos limpios para leer




Querido y viejo amigo:

De todo lo que me dices en tu postal, con la letra tan pequeña, solo me da miedo una cosa. Dices que tu voluntad para leer es destructiva, que nada te consuela, que no eres capaz de terminar un libro. Los años, las pestañas quemadas, las excentricidades propias y el desasosiego de la vida; supongo que no es para menos. Supongo que debería pasarnos a todos, y sin embargo me rebelo ante esa condición desengañada e insatisfecha. ¿Qué ocurre, por qué desapareció la blanda capacidad para el disfrute? Blanda es una palabra con tantas connotaciones peyorativas que uno la desecha rápido como mosquito en nariz, como bicho desconocido cosquilla en hombro. Pero la blandura (que no la debilidad, la futilidad) es lo esponjoso, es la capacidad para absorber, que ojalá fuera infinita en algunos mecanismos de nuestro interior. Me pregunto, me indigno. ¿De verdad no hay nada que te haga sonreír, llorar, abrir los ojos? ¿Entre todo lo que hay, lo que hubo? ¿Nada te revienta? No puede ser, no me lo creo: ¿qué buscas ahí, entre las páginas, con qué demonios te esperas encontrar, qué necesitas, para que nada te golpee?

Yo, quizá por la falta de tiempo, me dejo embelesar, y que el mundo me conserve la ingenuidad lectora (quiero decir la que me queda). Me adentro en la novela decimonónica como en un palacio, y si me pierdo, y si me aburro en los pasillos (tan largos a veces, fríos), cierro el libro y duermo porque mañana será otro día. Cuando ya no puedo más, me perdono las páginas que me queden: si estuviese en la cárcel o de nuevo tuviese dieciséis años, los libros de mil páginas serían pan comido, pero por desgracia como de otro pan histérico. Cada párrafo brillante ha brillado en mis ojos, cada personaje imperfecto y simple, inolvidable. Luego salto a otra cosa: últimamente los norteamericanos me satisfacen, llegué tarde a sus orillas. Algunos norteamericanos relatistas (ayer terminé La última noche, de James Salter) son los maestros de la foto, nadie como ellos, en verdad, describe tan hirientemente a una sociedad a una familia a un personaje con un par de diálogos parcos, que pueden parecer irónicos o idiotas, que te hacen sentir hastiado o idiota, nadie como ellos en tan poco espacio (ese párrafo inicial, que parece inocente, un poco desmañado, como de cartón piedra; esa acotación al diálogo como espina de pescado) radiografía tanto. Luminosamente fotografían lo deprimente que es la vida y al final te duele en los ojos igual que un flash. Ya alguna vez te dije: Alice Munro, oh dios. Lorrie Moore, sagaz. Ethan Canin, disimulado torturador. Pero hay tanto más, y tanto más que desconozco, y eso es lo mejor y lo desquiciante. Mi sufrimiento es otro: anoche mismo me latía el corazón como enfermizo revisando de lejos las estanterías de mi salón; muevo los dedos como una pianista agotada y sueño con el imposible de un destierro, de un paréntesis largo, sol y una montaña de libros y moscardones lentos alrededor, de los que uno no tiene que espantar. Tengo tanto por hacer, tanto que no conozco. Solo con los muertos no tendría tiempo de acabar. (Precisamente con ellos, ahí está el futuro, en los muertos.) Pero aún hay algunos viejos vivos que hicieron un enorme trabajo. No espero la redención, no espero devorar: simplemente leer. Subrayar un párrafo, admirar una técnica, temer por el destino de un personaje como temo por el mío, cerrar un libro horrorizada por el miedo o la obscenidad. Ampliar mi campo de batalla. Lo moderno es otra cosa: ya por mi trabajo leo mucho de eso y entonces. Lo moderno está ahí y en ocasiones es conflictivo para mí y a la vez menos mal que está ahí como estamos nosotros y como vendrán otros, pero como no hay tiempo para nada no hay que lamentarse por la falta de comunión. En lo contemporáneo, claro, también está el futuro, aunque desconocido (Los ingrávidos, el ejemplo de una sorpresa última).

