Los rubios camareros del algún país del este me sirven, sonrientes, un café en vaso templado y un dulce de azúcar, blando y esponjoso. El dulce tiene restos de chocolate de otro compañero suyo de vitrina. Lo pruebo y sabe a chocolate, y no soporto el chocolate por las mañanas. Mastico un par de trozos y me doy cuenta de que no puedo comer. He perdido un tren y de pronto todas las obligaciones me amordazan el estómago.
A mi lado, un señor corpulento, cincuentón, a duras penas contra su respiración pide un café con leche, en taza, y una copa de coñac, redonda y caliente. Son las diez menos veinte y la cafetería de la estación está empezando a vaciarse. El hombre se bebe el café en un instante, no me he dado cuenta y ya estaba la taza alejada de sus brazos, cerca de mí. Los nervios me atenazan la garganta y quizá vea borroso, aunque todo parece presentarse nítido ante mis ojos: la copa de coñac descansa en sus manos, son ya las diez menos cuarto y él esconde su expresión bajo unas anticuadas gafas de sol bastante caras. Mira hacia el frente, hacia el reloj, pero como si no mirara, fingiendo que no vigila la hora de su primer trago.
Las caras de la mañana, el sueño acumulado en las mejillas, en la carne que recorre la mandíbula, en todos los labios acolchados y un poco gelatinosos. Cuesta trabajo mover la boca al principio del día. La lengua quisiera quedarse enterrada, sosteniendo el paladar. Algunas caras están rejuvenecidas por el sueño, parecen muñecos hinchados, máscaras infantiles con párpados ridículos, demasiado prominentes.
Una vieja, sin embargo, luce unas ojeras antiguas y sus labios pintados de rojo parecen llevar ya horas peleándose con la dentadura postiza. Lo último que espero de ella es un bostezo. La chica rubia de la barra, sudada y apestando a nata, le sirve una tostada de pan sin miga, falso. La anciana se queja, coqueta y sonriente, y mira alrededor pidiendo apoyo o confirmación: es demasiado pan. No puede comerlo entero, y el pan no se tira, ni siquiera éste, falso. La camarera no le hace caso, le da la espalda, todavía varios clientes la reclaman. Sin perder la sonrisa en sus labios afilados y llenos de grietas, unta manteca dura en una esquina del pan, que acaba desmenuzándose como la piel de sus manos. La señora se ruboriza, está inquieta y a pesar de su edad, creo que siente vergüenza e incomodo, como si todos los presentes la miraran; sus ojillos lejanos se tropiezan en las esquinas de la mesa donde se ha sentado, se está lamentando, quizá arrepentida, por ese pan de mentira que se desborda del plato, por la mala educación de los jóvenes, por lo devaluadas que están las caricias, como si todo eso fuera culpa suya, todo este mundo agitado y lleno de monstruos.
Esta mañana se me hace especialmente insoportable la importancia del reloj, que avanza, milimétrico, bordeando su esfera impía. Siento el día histérico, apresurado. En toda su importancia digno de empezar de nuevo. Yo también me arrepiento de algo, aunque no sé de qué, y mi corazón se alza, falso responsable, asfixiándome el aire y los minutos. Ya en el andén, espero un tren que se retrasa. Llego tarde a la oficina y la vida, a pesar de este delicioso sol que inunda los ojos y cae tibio sobre las primeras ropas del otoño, me resulta, así, terriblemente absurda.
18 comentarios:
La vida, desnuda de tanta tontería social, no es nada absurda...
Aquella señora tenía razón, el pan no se tira. ¿Cómo puede ir uno por el mundo tirando el pan, falso?
Y, no es por decir nada, pero... Tienes un problema con los medios de transporte, Niña Lara: que si el avión, que si el tren... Uyuyuy...
No sé, yo creo que el hecho de que la vida sea terriblemente absurda es precisamente uno de sus absurdos atractivos.
Me voy a un examen (de portugués, dicen mis amigos que si no se me ocurre qué poner, que escriba un fado... en fin...).
Besos y magia,
K
(¡Vivan los medios de transporte que llegan tarde y a los que llegamos tarde! ¡Larga vida al tren... y al autobús 53!)
Hoy, de camino al trabajo, (dando un paseo, que es cómo mejor pienso yo) me he acordado (porque ya lo sabía) de que la vida es solo lo que una quiera que sea. Yo hoy quiero que la vida sea el tren de Lara, que vaya despacito, que sepa a café con leche y a tostadas con mermelada.
Los lunes siempre huelen a nuevo...
¡Buenos días a todos!.
