domingo, 26 de febrero de 2012

Doce. Mu-danza



Por fin unas pocas estelas blancas cruzan partes del cielo. La sensación de sol desaparece, merma. Suficiente para respirar, para empezar a deprimirse: es domingo, algún vecino de esta cerrada urbanización de adosados ha contratado a unos jóvenes con escaleras y sierras mecánicas; podan sus setos como si vivieran en un palacio. Los niños afuera revolotean con indiferencia. Los adultos, en chándal, bromean, fuman, se sienten laureados en el último día de la semana. Coches excesivos aparcados junto a las casas. Pero el chándal, el corte de pelo, las típicas palabras, el gesto en los ojos: no concuerdan. ¿Por qué imagino la tristeza de las familias en este conjunto feo de adosados? ¿Por qué todo me parece la representación de la infelicidad? Es un prejuicio hipócrita. Una falsa soberbia. El miedo propio.

Pertenezco, ahora mismo, a esta comunidad de vecinos. La normalidad es apabullante. Por dentro, supongo, todo gritos, histeria, infantilismo, ratos de placer. Problemas de dinero, problemas de adaptación, eyaculación precoz o bruxismo. La vida misma. Me dispongo a huir. Recojo a mi familia y nos vamos; hoy es el último domingo que viviremos aquí. Nuestro último domingo periférico. Estas mininubes acentúan el espejismo premudanza. Tantas cosas que hacer en los armarios. Me deshago de ollas de latón de la época victoriana. El pasado en bolsas de basura, el pasado inútil en bolsas de basura, el presente en una bolsa de basura negra, imposible de reciclar, con ella se asfixiará un pelícano.

Vuelvo a la colmena. A la intoxicación. Al anonimato. Ahora mismo, el país es una mierda. Todo lo que ocurre es tenebroso, ridículo o amenazante. Menos cuando la sangre nos salpica y se nos introduce en los agujeros de la nariz, menos cuando la sangre ajena o propia nos mancha un diente, nos deja una marca en el cuello blanco, esta realidad de mierda está cubierta de una pátina tipo neopreno, tipo metacrilato, tipo acero blindado que consigue que todo nos dé lo mismo, que todo nos parezca (un poco) de mentira. Somos la petulancia, la contradicción, el mal pueblo. Hablo por mí, yo siempre hablo por mí. En esta urbanización de adosados lacrimógenos, se me acentúa la sensación. Convertir el vértigo en irrealidad, pasar de todo. Quiero salir a la calle, alzar las manos. Y también quiero, cómo no, salvarme el culo. Lo siento: lo necesito. Dicen que el cupo de desgracias per cápita es infinito, pero me niego a tolerar ni una más. Empiezo a desear fervientemente que todo pase: la mierda de país y los trágicos murmullos personales. No sentirme culpable por querer hablar solo de cine, de libros, de las proteínas de la leche y del refuerzo de goma en los zapatos para los primeros pasos. No sentirme culpable por no tener fuerzas ni para asumir un simple resfriado. Incluso un simple resfriado puede ser el enemigo. Adiós, desgracia.

Vuelvo a la colmena. A la ciudad que nunca dejé de amar.

Haré el esfuerzo por conservar a los pocos e imprescindibles amigos de este lugar. Bailaré el esfuerzo de encontrarme con los viejos. No sé qué más haré. Recojo a mi familia y huimos hacia el barullo buscando la calma. La distancia, el aire intoxicado, recorrer los parques y las avenidas. Trabajar duro: es un milagro sobrevivir, al fin y al cabo. 

14 comentarios:

Laura dijo...

Te deseo un buen viaje, a ti y a los tuyos. gracias por acojernos en la comarca...
es nuestra obligación intentar ser felices, solo así podremos cambiar algo del mundo.

Isabel dijo...

Sí, es un milagro, nunca se acaban los primeros pasos hacia algo, pero culpables no, Lara, eso sí que no. Lo veo claro cuando pienso en un mundo construido con los sentimientos e intenciones de la gente que conozco y no conozco pero intuyo. No hemos creado esto, no nosotros, no.

Que vaya todo muy bien y será así, seguro.

Abrazos.

trovador errante dijo...

A veces, desde mi malestar y mi hipocresía, comparto ese rechazo por esa representación de la infelicidad. Me repatea y me apena al tiempo, más prejuicios...

Me quedo con unas palabras que me parecen las únicas que valen la pena de verdad: "recojo a mi familia y huimos"

Buen viaje para los tres,
Kike

Daniel Pelegrín dijo...

Mi última mudanza, hace ya ocho años, también fue una huida hacia el centro. El centro, qué cosa. Mudanza, tránsito, otra forma de la búsqueda. Suerte.

Portarosa dijo...

¡Oh, este post es una (nueva) maravilla, Laura!

Los domingos son eso; y en chándal, mucho más. Cómo no pensar en la infelicidad, o como mínimo en el hastío. Ese vivir sin darse cuenta, ese tiempo sucio, que me decía ayer un amigo, por automático, por resignado, por no elegido y porque solo pasa (por encima).

Bienvenida a donde quieres. Vive. Vivid.

Un beso.

AROAMD dijo...

La colmena está revolucionadísima ante esta danza.

Gemma dijo...

Que tengáis un felicísimo regreso, Lara. A mí me parece que con vuestra mudanza, el calor cercano de la amistad será mayor (y más abarcable).
Un besazo!

Diva Calva dijo...

Ganas de mudarme yo también a algún lugar con vida, lejos de esta ciudad del sur donde los prejuicios (mios y de los otros) nos mantienen aburridos, sin cheating day de escape...

Anónimo dijo...

Las mudanzas me gustan sólo si tengo el día 'tirador', si no, me cuestan, es un horror...
Besos porteadores!
Sonsoles

MSalieri dijo...

Como diría el poeta
tras fumarse un peta:
la polución, honey,
mola mogollón.

kika... dijo...

Llevo un mes con mascarilla, no sé si es para que no me salpique la sangre o para evitar la contaminación, no lo sé.

Pero soy feliz de que volváis. Hasta se me quitan un poco las ganas de llorar, leñe.

besos,
Kika

manolotel dijo...

Como dijo la lagartija, lo importante es no dejar de moverse.

Seguro que os irá bien. No entro mucho en ninguna parte, pero cuando lo hago, no dejo de curiosear a ver que hacen esas manitas tiernas y también las de la madre. Por ver como crecen. Como construyen el mundo.

Un besote

El Rucio dijo...

¡Oh, Madrid, y la familia sin recoger! :D

Anónimo dijo...

Lúcida conciencia. Ya te está haciendo sufrir. También gozar. deberíamos contar con una lista de los cuarenta principales: básicamente banqueros y sus principales mayordomos políticos: colgarlos de los más altos faroles, mientras cada uno de nosotros (mismos), se quema un rato la palma de su mano izquierda (zurdos la derecha), por colaboradores necesarios. Amen.