lunes, 31 de agosto de 2009

Por motivos ajenos e intrínsecos a mi voluntad, la desconexión aún me durará varias semanas.
Obviamente tiene sus ventajas.
Será más tiempo recobrado: teclas tac tac tac correcaminos y avanza el cortapáginas.
También reconozco: a mis amigos, además de llevarlos en el corazón, empiezo a echarlos de menos.
A la Ciudad, además de verla nublosa, la siento bajo mis pies descalzos en la arena negra (tengo visiones fugaces de mis botas altas hasta la rodilla y sólo de pensarlo sudo pero sé que toc toc correrán Gran Vía arriba).
Mi casa entre los árboles: ¡dónde está? Quieta y creciendo nido de arañas, seguro. Ésta me espera sin remedio.
Por motivos ajenos e intrínsecos a mi voluntad, este verano durará lo que duraban los veranos de la infancia. Septiembre, os avanzo, es el mejor momento de todos. Cuando la playa huele a otoño y sólo quedan seres perdidos.
No soy un poema de e. e. cummings. (¿Te imaginas?)
Tampoco una línea del diario de Mansfield (confieso, me cansan las escritoras cuando se martirizan en sus diarios por no escribir lo suficiente, un día tras otro machacándose en sus delicadas personalidades débiles y fascinantes, dejad vuestros diarios que no se hicieron para ser publicados y escribid, joder, vosotras privilegiadas que no teníais facebook, y yo siglos más tarde, qué tonta, los leo y me aburro, escribe, entonces, en vez de leer: ¡no digas eso!).
A veces, algunas, cuando al mar se le ocurre soltar un poco de aire frente a mi cara, cojo el cuaderno por la parte de atrás y garabateo una línea corta. Pero no puedo ser fragmentaria ahora, toda mi cabeza pertenece a lo Otro (tic tic). Lo Otro tiene que continuar y ¿será posible que un día, cercano, ponga Fin?
Me he pintado todas las uñas de un rojo chicle, desde ese momento, cuando miro mis manos veo las manos de mi hermana y pienso en Cambridge.
Doy las gracias a todos los que aquí estáis o por aquí pasáis aunque yo sólo esté a ratos cortos y descafeinados.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Calor

No sé si me entienden.
En este sitio-esquina donde la temperatura no baja nunca de 30º, a veces me acerco a una pantalla de ordenador. Pongo las claves necesarias. Entro. Hay vida, pero poca. Y me doy cuenta de que en cuanto el ratón no es parte de tu mano y la forma de comunicarte con las personas ha pasado a ser una llamada perdida en el móvil y un grito en los días de poco levante, de pronto me cuesta mucho reactivar todos los mecanismos luminosos (ventanas de chat, muros, bandejas de entrada, comentarios blogueros). Ya lo dijo alguien por abajo: es el verano. Seguramente sea eso. Sé que el otoño es el otoño. Y sacaré brillo y perderé el tiempo. Pero también sé que echaré de menos elmundosininternet.
Ahora mismo me parece imposible que haya más estaciones del año aparte de ésta.
De nuevo leo libros vorazmente. De nuevo tardo dos o tres días en terminar un libro y corriendo empiezo otro. Incluso me da por hacer cosas loquísimas como obedecer una sugerencia de Pablo que no era más que un símbolo y releerme (en nueva edición no revisada) La insoportable levedad del ser quince años después. Constato que quince años atrás me jacté de leerlo y de poner la boca como una O. Pero no me enteré de nada. Ahora soy un poco Tomás, un poco Teresa, un poco Franz, un poco Sabina. Antes no era ninguno de ellos. Acaso Karenin.
Madrid es un lugar muy lejano. Irreal.
A mis amigos los llevo en el corazón.
Yo también les hago llamadas perdidas.
Y sé un poco mejor quién era Stalin.
Y hay más.
Por las mañanas, mi ordenador (limpio y sin enchufar en ninguna red social y alejado de google) sirve para la única cosa que debería (o me gustaría que) servir siempre. Tac tac tac tac.
A veces es duro. Pero el resto del día me siento bien.
Y por las tardes, mi cuaderno rojo de tapas de plástico tauro sirve para hacer croquis abruptos y ampliaciones del campo de batalla.
El verano tiene mi permiso para extenderse.
Cerca de las rocas hay peces de colores. Bajo la arena hay lenguados.