domingo, 15 de octubre de 2006


pido un rescate

(Desde que tengo este cacharro con forma de revista rectangular y cibernética, y desde que paso muchas horas atenta al bolígrafo rojo en letras ajenas, me ha dado por desempolvar archivos. Encuentro algunos archivos irreconciliables, otros rebosantes de ternura y por supuesto pasado pluscuamperfecto, y otros tibios e ingenuos, como me ha parecido éste, pero hablando, otra vez, casi siempre, de lo mismo, de la misma pérdida que últimamente me aplasta aquí bajo el esternón. En cualquier caso, este archivo desempolvado es la misma cara leve de una tarde convertida en mañana –levantarse a las 13:38 es un delito, algunas veces- donde los vietnamitas se juegan el puesto contra los talibanes del arrepentimiento y el malhumor. Y la densidad y las lágrimas inútiles. Un ceño fruncido por encima de los tejados. Tres años atrás era la misma cosa, pero con gaviotas, y con tres años atrás.)


PERMÍTANME UN INSTANTE


La carne sobre la carne a veces ofrece una simultánea sensación de debilidad pasajera. Debilidad inconsciente, eso sí. Instantánea.

Es como la instantánea fotográfica. Clic. Con resplandor o sin él. Clic. Cazado. El momento cazado, la sonrisa torcida, los ojos cerrados (cuando no rojos diablo), el beso con lengua, el trocito de atardecer desenfocado con farolas, bancos y paseo marítimo. La misma debilidad, dejarse cazar en un segundo traicionero (no menos traicionero por bello) (y sólo bello en ocasiones). Hay algunos seres-objetos que no sufren semejante delirio debilitado. Por ejemplo las gaviotas, o los peces cuando saltan agujereando el mar. Objetos volantes identificados o no. (Porque mejor ni hablar de las fotos de los ovnis.) Sólo los muy expertos (y dotados con sofisticados aparatos) pueden cazarlos con éxito. El resto quiere hacerlo, lo intenta. Mirar, mirar, torcer la cabeza, enfocar, clic, clic, ¡ahora! Y luego el positivo de la instantánea revela un pájaro borroso en medio del cielo o en medio del mar, pero sólo eso, un pájaro grande y borroso. De ninguna manera lo que realmente querían cosificar. De ningún modo la instantánea belleza de las alas rectas cortando el aire, suspendidas en el cielo, el pico amenazante, la tridimensionalidad del animal que vuela (vuela), que aterriza, que planea, hermoso e irrepetible ante los ojos necios del que está abajo. Zoom. Clic.

Las gaviotas (y el águila que vigila las montañas) no toman café instantáneo. No beben café, no. Y menos instantáneo. No necesitan corroborar la instantaneidad de la vida en forma de alteraciones cardiacas mediante un líquido oscuro y a veces espeso, amargo de hiel, caliente en las tazas, en los vasos de cristal del bar de abajo, café instantáneo en las máquinas ruidosas de las cafeterías, en los caramelos amargos de café.

También experimenta el cuerpo un símil de debilidad ante ese líquido que instantáneamente te colocan sobre la mesa del desayuno, y alrededor del que tú organizarás la mañana. Abrirás el periódico delante o detrás de la taza de café, te quemarás los dedos con el asa, intentarás no mancharte la camisa (dicen que son horribles para el lavado esas manchas), y saldrás corriendo al cuarto de baño sin terminar de leer la opinión de tu articulista preferido (luego te irás tan rápidamente al trabajo que lo olvidarás y por la noche, ya en la cama, prometerás no dejar a medias el de mañana, y así sucesivamente). Un caos.

Un instante, a lo mejor la vida dura un instante. Y por ello hacemos instantáneas constantemente, para conservar, tergiversar y llenar de polvo esos instantes sucesivos. Y por ello, supongo, tomamos café instantáneo. Para estar constantemente (instantáneamente) alerta, alerta de nuestras horas de sueño, de nuestras horas de reunión, de desayuno, de merienda, tan repetidas y fugaces.

Pero no deja de ser la carne sobre la carne la que procura el instante más sorpresivo, más adictivo. Es sólo un momento, apenas unos segundos incontables. La eternidad suspendida en nuestra piel (incolora) como unas alas de gaviota rompiéndonos la espina dorsal. Todo sal y plumas. Así debía terminar la vida, en un instante de sal y plumas.

