sábado, 31 de enero de 2009

domingo, 25 de enero de 2009

Como una ruina levantándose, ahogado el silbido del espacio, la aleta de un escualo o un colmillo, así barrunta el huracán tras estas puertas.

No hay resquicio por el que no grite el aire ni madrugada inocente o inofensiva.

Y ni siquiera el humo de la luz que se consume, la espalda quieta en este muro contra nada.

Ya no hay chicharras, ni pasos cuando la feria, y mañana el frío hará escarcha en los cristales, y yo haré balanza: con el recuerdo fresco de la sangre en el plato tras la carne, la ciudad se me aparece entre los sueños con los pasos quemados de los amigos, y a pesar de eso, hoy, la soledad hinchada de estas paredes, la noche larga, el teléfono, la vela quieta, el vicio, antropofagia de los secretos, y tecla a tecla: el desafío.

Cuando detrás de las horas vengan tus huesos a juntarse otra vez con todos los míos, y llueva sobre mojado en esta cama, y caiga la gota gorda, piel aunque piel, poro propósito, tarde y marisco, yo haré balanza: el viernes, día de la luna, diente y ombligo, que ningún viento arranque de cuajo esta ballena donde he vivido.




sábado, 17 de enero de 2009

Enero de 2009,
ya está el segundo número de
LOS NOVELES.
Por si quieren leer a La Menuda.
Pero no se pierdan Todo lo demás.
¡Gracias otra vez!

lunes, 12 de enero de 2009

Son extraños los pasillos de la noche en Las Negras. Llevan por campos oscuros hasta unas construcciones blancas de cal y hierro.
Suceden cosas como si nada sucediera.
Quizá sea éste el entuerto, la maravilla. Tener sexo como si nada hubiéramos tenido, sólo el cuerpo que ahora duele. Subir al monte por el sendero y pisar el paraíso y a la vuelta, esos gatos gigantes y aquellos pájaros cercándonos entre las piedras ya no existen. Hombres de pelo largo y ojos pequeños, casi ninguno sonríe mientras enciende el fuego tras los cañaverales.
Desde esta terraza, el cielo brillando por primera vez, sólo se ven palmeras y mar apagándose de azul. Yo fumo con las manos frías y tú lees un libro de Mercier que subrayas con líneas gruesas. Frío también va quedándose el café porque el sol casi toca los dátiles. A la puerta, hablan otros idiomas desconocidos, y no hemos vuelto a ver a los rastafaris que viven en los autobuses del valle.
Estamos aquí como si no estuviéramos, el viento escarcha mis uñas y el bidé está cubierto de óxido y piedras de sal. Cuando la realidad interfiere en nuestras mañanas, necesito algo más de dos horas para reponerme. El tiempo justo de acercar el coche hasta la ladera, y en un silencio de guijarros emprender el camino al otro lado, atravesar la roca inmensa. Allí sentada, ahorcada en mis bufandas, ver cómo el Mediterráneo lame el vientre entre los países, y la tierra, seria y ajada, teñida de verde por las lluvias, adelanta sus tentáculos hacia el mar, mojándose las garras.