Hay que leer como si nadie existiera. Hay que despreocuparse de la soberbia. Hay que temer y confiar. ¿Es que alguno de nosotros esperaba que Claus y Lucas arañaran nuestras ventanas con sus uñitas, cerradas a cal y canto por la ignorancia? Y Claus y Lucas, recuerdas, llegaron como un regalo hiriente. Y así, poco a poco, va llegando la vida a nuestros pies: barro muchas veces, a veces fina arena salada. Como vinieron Mark Strand o Cummings (la lucidez de los hombres), como las citas de Anaïs Nin o de Beauvoir, sus frases desgarradas y obsesivas. Pasan cosas: un día llegó ese pasaje de La ciudad feliz y convirtió a la odiosa Hello Kitty en un icono imborrable (soy capaz de ver a esa niña perdida, ese bolso de plástico rosa inalcanzable). Querido y viejo amigo: podría seguir toda la mañana rebuscando en mis recuerdos y en mis libros pendientes, para intentar, absurdamente, insuflarte un poco de ilusión. Siempre fui una combatiente del entusiasmo. Y no, claro que no ando todo el rato alucinada, claro que me aburro, me pierdo, me canso, claro que siento vergüenza ajena (y propia). Claro que ya nunca más tendré aquellos años y claro que la existencia es agotadora y dura. Pero, ¿sabes?, esta mañana iba en el autobús, muy temprano, y la ciudad tendía los puentes de la luz entre los individuos, con este cielo de antes de verano, y yo me sentía bien, no como todas las mañanas, solo como algunas, y mi cabeza estaba fresca porque me he lavado el pelo con agua muy templada antes de salir de casa, y en mi asiento favorito del 50, junto a una mujer que leía un best-seller, he abierto un libro nuevo, aunque no recién comprado (no caducan), he quitado la fajilla y la he escondido dentro para que sirva más tarde de señalapáginas, he leído los créditos, he acariciado la portadilla, el título, y he empezado a leer un cuento que se llama «Ultramort». Querido y viejo amigo: una sonrisa se me ha colado entre los ojos, la suavidad en los párrafos, el contenido que me espera, los versos conocidos de Jaime Gil de Biedma, describir la playa y sentirla, la acidez de las imágenes, la brutalidad, etcétera, etcétera. Puedo estar contenta, seguramente unos cuentos me gustarán más que otros, quizá no encuentre lugar para terminar el libro a tiempo, etcétera, etcétera, pero «Ultramort» está ahí como esas atalayas viejas que todavía no hemos derribado, como ese momento del día en que todavía todo es perfecto, como la carretera angosta y arenosa que nos llevará al infierno, escuchando en la radio del coche esa canción que todavía, muy a nuestro pesar, nos rompe el corazón. Querido y viejo amigo: lee como si todavía. Porque, lo queramos o no, todavía. 

jueves, 19 de abril de 2012

Cosa Pantanosa terminada. Conviviendo con Borís Pasternak Parte II

Hace tiempo que estoy convencido de que el arte no es la denominación de una categoría o de un ámbito que comprende una cantidad ilimitada de conceptos y de fenómenos con sus ramificaciones, sino, al contrario, que es algo restringido, concentrado, la designación de un principio que integra la obra de arte, el nombre de la fuerza aplicada en ella o la verdad que se ha trabajado. El arte nunca me ha parecido un objeto o un aspecto de la forma, sino más bien la parte misteriosa y oculta del contenido. Para mí está claro como la luz del día, y lo siento con todas las fibras de mi ser, pero ¿cómo expresar y formular este pensamiento?
Las obras hablan de muy diversas formas: con los temas, las situaciones, las tramas y los personajes. Pero sobre todo hablan con la presencia de arte en ellas contenida. El arte presente en las páginas de Crimen y castigo trastorna más que el crimen de Raskólnikov. 
[...] Es una especie de pensamiento, de cierta afirmación de la vida, que por su amplitud lo abarca todo, no puede ser disgregado en palabras separadas y, cuando una pizca de esta fuerza integra cualquier compuesto más complejo, el aditivo del arte aumenta el significado de todo lo demás y se revela como la esencia, el alma y el fundamento de lo representado. 


El doctor Zhivago, Borís Pasternak, traducción de Marta Rebón.


