a que el sudor
encharque la partida. Este día es infinito, ya lo sé, pero luego, en un lugar remoto, a salvo, entre los árboles, ya todos los aullidos serán susurros.
Porque la tierra tiembla
y se convulsiona,
creemos que de sangre
levantada,
creemos que del vértigo
insumiso,
porque amanece en viento y
azul helado,
el camino recortado en lo que
anoche fue la sombra,
por todo eso desconocido
yo te adelanto la mensualidad
y la no derrota,
juego al placer de cerrar los ojos
justo cuando el resto del mundo los tiene abiertos,
párpados ensanchados de atrocidades,
están los legionarios y los implicados,
muertos de miedo y rabia
y yo los entiendo,
no es para menos,
pero tú ahora
juega conmigo
vente a mi lado
habita el trozo sucio
de suelo verde
en el que me extiendo
y la cama blanda
el porvenir,
cierra los ojos tú
mientras te hablo,
olvídate del hecho de ser nacido
y, por lo tanto,
lo otro,
rinde lengua al amor
y a su cobijo.
No sabemos qué hora es, pero emprendemos el camino. Intuyo que se hará tarde para el almuerzo. Viajamos por el borde de la carretera, y empezamos a bajar el monte de pinos. La hierba está aplastada por el ganado y el invierno futuro, y no sentir a qué distancia está la tierra de mis pies me provoca un poco de miedo. Tengo una botella de agua y un extracto del periódico de ayer guardados en la bolsa. Mientras los pasos avanzan, pienso aquello de envolver las vísceras en papel de periódico. Tu perfil está cerca y está lejos por el silencio y luego está cerca otra vez porque encontramos un tronco caído que atraviesa el caño seco. Tú te sientas en el tronco y te cuelgan las piernas, yo te observo. Hay grados de percepción de la realidad, y estamos en un grado medio. Un estrato de la raíz ya nos pertenece, y después está la llanura. Lo sentido se va suavizando y me apoyo en la madera, a tu lado. Hace sólo un momento la luz estaba alta, y ya comienza el otoño a enrojecerse. No sé de qué hemos hablado, al poco rato bebíamos vino blanco y comíamos pescado blanco y ensalada de espinacas frescas y gajos de mandarina. Ahora que le doy permiso al domingo para eternizarse se hace corto, y una pequeña traición temporal queda instalada en esta habitación desde la que escribo, donde la jugada a veces es perpetua y a veces inexistente. Quedémonos prendidos de un día cualquiera, malheridos, hostigados de tu mano, apretujados. Que el vaivén del olvido no nos toque la sangre.