Isla Cristina, primavera del 2003.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, hace tres años había unas gaviotas que me alegro que ahora no estén (no las de isla cristina, claro). Por no rescatarlas estoy dispuesto a pagar mucho.

Hace tres años tenías tres años menos (y estoy dispuesto a pagar el rescate de todo lo que has mejorado en ellos).

Hace tres años empezaba a enfermar para morirme y ya eso no ha pasado ni pasará de eso, así que... ¿cuál es el rescate de no rescatarlos, hermanos?

Lo que me descoloca es el texto, que no sé dónde colocarlo. De pronto la escritura poemática "Las gaviotas (y el águila que vigila las montañas) no toman café instantáneo." Tan potente. Pero luego es como un artículo.

Tendré que volver más veces, que seguro que el error está en mi perspectiva.

MSalieri dijo...

No, no toman café instantáneo, no lo necesitan para pegarse al cielo, hacer ruidos de mal parto y comer carroña. Desde abajo hasta son un bicho aceptable pero cuando te las encuentras cara a cara dan un asco-miedo-vaderetrobicho que no veas.

Hace tres años yo no era yo, ni ganas tenía.

Lara dijo...

Okr. A mí las gaviotas me gustan, qué le vamos a hacer. Me da igual lo que coman.

Y en general: sólo decir que lo de los tres años atrás creo que ha quedado un poco constreñido. Yo tampoco quiero volver a ese sitio que está tan lejos. Cada vez más lejos. (A Isla Cristina vuelvo de vez en cuando, eso sí.) Las cosas buenas que tenía entonces y ahora no tengo, por poner un ejemplo, estaban muy bien y no les haría ascos, si pudiera tener todo lo bueno de antes y lo de ahora y lo de mañana y todo junto y mi estómago hinchándose. Hinchándose de sensaciones, básicamente. A lo que me refería, además de a ese deje nostálgico que me sale por pura modorra, es a que han pasado tres años (y 27) y sigo con los vietnamitas y los talibanes mañaneros, y con la sensación de pérdida de tiempo, y con las taquicardias del café, y con las ganas de ver gaviotas. O sea, todo esto, año tras año (en este caso tres). Acumulación.

Con respecto a lo de "artículo"... no hay mucho que decir, no había demasiada intención, ni para un lado, ni para otro. Pero tienes razón, no creo que tengas que modificar tu perspectiva, Pa&Ta.

Y tengo que especificar que la guapa de la foto no es isleña, es conejera.

Anónimo dijo...

Hace tres años los instantes que se van y que no te da tiempo ni a echar de menos. Yo sufro cuando lo que se escapa no son sólo momentos, usos, dedicaciones, y sufro más cuando lo que se escapa son momentos, usos, dedicaciones en lugares que se ven a lo lejos (si te subes a un árbol) y a los que no te va a llevar nadie si no vas tú.

Lugares, lugares, lugares (las cerezas del Jerte, el hielo roto del Cabo Norte, los bares de Roppongi) me ocupan la cabeza varias veces al día (qué pesado verdad Lara, verdad Okr) y la encontrada pasión entre deseo, desidia y una excusable falta de recursos exaspera a más de uno, y a una, a ella.

Hace tres años yo tampoco era yo, como el hombre que cruza el río no es el mismo ya, ni el río. Y un instante de enfrentamiento con la muerte no me cabe ni en el comentario, ni en el blog ni entre los dedos del poco valor que gasto.

"Tiempo detenido

perpetrado, bloqueado de que

todo no obstante ocupe un

lugar único, inevitable, en el instante

en que

vidas paralelas confluyen

entre raíles

y tu tiempo es el que debes

el que perdiste

el que te queda



Es como contener la respiración

bajo agua,

abrir los ojos y sonreír."

NáN dijo...

Mientras la falta de recursos no os parezca inexcusable, seguid contando con mi cariño, con mi sensación de dejá vu, con mi apego.

Reb dijo...

A mí me gustan las gaviotas, pero es verdad que en su grito hay una sinfonía aguda que me revuelve la existencia, como hace a veces el café instantaneo con el estómago. Las gaviotas son seres maravillosos y vuelan. Que no es poco.