(Y cómo sería de vivificador haberse acercado, alguna vez, mínimamente, a algo parecido a eso...)

martes, 17 de abril de 2012

Cuatro de nosotros

Guillermo Ortiz preparó un curioso reportaje hace unos meses para la revista Zona de Obras; por falta de presupuesto no ha llegado a publicarse, pero lo ha colgado en su blog, y yo querría compartirlo con vosotros. 
El reportaje se llama
Espero que lo disfrutéis. Gracias, Guille.

viernes, 13 de abril de 2012

Por qué adoro a Marta Rebón. Conviviendo con Borís Pasternak, Parte I

De repente todo cambió, el tono, el aire, no se sabe en qué pensar ni a quién escuchar. Como si durante toda la vida te hubieran llevado de la mano, como a una niña, y de improviso te soltaran: va, aprende a andar sola. Y no tienes a nadie a tu alrededor, ni a los amigos íntimos ni a las autoridades. Y entonces se desea confiar en lo esencial, en la fuerza de la vida, o en la belleza, o en la verdad, para que ellas, y no las instituciones de los hombres ahora derribadas, te dirijan, del todo y sin pesar, de modo más completo que en tiempos de paz, en esa vida a la que nos habíamos acostumbrado y ya no existe. Pero en su caso —Lara cayó en la cuenta a tiempo— ese objetivo y esa certeza sería Kátienka. 

[...]

Lo nuevo era la enfermera Antípova, que la guerra había arrojado quién sabe adónde, con una vida completamente desconocida para él, que nada reprochaba a nadie y cuya taciturnidad era casi una queja, enigmáticamente lacónica y tan intensa en su silencio. Lo nuevo era el honesto y sobrehumano esfuerzo de Yuri Andréyevich de no amarla, así como durante toda la vida se había esforzado en acercarse con amor a todos los hombres, y no solo a la familia y los allegados. 

Borís Pasternak, El doctor Zhivago, traducción de Marta Rebón, Galaxia Gutenberg, 2010.

martes, 20 de marzo de 2012

Lo único revelador de todo esto es el poema de Ashbery que hay más abajo




Una sensación de silencio y frío en el autobús. La hora de la siesta, las nubes. La gente iba lenta y callada y muchos viejos. Frente a mí se han sentado una madre y una hija. Yo estaba leyendo a Ashbery y advierto que uno no debe entretenerse con nada cuando lee a Ashbery pero la niña, con unos ojos redondísimos y enterrados en los párpados y azules, me ha mirado fijamente y ya lo he perdido todo. Hay algo inherente a toda la infancia: la manera directa de mirar, con curiosidad, alzando la barbilla y la nariz en señal de concentración o desafío. Tendría tres, cuatro años como mucho, no lo sé, todavía no soy capaz de calcularlo. Su madre le hablaba en polaco o en croata o en ucraniano y ella le contestaba en español. Llevaba un chándal rosa con las rodillas gastadas de arrastrarse y un abrigo precioso. De vez en cuando, su madre la besaba, la agarraba cuando el autobús daba violentos bandazos. Ella se ha puesto a observar las manos de su madre. ¿A ver?, le ha dicho, dándole la vuelta para mirarle el dorso, ¡tienes una pupa! Efectivamente, la madre tenía un punto rojo y minúsculo, imperceptible, en el nudillo del dedo corazón. Le ha contestado en ruso o en eslovaco o en búlgaro y ella le ha preguntado ¿te duele? y, aunque la madre lo ha negado, le ha dado un beso, varios besos en los nudillos. Las manos de la niña eran como las de la madre pero pequeñas. Iguales: las yemas de los dedos cuadradas. Los ojos de la niña eran como los ojos de la madre pero más azules. El perfil chiquito, la esbeltez de la figura. Yo he recontado para el futuro; me he hecho preguntas, muchas preguntas. ¿Cuántos son dos años, tres, cuatro? ¿Las mismas manos? La misma nariz, al menos. Quién lo imagina. Pero la genética, ahora lo sé, es mutante, también, y traicionera, y entonces he dejado de pensar, para no encontrarme con los alelos carnavalescos y el destino y el azar y todo eso. La niña llevaba una cebra de trapo, sucia, agarrada del cuello.

