
La ciudad.
Rafael de Paula, Curro Romero,
Antonio Vaamonde,
un cuenco de chochitos amarillos
con la humedad justa, gallos de pelea,
suenan unos reincidentes de Jerez.
Metidos en una tinaja de cristal
esperamos las croquetas de la abuela
escribiendo al alimón.
Imagen nostálgica del
embotellado de Bodegas
Hidalgo donde se aprecian
a los trabajadores
en plena labor:
el esmero, la delicadeza
y la buena labor artesanal
distinguían a hombres
de la bodega por aquellos
pasados y recordados años.
Cigarritos de liá, vino dulce,
aceitunas, conversación inteletuá.
Antes y después de fumar,
de fumarnos la sociedad sin filtro.
Palmas sordas. La calle ancha.
Hoy toca ir cerraos por las esquinas.
Perdón, quería decir abiertos.
El reloj va a marcar
eternamente las doce
menos veinticinco. Ojo,
una buena hora ya sea
en el día o en la noche,
un día por otro y
la casa sin barrer.
Necesitamos la batería
del teléfono para
hacer negocios.
Pero las niñas lo llaman a él,
siempre inoportunas las niñas.
Eso es como el que tiene
una casa en Alcalá, dice.
Sólo habla con refranes.
Hace alusiones manidas.
Esta sevilla nuestra,
(tan lejana, apunto yo).
Dice cosas así.
No tiene ganas de hablar, deduzco.
Se la quita rápido de en medio.
Vínculos emocionales.
Hacer balance de los huesos
y colillas.
Revisar las existencias
por si faltara algo
(alcohol o drogas).
Encender otro cigarrillo.
Piérdete conmigo.
Amigo.
Que sí, revisas los balances
y sí, haces balances y la balanza
indómita nunca se equilibra,
aunque ahí vamos
pimpom
y no llegamos.
Pasar las páginas.
escribir grande para ocupar
mucho espacio.
¿Cuándo me vas a dar una
vuelta en el coche?
Viéndola de cerca.
Incapacidad social. Velada literaria.
Cuestión cultural.
Pie en pared.
El camarero elige
el vino, el nuestro,
es blanco, pero no es dulce,
no es fruta,
es vino, así que
entra hacia
dentro
fresco.
Él dice que quiere descubrir bares, yo
que quiero rehabilitarlos.
Habrá lugares para el oasis.
Recuento de aceitunas
y otra vez el vino blanco
en la saliva.
Cuestión de sintaxis
y fluidez. Un tachón en un poema impoluto.
Un cuaderno siempre en blanco.
Se recuesta, sacude las migas
y mira por la ventana.
Desorden de ciudades
y ahora la misma calle,
el sol, atreviéndose,
inundando los altos azules
de Madrid.
Planes para las horas térmicas.
Antedía. Mediodía.
Luegodía. Requiemdía.
Agua. Al menos un vaso.
La boca algo pastosa por el
alcohol lo agradece.
Dame algo, dame algo.
Pero dámelo ¡ya!
No tengo ná todavía.
Ahí detrás, una pareja
joven joven de juventud aburrida
acaba de sentarse.
Hablan con cara
de preocupación
y hastío. Ella lleva perlas blancas
en las orejas, pegaditas.
Entrelazan sus manos
de uñas comidas.
Piden agua Solán de Cabra
y cocacola,
llegará la siesta y la lujuria
y se entregarán a un
abrazo enhiesto
y consciente
de los límites del cuerpo.
Grandiosa corrida de toros.
Contraventanas de madera,
jarras de barro, tinaja de cristal,
si todo fuera tan fácil,
chupar los dedos de los extraños,
llamar a patapalo y la sonrisa
de oreja a oreja.
A los poetas del delito
cruzando la Gran Vía
a paso rápido para ser
la hora de la siesta,
el cuarto de baño del café
Madrid recuerda a los demonios.
En el trampolín no,
en el trapecio. Mi disléxica favorita
(más baileys, menos café),
te echamos de menos, nunca de más.
Café Madrid, velas blancas
camarera escotada
la primavera que revienta
y nosotros en medio.
Segundo café del día,
de Lavapiés al borde de Chueca.
no dirán que no hacemos ejercicio,
porque no hemos cogido ni un metro.
Parece mentira.
Los puntos de luz empiezan a ponernos
los ojos del revés
trapecistas canijos.
"Voy a ir al baño."
(primer intento de ficción)
No estoy asegurado
para incendios cardiovasculares.
En esa mesa
parece que hay gente.
Cuatro aristocráticos
arruinados que se miran
con arrepentimiento y desazón.
La única mujer
pellizca los genitales
del que está a su derecha.
Nadie se mueve.
La vela, llama enhiesta
no se inmuta.
Investigar los posos del café
como si supiéramos leerlos.
Sigue fumando. Podemos esperar.
Segundo intento. Voy al baño.
Él empieza a tener sueño.
Muchas horas fuera de casa
(cinco).
Si tuviéramos piruletas...
Yo he dormido alrededor
de diez horas y empiezo
a estar nerviosa.
Hora difícil.
Si tuviéramos piruletas.
Los dientes largos
como patas de caballos
(horses, horses, horses).
Nunca dos lámparas iguales
distintas luces
la misma barra.
¡Qué susto, qué susto,
quince centímetros de blancura!
Si tuviéramos piruletas
la diversión implícita y pasajera.
Participar de la nada.
Contar las monedas
sacarle brillo a los bolsillos
y chupitos a la camarera.
Retruéncanos.
¡Uy! olvidé la corbata.
¿Dónde anda el paralelo?
¿Dónde arde?
Bereberes, pistoleros,
al cabo de la gata,
aislamiento,
entre cala y cala, calada.
Veis, otra niña al teléfono.
Ésta lo insulta.
Yo le ruego que lo perdone.
A él hay que perdonarlo
de antemano.
Él se siente mal,
pero se le pasa rápido.
Ay, el pasado,
qué difícil es de lidiar.
Baja la cabeza,
agacha las orejas
y olvida.
Jueves, 1 de marzo de 2007
Roberto y Lara