miércoles, 24 de noviembre de 2010

El asunto de los peces

Dice la doctora: eso es la columna vertebral.

Ajá. A los médicos jamás hay que contradecirles.

Se ponen fatal.

Y, además, ahora que lo veo (aunque no lo sienta así), quizá esos puntos blancos…

Puede que tenga razón.

Me gustaría decirle que es mucho más bonito espina dorsal.

Pero solo digo: sí, sí.

Yo cuando estoy en casa también presiono con mis dedos de esa forma en que ella lo hace pero no soy capaz de notar nada. Vísceras, en todo caso. Y los huesos de siempre, más hundidos. Ella, otra vez: la columna vertebral.

Tengo los ojos entornados: ajá.

Intento evadirme, espina dorsal, espina dorsal, espina dorsal.

Es mucho mejor todo el asunto de los peces.

Dice la doctora: todo desnatado. Todo sin grasa. Todo sin.

Yo pienso en la mesa tras la cena; vitalínea, philadelphia light untado en pan transparente, nada más que plástico, al final. Y la leche desnatada, tan fina como el agua. Delgadísima.

Dice la doctora: si te duele, tendremos que prohibirlo. Oh, ella no utiliza esas palabras, prohibir y etc, pero se nota en sus ojos que es justo lo que quiere decir. Luego sonríe como si sintiera afecto.

La conclusión es que no hay ganas de nada.

De dormir muchas horas. Sí, de soñar, como hoy, con dos personas obesas que perdían juntas su virginidad y eran felices. En el sueño, yo me hacía una amiga nueva, sentía la fascinación propia de esos casos.

En realidad, lo de la espina dorsal me gusta.

Cierra los ojos, asuntos de peces, y mira: esos puntos blancos, alineados, perfectos. Es la columna vertebral.

domingo, 21 de noviembre de 2010


La Menuda se va. El 12 es su último capítulo.
Gracias a Salvador por hacerlo posible.
Y a los que la han acompañado.



martes, 16 de noviembre de 2010

Tiempo atrás, después del tiempo de silencio

Último día de agosto de 2010, Las Negras

Con las uñas lacadas de rojo, con las piernas cruzadas en el suelo de terrazo, froto la ropa en un barreño. El agua se ensucia y la espuma del detergente Ariel para lavar a mano va desapareciendo, denso, líquido, gris, blanquecino…

Es el último día de agosto y es martes. Tercer día desde el sábado. El sábado es el primer día o el último.

El sábado es el día nunca o el día siempre. El sábado es el día desembarco de Normandía o el día Chernóbil o el día Nagasaki o, cómo no, el día juicio de Núremberg. El sábado es el día que asesinaron al príncipe austriaco o el día que EEUU bombardeó Irak por primera vez.

La gente está abandonando el verano. Hay viento de levante: palmeras enmarañadas y el mar un poquito caótico.

Esta mañana madrugamos mucho y fuimos a la cala del Carnaje. Es una playa del futuro. Fuimos los primeros en llegar y el ruido admonitorio del mar arrastrando las piedras fue solo para nosotros. Pero: viento, avispas, la soledad del adelantado. Trepamos a las dunas de cantos rodados y recogimos la basura que habían dejado allí los hombres del pasado: un bidón gigante azul, una garrafa blanca, latas de fanta de limón y papel de aluminio. Con nuestra estúpida inocencia generacional, deshicimos el camino hasta el contenedor, varios kilómetros atrás. Tuve que pararme a beber agua. Ya en el coche, ni siquiera eran las 11 de la mañana.

No fumar es tan difícil como suponía. Por las mañanas todo es un tobogán de actividad para ir adelantando horas. Pero el pensamiento, la inquietud de que te falta algo, algo pequeño que te pertenece y que aunque nunca es totalmente satisfactorio te ata al mundo y te conquista. La tarde tiene la tristeza del castigado. Tras el sexo temprano de la siesta, la saliva en la boca contiene el sabor a saliva ajena y a flujo y a residuo de pliegue e inevitablemente el orgasmo ayuda a salir de la depresión. Revolución: fumemos. En menos de diez segundos el cigarro está liado y entre mis dedos y el humo me envuelve y el espejismo de que todo sigue igual, de que nada de Nagasaki ni de desembarco de Normandía ni de Núremberg ni mucho menos Bush se atrevió a bombardear no sé qué ni Obama a retirar ninguna tropa de no sé dónde. La felicidad, en cualquier caso, dura poco.

Todo ha cambiado. Todavía no sé qué es lo que ha cambiado pero ahora los días pasan con otra lentitud. Es difícil matar los periodos solares. Hoy nos hemos escapado pronto de casa y estamos escondidos en el salón solitario de un hotel, resguardados del viento y de la vida. A la tarde no hay quien la mate ahora que la gente abandona el verano y que yo no puedo fumar y que no sé cómo sentirme. Si alguna vez tengo entre las manos una importante suma de dinero, espero reaccionar con más madurez, o al menos que la parálisis no dure tanto.

Aunque tres días no son tanto.

Encontraré el sentimiento o el equilibrio, lejos, de vuelta a casa. Quizá me dé cuenta allí de que la última semana en el Cabo de Gata del verano de 2010 fue un temblor natural, un desasosiego natural, un desierto, una contradicción, la precipitación de un deseo.

La última vez que estuvimos solos.