Ya estábamos llegando a mi parada y me he levantado bruscamente antes de tiempo. Al otro lado del autobús, unas viejas muy pintarraqueadas daban el parte: la cosa se está poniendo muy mal, y en esa calle están atracando mucho, dice una, la del abrigo de visón o de lo que fuera y la cara llena de arrugas. Sí, sí, el otro día le arrancaron el bolso a Mengana, añade con satisfacción. Pero luego se lo devolvieron, dice la otra, que yo estaba con ella. Bueno, que está la cosa fatal. Y cambian de tercio, quejándose de que cada día hay que esperar diez minutos al autobús; al parecer, salen de casa a una hora diferente para probar pero siempre les toca esperar diez minutos. Se abren las puertas. Me bajo de un salto.

Lo único importante de todo esto es que uno no debe entretenerse si está leyendo a Ashbery. Me he dado cuenta de que leer a Ashbery en lugares públicos tiene algo redentor (en el sentido laico de redimir). El libro no es mío e intento cuidarlo al máximo, las páginas están limpias y lisas. Pero he de leer algunos poemas varias veces, para que hagan efecto, para que de verdad se me congelen en el conocimiento y por el tiempo que dure esa lectura mi existencia (la de todos nosotros) sea liberada (purificada en el sentido laico de limpieza) de recortes, contaminación, hundimiento económico, células mutantes, privatización, terroristas, impagos, la desazón, lo mismo de siempre, ya lo sé. Ashbery dice lo que piensas, lo que no fuiste capaz de pensar, dice lo mismo, lo que no entiendes, lo que está oscuro, aquello a lo que nunca terminamos de poner palabras. Esperando una cola en cualquier sitio público, carraspeo para leer de nuevo, como si fuese a alzar la voz, como si me atreviera a mirar alrededor y decirle a la gente algo así. No me atrevería nunca. Repito en silencio. Por ejemplo este:

pero ¿qué va a hacer el lector con esto?

¿Un lago de dolor, una ausencia
que lleva a un mar en floración? Dale una vuelta de tuerca
y observa cómo los siglos comienzan a desmoronarse
uno encima del otro, como pisos de un edificio en llamas,
hasta que llegamos a esta tarde:

esas pocas palabras deliciosas extendidas por la superficie como mermelada

no importan, ni tampoco la sombra.
Hemos estado viviendo de una forma blasfema en la historia
y nada nos ha dañado o puede llegar a hacerlo.
Pero cuidado con la monstruosa ternura, ya que fuera de ella
los mismo archivos romos nos acechan. Los hechos toman el control de la red

y la dejan hecha ceniza. De todas formas, es la vida interior
de la persona lo que nos da algo en lo que pensar.
El resto es tan solo drama.

Entretanto, las combinaciones de cada circunstancia prolongable
de nuestras vidas continúan soplando contra ella como hojas nuevas
al borde un bosque una encarnizada batalla acontece brutalmente
durante todo el día. No es el entorno, nosotros somos el entorno,
mirando afuera desde el exterior. Las sorpresas que la historia
nos tiene preparadas no son nada comparadas con el golpe que nos damos
cada uno de nosotros mismos, aunque el tiempo todavía lleva puestos
los colores de la mezquindad y de la melancolía, y la vida en general
nos sigue yendo demasiadas tallas grande, pero
mantiene su estilo, hilado de cosas que nunca acontecieron
junto con aquellas que sí lo hicieron, provocando que sobreviva un estado de ánimo
donde la vida y la muerte nunca podrán hacerlo. ¡Hazlo dulce de nuevo!

John Ashbery, Una ola, traducción (jum...) de Ignacio Infante.

domingo, 26 de febrero de 2012

Doce. Mu-danza



Por fin unas pocas estelas blancas cruzan partes del cielo. La sensación de sol desaparece, merma. Suficiente para respirar, para empezar a deprimirse: es domingo, algún vecino de esta cerrada urbanización de adosados ha contratado a unos jóvenes con escaleras y sierras mecánicas; podan sus setos como si vivieran en un palacio. Los niños afuera revolotean con indiferencia. Los adultos, en chándal, bromean, fuman, se sienten laureados en el último día de la semana. Coches excesivos aparcados junto a las casas. Pero el chándal, el corte de pelo, las típicas palabras, el gesto en los ojos: no concuerdan. ¿Por qué imagino la tristeza de las familias en este conjunto feo de adosados? ¿Por qué todo me parece la representación de la infelicidad? Es un prejuicio hipócrita. Una falsa soberbia. El miedo propio.

