martes, 20 de julio de 2010

Escrito en las páginas de cortesía de un libro de J. G. Noll

Chirrido de columpios en el fresco verano de la montaña,

son dos niñas,

una está desnuda y la otra lleva vestido de volantes.

Detienen con sus pies los sillines colgantes y hablan.

No puedo oír lo que dicen.

El misterio de su conversación infantil es lo más controvertido de la tarde.

Ahora que he superado la fase de autoafirmación quizá llegue el momento de las mentiras.

Una amiga me dijo el otro día que he cambiado mucho.

Tienes los pies más en la tierra que nunca, afirmó.

En su mirada había amor y también miedo.

No sé si aquello era un piropo o la desesperanza.

domingo, 18 de julio de 2010

viernes, 2 de julio de 2010

There is a light that never goes out

Estoy harta de un cielo predominante de tormenta. Te escondes por aquí, avanza por allí, no hay escapatoria.

Piso inmune a algunas hormigas con mis sandalias rojas de goma y quedan medio muertas, intentando enderezar sus cuerpos aplastados para continuar el camino. Luego desisten, cuando les llega el fin, no antes.

En las fotos que cuelgan de mi pared hay una mujer de Godard que enseña los pechos a otra con cara de indiferencia sádica, se levanta la camiseta con ambas manos. También están los existencialistas exóticos en Tánger, una de ellos con su pierna rígida y un poco deforme. La mujer de Godard me divierte, a los existencialistas exóticos los envidio.

Como no es verano (lo repetiré, lo repetiré) continúo con mis pensamientos arcillados: el presidente del gobierno produce, entre otras cosas, lástima. Es mucho más amortiguador sentir lástima y un poco de vergüenza ajena que terror: todo lo demás me da terror y como soy una simple exterminadora de hormigas cierro los ojos y no hago nada. Ni siquiera pronuncio las palabras turbias porque es más fácil el acolchamiento: nada existe aparte de esta pantalla, este gato que me mira, estas agujetas en las ingles y los tibios planes de infuturo. En paz con Hacienda, tristemente guardadas las monedas, repartidas en cajoncitos de putrefacción colonial y adormilada, el recuento del mundo cae desbordado al final de la conciencia. No es solo hacer zapping con los ojos abultados de mentiras, es mirar cada alimento que te comes como si fuera veneno, lavar bien cada pieza bajo el agua fría y frotar la piel, limpiar la cáscara de todo lo que nos mata y luego comer con codicia porque ya estamos muertos. Hacerse el tonto y menear la cabeza hacia el lado equivocado: como chinches se tiran al suelo los desperdicios de la humanidad, estamos tan a salvo que damos asco. Pablo Gutiérrez me envía un cuento recién escrito que me abofetea: su lucidez asusta mi inconsciencia. Guillermo Saccomanno dice todo lo que soy incapaz de decir. Lo dice así, tan fácilmente, tan descuidadamente como una llaga abierta donde entra toda la suciedad. Imagino que soy apenas una niña otra vez y The Smiths hablan por mí:

Take me out tonight
Because I want to see people
And I want to see life
Driving in your car
Oh please don’t drop me home
Because it’s not my home, it’s their home
And I’m welcome no more

Pero ya ni siquiera es eso, porque yo llegué demasiado tarde a The Smiths. Ponerlo a todo volumen no me arranca las lágrimas. Demasiado tarde. Conduzco por estas carreteras cerradísimas y hermosas y me meto en el agua con el bañador negro apretado al vientre. Durante veintiocho minutos el fin está claro: es esa pared de enfrente con los azulejos brillantes. Limitarme a la densidad de mi cuerpo. Convertir lo ajeno en insatisfacción. Alejar las preocupaciones (manta kilométrica de diablos). Sobre la almohada por fin me sumerjo en Baudelaire. El ruido del lápiz sobre el libro de mi padre despierta al insomne. Es tan extraño ese pozo inmundo de belleza cuando ya no lo habitas y tu corazón se sacude las obsesiones pero las obsesiones sacuden tu corazón. Un grupo de amigos nos reunimos: unos cuantos hablan y hablan durante horas sobre la situación actual. Yo escucho intentando aprender algo, pespunte a pespunte cada barbaridad, dan soluciones imposibles y se regodean en el desastre con indolencia (¿es que es posible regodearse en otra cosa?). Al final de todo, agarrada a la inocencia como si fuera mía, pregunto: ¿y qué va a pasar? No recuerdo la respuesta. No la recuerdo bien. Sería alguna tontería de cuatro letras.