martes, 8 de marzo de 2011

La mañana impúdica o cosas que necesitaba

[esta foto no está hecha con un móvil sino con una cámara de plástico azul]


Quizá ha llegado la hora de decir unas palabras.

No ha sido hasta hoy que he observado mi silencio.

Mis días nuevos, largos y ordenados, en los que todo es un poco más difícil y todo es un poco más fácil.

Mis inflados días, en los que todo importa un poco más y todo importa cada vez menos.

¿He conseguido guardar el secreto? No lo creo.

El secreto es este: libro una batalla con la literatura y no hay ganador. Ella y yo, lanzadas fuera del ring, donde un árbitro loco y con problemas de ansiedad sopla y sopla su estridente silbato.

Dentro de ese secreto hay otro más grande: ya pasaron los meses de observar (placentera y atemorizada) cómo entraba el año en que mi vida cambiaría para siempre.

Ahora ando encajada en una recta final donde la realidad por fin es otra: estoy esperando a alguien nuevo que llenará mi vida entera. Miro por la ventana, al fondo de los tejados, lo que el sucio horizonte me deja ver. Imagino su cara, una y otra vez; soy capaz de imaginar, incluso, su futuro. Quiero que llegue. También quiero que el tiempo se detenga.

Esta mañana me he diagnosticado una enfermedad: no soy capaz de compatibilizar la literatura con otras cosas gigantescas. ¿No lo soy, o es que es realmente difícil? Bien, qué. Por otra parte, todo sigue siendo literatura a mi alrededor, pero distinta: mi trabajo, los libros que leo, que husmeo, que subrayo; también, aunque por supuesto mala, el diario que escribo. Supongo que un terapeuta me diría que hay un tiempo para todo en estos días y que no es justo que me martirice de esa forma (de la forma en que lo hago; trastornada, abatida, un látigo cayendo ahí donde más duele). Como aún no voy al terapeuta, he decidido escribir una entrada en el blog y contar lo que me pasa.

Estoy creando algo dentro de mí, que prácticamente está casi a punto.

He creado un fémur, un páncreas, un pequeño cráneo.

He creado el talón de Aquiles que ahora me revienta el vientre a patadas.

No, jamás hubo deus ex machina mental, esto es pura bioquímica irracional.

Llevo meses intentando arrastrar mi energía hacia los lugares de siempre, y mi energía, soldado en campo de batalla, me da la espalda, lo tiene tan claro: fémur, páncreas, líquido amniótico. En las noches vacías, abro la libreta y garabateo: sé que esto es la perfección. Pero la lucha que mi ser social, que mi ser literario, que mi ser ansioso, que mi ser universitario, educacional, miedoso, ambicioso, atormentado por defraudar, mantiene con mi útero deus ex machina es intensa y me deja desmadejada, sin casi aire, diafragma reventado. Los días pasan, mi vientre crece imparable, no hay nada que hacer ante la vida.

Tengo miedo.

Miedo de no conseguir corregir y acabar mi Cosa Pantanosa (sea cuando sea no muy tarde).

Miedo de no escribir otra Cosa Pantanosa en el futuro.

Miedo de dejar de estar en ¿dónde? (Recuerden, esto es una lista para el terapeuta.)

Miedo de alejarme de Aquello (con voz de cuento de Poe).

Miedo de perder la oportunidad de (ah, ¿la tengo?).

Miedo de defraudar a mi padre.

Miedo de defraudar a la gente que confió en mí un día.

Miedo de no poder con todo: trabajo, amor, amistad, maternidad, literatura-creación, vida social-editorial-¡facebook! Ah, perdón. Es que No Puedo Con Todo. Esto no es un miedo, es una realidad. Algo hemos avanzado.

Miedo de convertir mi viejo optimismo en frustración.

Miedo de mí misma, claro.

Así que he decidido venir aquí y contar estos secretos que no creo sorprendan a nadie. Que mi silencio tiene este color. Que necesito, en esta recta final, levantar los brazos y hacer un esfuerzo, apartar lejos de mí esta capa, mojada de escarcha, un poco apulgarada en los bordes, que me pesa sobre los hombros: dejar que mi energía se concentre en lo que le importa: ese último retoque de perfección, pasar del kilo seiscientos a los tres kilos, apuntalar con cuidado el vello de las cejas, las cutículas de las uñas de los pies, reforzar los minúsculos pulmones hasta convertirlos en poderosos músculos de transformar aire. Apenas quedan dos meses. Quizá aún estoy a tiempo de volar. De dejarme ir.

Deus ex machina, aparta de mí lo inútil. No es mi turno, es el suyo. Concentra toda tu fuerza en ese corazón rabioso que late a 160 pulsaciones por minuto y que seguirá latiendo mañana, cuando el mío se pare.

Pido (me pido, os pido) una tregua.

Una calidez en el silencio, mientras venga.

Callada permanezco porque estoy susurrando.

No me voy a ninguna parte, observo.

Y por fin conseguiré lo que tanto he añorado: voy a parar el mundo con una mano, voy a detener la vileza cotidiana, que solo sigan funcionando las revoluciones. No ocurre nada, nada más espero y perfecciono.

Total, qué más da: dentro de mí, aunque nadie lo vea, todo es literatura, empezando por el nombre de mi hija.