Pertenezco, ahora mismo, a esta comunidad de vecinos. La normalidad es apabullante. Por dentro, supongo, todo gritos, histeria, infantilismo, ratos de placer. Problemas de dinero, problemas de adaptación, eyaculación precoz o bruxismo. La vida misma. Me dispongo a huir. Recojo a mi familia y nos vamos; hoy es el último domingo que viviremos aquí. Nuestro último domingo periférico. Estas mininubes acentúan el espejismo premudanza. Tantas cosas que hacer en los armarios. Me deshago de ollas de latón de la época victoriana. El pasado en bolsas de basura, el pasado inútil en bolsas de basura, el presente en una bolsa de basura negra, imposible de reciclar, con ella se asfixiará un pelícano.

Vuelvo a la colmena. A la intoxicación. Al anonimato. Ahora mismo, el país es una mierda. Todo lo que ocurre es tenebroso, ridículo o amenazante. Menos cuando la sangre nos salpica y se nos introduce en los agujeros de la nariz, menos cuando la sangre ajena o propia nos mancha un diente, nos deja una marca en el cuello blanco, esta realidad de mierda está cubierta de una pátina tipo neopreno, tipo metacrilato, tipo acero blindado que consigue que todo nos dé lo mismo, que todo nos parezca (un poco) de mentira. Somos la petulancia, la contradicción, el mal pueblo. Hablo por mí, yo siempre hablo por mí. En esta urbanización de adosados lacrimógenos, se me acentúa la sensación. Convertir el vértigo en irrealidad, pasar de todo. Quiero salir a la calle, alzar las manos. Y también quiero, cómo no, salvarme el culo. Lo siento: lo necesito. Dicen que el cupo de desgracias per cápita es infinito, pero me niego a tolerar ni una más. Empiezo a desear fervientemente que todo pase: la mierda de país y los trágicos murmullos personales. No sentirme culpable por querer hablar solo de cine, de libros, de las proteínas de la leche y del refuerzo de goma en los zapatos para los primeros pasos. No sentirme culpable por no tener fuerzas ni para asumir un simple resfriado. Incluso un simple resfriado puede ser el enemigo. Adiós, desgracia.

Vuelvo a la colmena. A la ciudad que nunca dejé de amar.

Haré el esfuerzo por conservar a los pocos e imprescindibles amigos de este lugar. Bailaré el esfuerzo de encontrarme con los viejos. No sé qué más haré. Recojo a mi familia y huimos hacia el barullo buscando la calma. La distancia, el aire intoxicado, recorrer los parques y las avenidas. Trabajar duro: es un milagro sobrevivir, al fin y al cabo. 

miércoles, 8 de febrero de 2012

Once. Imaginando que la vida fuera esto


Juegas con un trozo de pan duro. Con tus pequeños dedos índice y pulgar, vas sacando las miguitas como si fueran piezas de la maquinaria de la luna. A tu alrededor, la manta de patchwork se va llenando de pan desmigado. Observas las miniporciones de trigo, las rascas contra la tela. Estás silenciosa, clandestina. A veces me miras con intrigante expresión. En el gesto de tu boca, el júbilo disimulado de no-tienes-ni-idea-de-lo-que-acabo-de-descubrir. Sigo trabajando. De pronto empiezas a toser, te has atragantado. Corriendo me arrodillo a tu lado, te doy agua en tu vaso especial de aprender a beber. Tienes los ojos llorosos. Cuando pasa el obstáculo, sueltas tu carcajada de gamberra. Ya podemos empezar de nuevo. 

lunes, 30 de enero de 2012

viernes, 27 de enero de 2012

Nueve. Ahora me toca a mí



Antes de ayer le leí un cuento por primera vez. 
(En ocasiones leo en voz alta mis lecturas, pero eso es distinto; eso se parece más a la locura o a la soberbia de pensar que se enterará de algo, que le importará.)
El de antes de ayer era un cuento para ella, especial. No sé si me hizo mucho caso, pero me late el corazón de impaciencia por el mundo nuevo (y viejo) que se abre ante mí. 

martes, 24 de enero de 2012

Ocho. Mi corazón es una mansión Dotcom o todos necesitamos que el invierno llegue de una vez