Relax. Café. Un paso a su vez. Qué grima las viejas pintarrajeadas e incomprendidas, qué grima las tostadas resecas, desmesuradas y frías, qué frío el no estar donde se debe estar (donde se quiere estar), al tictac del reloj, qué grima de sol tibio a deshora, qué grima de sentir lo absurdo como tan propio. Relax. Café. Un paso cada vez.
Me ha encantado, muy bien construido, escrito, dibujado.
¡Pero qué grima, qué aprieto!
Mientras leo, escucho el pulso de un reloj de estación sobre la voz imaginaria de quien observa. Tic, tac. Qué fácil acompañarte.
Trenes, aviones, aeropuertos, estaciones... no sé por qué se prestan tanto a ser un escenario extraño donde todo el mundo enseña el perfecto acabado de su alienación, su prisa, los bordes de la pieza que lo encajaron en esta vida que, a veces, es tragicómica tan temprana.
Cómo me gusta la imagen de los muñecos hinchados, recién despertados,seguro que brillantes. Me los imagino como 'tentetiesos' balanceándose colgados de la barra del vagón.Un beso y hasta prontito.
Querida espía de la realidad:
¿Cuánta belleza tienes que contener dentro para transformar una mañana en un cuento?
Saludos desde la habitación contigua
Caray. Todo lo que uno se pierde por pasarse todos y cada uno de los viajes atentísimo a los ojillos de las muchachas.
Me has hecho nacer unas ganas irresistibles de escuchar una canción que no pega nada con nada, pero que es angustiosa como ella sola, hmmm.
No sé qué me parece más raro, si esa asociación o que a alguien pueda no entrarle el chocolate a cualquier hora, hmmm, hmmm.
En cualquier caso: está bien esto de narrar la vida. No deja de ser curioso que una mañana que muchos preferiríamos ahorrarnos se convierte en algo que nos gusta leer.
el sol de otoño es para dormir la siesta en los parques sabiendo que los demás tienen prisa y a ti nadie te espera en ninguna parte
los demás, a los que se les ve tan tontos desde aquí
las mañanas son raras... mezcla de recordar la noche con una media sonrisa y de descubrir el día con asombro...
desde hace unos meses, mis mañanas no tienen trenes, ni relojes que te recuerdan que llegas tarde... ahora puedo descubrir ventanales que esconden millones de historias (algunas también absurdas, seguramente), miro la belleza de las nubes estropeada por las antenas de cutrevisión, veo siempre a la misma señora asomada a la misma altura de la ventana blanca y me pregunto cómo será su vida... seguramente, también absurda... porqué, como diría aquel lo absurdo de esta vida es preocuparse por querer saber vivirla...
preciso texto, lara
besos
trenes autobuses metros. que no falten ni ellos ni sus historias.
El pan, hidrato simplón encumbrado como cuerpo del dios de la debilidad, solo alimenta a los rebaños mansos que anhelan ser dirigidos con la aguijada. Los demás nos alimentamos de carne y nos dejamos guiar por el cierzo.
¡Y que viva tu pubis moreno!
!
¡Viva!
(Perdón, me he dejado llevar).
¿Tienes un sol tibio, y te estás tomando un café con un dulce?
Deja que los demás se muevan absurdos y disfruta.
En eso consiste ser feliz.
"Yo también me arrepiento de algo, aunque no sé de qué, y mi corazón se alza, falso responsable, ". Qué buena semblanza de la común ansiedad, esta otra piel que nos viste de arriba abajo. Ese pellizquito continuo, con aroma indefinido a culpa. Aplaudo.
Cada uno espera algo con cierto optimismo, pero todas estas miserables dosis de optimismo cuando las mira el narrador desde fuera quedan sólo en miserias. Otro espectador excepcional de la escena, el lector, ve al narrador angustiado, temiendo que tanta cutrez le contamine y para finalizar queda decepcionado de no leer a las diez el primer trago.
Me cuelo en tu blog y te cuento que día tras día, curva tras curva, tras curva, mi viaje al trabajo se me hace un nudo en el estómago.
Freno, freno, giro el volante una y otra vez. Derecha, izquierda, vuelvo otra vez al mismo sitio. Una locura.
Allí no hay más que nada. Cabezas llenas de vacías telenovelas y canciones que no dicen nada, de psp, de peleas, minibandas organizadas...
Quiero una vía, un ticket, una parada, algo donde poder levantarme y no tener que frenar.
Un beso "prima". Nos vemos en el frío invierno.
El arrepentimiento, o el remordimiento... Simone de Beauvoir empieza una novela, "La sangre de los demás", con ese olor.
De qué? Nunca se sabe. El pecado original. La falta de ser; lo que le falta a la vida.
Vive más que la vieja, con tus dientes de verdad!
Publicar un comentario