Tengo un vestido de lentejuelas, son como múltiples ojos de plástico que brillan bajo las luces de una discoteca que aún no he visitado.
El otoño se resiste y acaba un año igual que si empezara.
El fuerte olor de la pintura blanca es embriagador.
El otoño se resiste igual que se me resisten últimamente los libros, el agua entre sus páginas no cubre. Cambiar de título, cambiar de título, una y otra vez, hasta que encuentre el que me degolle y pueda comenzar de nuevo. Mientras, un reguero de lomos desde la estantería del cuarto de baño hasta la mesilla de noche. Tapas duras y blandas. Carcoma y olor a imprenta nueva.
El último que me absorbió tenía un título provisional y su formato era original: din a4 encuadernado con canutillo de anillas negras.
Espero que el extranjero no sea un lugar inalcanzable.
Como ahora tengo un vestido de lentejuelas (¿o es una camiseta tapa glúteos?) nada importa: me da la sensación de que estoy a punto de estrenarlo todo.