Otro día de sol.
Otro día de sol.
Otro día de sol.
Otro día de sol.
Otro día de sol.
Otro día de sol.
Otro día de sol.
Etcétera, etcétera. 
España no produce petróleo.
¿Qué produce España?
Otro día de sol. Otro día de sol. Otro día de sol.
Supongo que alguien tendrá la delicadeza de señalar el camino con flechas, con marcas en los árboles, con cruces sobre la puerta del centro de la Tierra. 
Digo, para los que estamos completamente perdidos.



miércoles, 11 de enero de 2012

Siete. Las cosas del año nuevo



Me hipnotizo con Las mejores intenciones (dirigida por Billie August, escrita por Bergman). Me hipnotizo tanto que no veo la película, sino la serie de cuatro capítulos, como me habían recomendado, para que dure más. Creo que todo lo que hace Bergman me gusta, todo en lo que tome parte. No conocía esta obra, y es un préstamo de Aitor, con quien uno puede estar hablando (aprendiendo) de cine hasta siempre, hasta que se acabe. Ir a merendar orujo de hierbas a casa de alguien un domingo por la tarde y llevarte prestada una película escrita por Bergman es un planazo. Esto me resulta una joya rara, un participio, algo antiguo lleno de nostalgia, pero sin embargo es de ahora mismo y si hago recuento no es tan extraño ni tan ocasional. Mila me trajo un libro de Medardo Fraile la víspera de final de año. Una edición preciosa de los años setenta. No había leído a Fraile y estaba pendiente. Sin mover un dedo ya, aquí. He devorado el libro a picotazos antes del sueño y a borbotones en una sala de espera. Maravilla, algunos: «Las profesiones», por ejemplo. Y hace algunas noches terminé de leer un cuento llamado Nieve que me regaló mi hermana. No subrayé ninguna frase, impactada por la brevedad de la página, por la pequeña metáfora. Un cuento de los que deberían contarnos antes de irnos a dormir. Incluso hay más: ayer por fin empecé un libro que me trajo en sus manos Aroa, un libro que yo la vi leer a ella, Purga, de Sofi Oksanen. Genial título y apellido rastro. Es una novela generosa, y apenas llevo cuatro capítulos, la leo con curiosidad y un poco con ceño fruncido. Aroa es una de mis portadoras de libros. Cuando voy a su casa me presta siempre alguno. Tengo que devolvérselos. Los tengo apuntados en una lista: ella me prestó Las teorías salvajes y también Las lagartijas huelen a hierba. No contenta con eso, a veces me manda paquetes por correo. Dentro, cosas como Los ingrávidos. De Los ingrávidos podría hablar mucho rato y a la vez callar, porque me fascinó en modo congelamiento. Ocurre que lo leí en un hospital, y quiero que pase más tiempo para deslindar ambos recuerdos: Valeria Luiselli y hospital. Asombro, rabia, absoluta comunión y un poco de envidia. Hospital.

Hoy es una noche como otra cualquiera y a la vez es una noche que destruye a las demás. Uno tiene a veces que detener ciertos sentimientos si quiere seguir adelante. Quiero decir, si no quiere chocarse contra la pared y hacerse sangre. Todo está bien pero tengo ánimo de perro enjaulado. De perro de la lluvia. Sin muchas fuerzas, eso sí. Lo que he contado antes (lo que la gente me da) me ilumina; pasar a limpio las correcciones de L.C.P. me ilumina; siempre V. me ilumina; alguien que silba abajo y prepara alimentos (¡esta noche delicatessen hamburguesas caseras!) me señala dónde está la luz y por supuesto: la luz ahí. Pero, por qué no, esta noche podría ser como aquellas noches, podría ser definitiva, incontrolable, noche de desaparecer, trágica noche de prender fuego a las fotografías, a las postales, a las facturas, rociar las paredes con alguna porquería. Agujero. ¿Esto me pasa porque estoy enganchada a Las mejores intenciones o porque, es inevitable, van a acabarse los contaminados días de sol? Los ojos tristes de Samuel Fröler (que son en realidad los ojos tristes de Henrik Bergman). La ciudad oliendo a todo lo que tiene que suceder y todavía no. El refugio, en la madrugada, de la piel, un poco más caliente al apretar, porque no estamos solos. Porque no estoy sola.