lunes, 23 de junio de 2014

Si todos los lunes amanecieran

Lo reconozco: por mañanas como la de hoy vivo en esta ciudad, todavía. Aunque todo el rato por dentro la máquina me pide que me vaya. Por mañanas como la de hoy vivo en esta ciudad. Por mis amigos. Por sus bibliotecas. Porque entrar en Malasaña es llamar escribir un mensaje tocar al portero y ya bajo y desayuno y perro blanco que nos espera fuera en la esquina al sol y atropelladamente hablamos de las renuncias del fin de semana pero luego subir a su casa (la más acogedora de este lado del mundo) y fumar un cigarro, por qué no, y a la mesa de la cocina, allí mismo, ni mil terapias conseguirían descifrar lo que unas pocas páginas al azar. Se nos van amontonando los libros. Los que ya estaban y los que ella va trayendo del salón. Yo leo en voz alta fragmentos y por dentro siento cada piedra ajustándose a su mezcla de adobe a su dulzura porque hay algo que me une a las personas de forma esencial: hay personas con las que puedo leer en voz alta y personas con las que no; ella, es evidente, es una de las que sí. Eso la hace imprescindible. Esta mañana, mi vida (vida es algo demasiado general, más bien sería organismo, más bien estructura, más bien plancton) actual se ha visto asombrosamente definida por tres fragmentos de tres libros acariciados así, de golpe, desde el desconocimiento. Lectura adivina solo unas pocas líneas al azar premonición de tinta negra, radiografía o espejismo. Los tres libros que estos días viven en su cocina, los que en su casa se leen: Un hombre: Klaus Klump, de Gonçalo M. Tavares, Un viaje a la India, del mismo autor, y Seguro que esta historia te suena, de Karmelo C. Iribarren. Los párrafos o los versos no los repito por demasiado reveladores. Y luego su Huidobro, y mi antiguo Umbral, y el recuerdo lejano de tener diecisiete años debajo de cada línea subrayada. Se nos ha hecho tarde, me he despedido, el bolso cargado de lecturas nuevas; en el metro, Pablo Neruda en Ceylán, Confieso que he vivido. Es, amiga mía, inhabitual por completo tanta luz en un solo pedacito de mañana. En el fondo, los libros, como tantas otras veces el tequila, son lo de menos.