lunes, 23 de febrero de 2009
martes, 17 de febrero de 2009
lunes, 9 de febrero de 2009

El cuarto de baño tiene pasillo, y al fondo se ensancha como un salón. Son dos estancias, dos habitaciones distintas, en realidad pequeñas.
Está decorado.
Hay cortinas de colores, cuadros de punto kitsch. Un espejo de bronce o de latón bruñido en un extraño encaje. En la bañera hay dos patos de goma amarillos.
No sé cómo explicarlo, frente al gran espejo del lavabo, donde me he tomado mi tiempo al lavarme los dientes y la cara para quitarme la pintura de los ojos, me gustaba mirarme porque había un vuelo. Esa semioscuridad tibia me ha tocado, me ha sacado con suavidad (como quien mueve una figura de ajedrez de un cuadrado a otro esmerándose) de mi realidad fluyente y fluida, poderosa, rítmica, apagada. Mi individualidad, mi difuso papel de actriz de reparto improvisado, la turbia claridad de mis ojos ya refrescados con los párpados aún un poco negros, la carne apretada bajo el algodón, ambiciosa de pronto en la silueta reflejada.
Ser todas las cosas porque de pronto ninguna. Afuera, en la calle Amor de Dios, hay pasos y una mujer habla en inglés fuerte y claro, como si no fuera invierno llegan los sonidos a esta casa.
El cuarto de baño, con su desorden pictórico, me ha traído otra vez a la ciudad en la que vivo, al tiempo de esta ciudad cuando la vivía.
El tobogán se ha alzado a mis espaldas, como un zoom. O no era el tobogán, sino el túnel.
Me siento en la taza del váter. A mi lado, sobre el aparato de calefacción de pared, hay una taza vieja con motivos geométricos en la cerámica. Está desportillada. Dentro, un líquido oscuro y posos, con restos del paso del tiempo, sucio. No sé cuánto lleva esa taza ahí encima, y no sé quién dejó su té a medias y lo convirtió en parte de este escenario de la noche.
Es tarde. Tengo que salir de aquí y echarme a dormir.
Las paredes están pintadas de verde oscuro.
Y la puerta es mucho más grande que su quicio. En serio.