lunes, 30 de marzo de 2009

En sentido estricto no sé dónde está Arizona.

Igual que tampoco sé cuál es la mirada del otro sobre mí, en sentido estricto.

Vivimos en una burbuja relativa donde el ojo de pez de nuestra propia imagen carece de confesionalidad.

Para así poder.

Desarrollar el concepto de lo que somos.

Nunca en sentido estricto.

Porque estricto es una palabra sobrada de conocimiento.


Si las palabras se lanzaran en su justo momento contra el vidrio que nos ampara a lo mejor, y nunca en sentido estricto, darían con la clave de nuestra memoria.

Uno quisiera que la memoria de sus amigos fuera la suya propia.

También que sus amigos no tuvieran memoria sobre todo si uno no se encuentra en ella.

A veces uno incluso desearía no tener amigos para sólo tener memoria.


En sentido figurado, el valle corroído de nuestro pasado en ocasiones es falso a los ojos de otros.

En un sentido que aún desconozco, es posible que una llamada de teléfono al extranjero cambie por completo los recuerdos y los aniquile.

El mundo en el que las llamadas de teléfono al extranjero aniquilan los recuerdos y las personas es un mundo cinematográfico.

Todavía existen películas, me pregunto.

Me afirmo.


Pienso en literal, literatura y literas.

Estas últimas de hierro y sin escaleras portátiles.

Nos encaramábamos como ranas a ellas.

Y allí arriba leía libros de José Luis Sampedro y de Martín Gaite.

Una vez compré uno de Rabindranath Tagore, leí dos líneas y nunca más volví a abrirlo.


En sentido estricto no sé dónde está Arizona, pero puedo imaginarlo.

Los pasos que arremetí contra mi corazón puedo, además de imaginarlos, recordarlos, y aunque no tengo ningún símbolo contra el que jurar, juro contra nadie, contra mí misma, no haber alimentado a la bestia que babea tras los barrotes.

La dejé morir, posiblemente nunca le di ni un cuenco con agua.

Ese mar cristalino siempre lo utilicé para seguir nadando.



miércoles, 25 de marzo de 2009

Día de pesca en la franja de Gaza

Las barcas flotan en el agua amarilla que es como una plata. Ha amanecido el día con silencio. El cielo también podría ser amarillo pero el cielo no existe.

Vamos a salir a pescar. Hundir el remo en el mar o encender el motor que ahuyentará a los peces, pocos, que aún arañan la superficie.

Ha llegado la paz pero la paz no existe.

Aunque estemos en un alto el fuego caen amigables misiles a un lado y a otro de las barcas, es como una fiesta. Como el reloj de cuco. No es la guerra, sólo es una advertencia o una premonición.

No se puede pescar con este cielo que tira proyectiles a los peces.

El cielo no existe, pero si así fuera, amarillo, amarillo.

Volvemos a la orilla, se ha acabado la mañana.


Una vez la tierra se llamó

escandalosamente

Galilea.

Era el tiempo de las naranjas. Salía tanto zumo de nuestros árboles que se podía navegar en él. Luego no sabemos qué ha pasado o sí lo sabemos pero no nos acordamos de tantos crímenes de guerra. Desde que mis antepasados pronunciaron la palabra Galilea hasta hoy, la arena seca ha absorbido el jugo de la fruta y lo que podría ser un cielo, por ejemplo, es, por ejemplo, un campo de batalla.


Mi padre siempre decía: los hermanos están obligados a llevarse bien. Ah, pero la semántica es una broma macabra. Del agua como la plata crecen géiseres a un lado y a otro de las pequeñas embarcaciones. Algunas explosionan y se abren como gajos de madera que flotan, muertos.

En esta orilla donde los pescadores observamos, con las manos vacías, cómo se alejan nuestras tumbas, el mundo es una tremenda equivocación.


Este error durará toda mi vida y espero, con sinceridad, que no dure toda la tuya.

Cuando el cíclope despierte de su letargo, bastará un movimiento de pestaña gigante, una agitación de uña, para acabar con este acertijo. Pero el cíclope aún duerme y la tierra se consume y está loca. Mientras pienso en la oscuridad y en la estrechez de los túneles mágicos que llegan hasta Egipto, mientras me doy cuenta de que no me queda en el pecho suficiente oxígeno como para llegar al otro lado, o de que jamás seré capaz de sacar un pez de este mar frente a mis ojos, empiezo a sospechar que el cíclope no existe.

O, peor aún, que el cíclope somos todos nosotros.


Definitivo, el cielo es amarillo sobre Gaza.


Este texto aparecerá en un libro editado en Málaga y coordinado por Jesús Aguado que se llama Lo que ha quedado del naranjo. Palestina en el corazón.



lunes, 23 de marzo de 2009

Miniatura

tú cordero disfrazado de cordero
tú lobo a solas
tú atrozmente niño

Blanca Varela

Fotos Miguel Marqués

domingo, 15 de marzo de 2009

domingo, 8 de marzo de 2009

La llave

En el fondo del mar hay una llave que contiene la única verdad.

Las corrientes oceánicas la mueven de un lado a otro, pero ahí abajo permanece.

Nadie nunca tendrá el brazo lo suficientemente largo como para alcanzarla.

Ninguna botella de oxígeno, ningún experto en apnea podrán lograrlo.

Ahí quedará, sabia y sola.

En el óxido de sus dientes pueden verse reflejados nuestros miedos,

nuestros motivos,

nuestras estúpidas razones

y el origen del principio activo de la muerte y la felicidad.

Pero ahí continúa,

en el fondo del mar,

la llave sabia de la vida.

Nadie la vio nunca, nadie la colocó sobre el fango marino.

Sin embargo, kilómetros de hielo se desprenden de la Antártida.

Inmensas placas que parecerían cortadas con una sierra gigante se deslizan a través del mundo. Si consideramos mundo esta limitada bola terrestre.

Hay una llave en el fondo del mar.

Cuando llegue la gran sequía y el sol abrasador la haga brillar, sola y sabia encima de la arena resquebrajada, nuestro misterio quedará desnudo frente a la devastación.

Pero ninguno de nosotros estará ahí para acariciarlo o para apropiárselo.

Sola y sabia, la llave de las aguas verá nacer el siguiente ciclo de la destrucción.

Ni siquiera nuestra ignorancia habrá sobrevivido.



domingo, 1 de marzo de 2009

Despedida


Bajo la lluvia ante la niebla con la nieve que te llega a las rodillas así se levantan el día laborable y el festivo.
Un poco consternados por el invierno los sonidos elásticos y amortiguados del frío en cada dedo morado de tu mano.

Sólo es dolor. Que no te coja desprevenido.