domingo, 20 de abril de 2008

Ámsterdam, día 3.

La casa de Rembrandt tiene chimeneas enormes en estancias pequeñas. Cobran caro por entrar pero podemos ver la cómoda donde Hendrickje guardaba su dote de bordados y seda, y la pequeña cama-armario donde dormía Saskia, seguro, con su hijo Titus entre los brazos, poco antes de morir.
En esta plaza puente bajo la que el agua marrón del canal se contonea hay pocos turistas. En una casa alargada y sola, posiblemente desde donde controlaban las compuertas del canal y el paso de los barcos, tomamos un café en el piso de arriba. Todo es de madera y está torcido. Nos convencen y pedimos unos bocadillos con grandes croquetas de carne y un plato de queso con mostaza. El sol nos ha calentado antes durante unos tibios segundos, mientras atábamos nuestras bicicletas a la valla, pero ahora ha vuelto a esconderse y afuera todo parece de frío. Vamos forrados de ropas, pero nuestras manos sin guantes, agarradas al manillar, sufren la humedad cortante del aire. Anoche, cuando volvíamos del barrio Rojo, alejándonos del centro, solos con nuestras ruedas, no teníamos frío tampoco en los nudillos. Han subido hasta aquí tres turistas más, viejos, dos mujeres y un hombre arrugado y moreno de piel. Una de ellas va vestida de morado. Un abrigo de paño morado, un pañuelo morado de flecos y casi morado el resto de sus labios pintados que queda en la taza de café marca Segafredo. Hablan muy flojito y llevan cámaras pequeñas. El señor enciende una de las velas que hay repartidas por toda la estancia antes de encenderse un cigarro.
Qué distintos son de los viejos de mi país. Incluso de los no tan viejos. Creo que muchos de los posibles turistas españoles no vendrían nunca a visitar Ámsterdam sólo porque aquí la marihuana es legal y las prostitutas enseñan tristemente su cuerpo desnudo en los escaparates. Tristes, pero sin pasar frío. Quizá no se acuerden de que esto viene de Calvino, como yo no me acordaba. Que estos hombres trabajaron por su independencia y su austeridad y su ausencia de palacios y pretenciosas iglesias, y tomaron el camino desde hace siglos para esta extraña libertad que ahora los caracteriza. Que viene desde Calvino, no desde una reciente locura sin valores añadidos. Que lucharon contra nosotros y nuestra férrea y poderosa hipocresía. Y aun así, allá abajo, caídos del continente, la poderosa hipocresía de Carlos y Felipes sigue vigente, y muchos de los turistas españoles nunca vendrán a Ámsterdam sólo por esa posibilidad, que es la misma que en el resto del mundo pero menos… sucia.

Claro que es algo descorazonador, sobre todo a esta edad incipiente mía, encontrarse por las calles del barrio Rojo montañas de grupos de chavales ingleses, norteamericanos, españoles, rusos, alemanes y un largo etcétera, armando la gresca torpe y escandalosa de la triste rebelión: esparciendo a gritos y empujones sus colocones turbios. Por otra parte, igual que en España, porque en pocos países sirven copas tan abundantes y tan copiosas como en España, el país del alcohol barato y de las noches eternas.

Suena David Gray.

Me fumo otro cigarro y Miguel bosteza mientras lee. Las nubes dan sueño.


Ahora vamos a montarnos en nuestras bicicletas y vamos a pasar frío y yo temblaré de miedo en los cruces difíciles (tranvías, bicicletas, motos, coches y personas, todo junto en un complicado sistema de ceda el paso), y llegaremos al FOAM, donde en sus puertas, unas gaviotas salvajes y de plumas limpias y compactas destrozarán con ahínco, a medio metro de nuestros pies, unas bolsas de basura llenas de papeles.


A los pies del FOAM no estaban las gaviotas que imaginé. Pero como cada tarde que hemos pasado aquí, las nubes han ido alejándose poco a poco (más bien desapareciendo sin más) y el cielo rasgado ha convertido el paseo en una delicia brillante. Tarda en ponerse el sol. Lo hace lentamente.


Que lo más feo de Ámsterdam es el barrio rojo ya lo sabíamos. Hemos recorrido puentes y calles estrechas de casas torcidas hasta llegar al museo. Miguel es mi brújula. De vez en cuando frena su bicicleta y saca el mapa, lo mira durante unos segundos (no hace falta ni que frene yo, que suelo ir detrás), y ya sabe, en forma de milagro, qué canal tenemos que coger hacia el norte para luego torcer en la segunda callejuela hacia la izquierda y al tercer puente con canastas de flores amarillas y el agua reflejando las torres picudas del fondo, ya hemos llegado.

En el FOAM hemos visto la historia del noveno piso (Jessica Dimmock). La historia de Jess y otros. La heroína en Nueva York, la misma heroína en todos los países. Un bebé llorando por su adicción indirecta al opio de la metadona, sus padres reventándose a puñetazos en una habitación y luego amándose (hay sangre brotando de los labios de él mientras se besan), practicando un sexo lento y abotargado, de fatalidad. En la mano de ella, una lata de cerveza. Salimos consternados, la vieja historia que no deja de matar.

No queríamos separarnos de nuestras bicicletas, pero nos hemos resignado a dar el último paseo por el barrio del Jordaan. Harían falta tres tardes más para disfrutarlo, tres semanas más para buscar alojamiento, tres meses para que crecieran las flores y en nuestras tazas los posos del té formaran dibujos amazónicos.

Nos ha dado por pensar, erróneamente, que en esta ciudad la gente es más feliz porque no corre por la calle, sino pedalea.


Nos ha dado por pensar, ilusamente, que el amor es más fácil en este sitio y que los niños crecen como los tallos de los tulipanes y multitud de cabecitas negras y rizadas y rubias como el vino rubio pasean encaramadas a las bicicletas de sus padres y gritan de alegría y rabia cuando espantan a las palomas.

Nos ha dado por pensar eso porque nos hemos alejado del circuito establecido para turistas ansiosos (nosotros, turistas vampíricos) y hemos visto gente que vuelve a su casa con carteras de cuero viejo y el suave atardecer y todo el mundo es demasiado guapo o aparentemente interesante y las chicas con la frente despejada y los hombres con el pelo enmarañado. Y los lugares.

Y sabemos que estamos equivocados porque aquí también tiene la gente los dientes negros y el alma agujereada pero nosotros estamos de vacaciones y esto es Europa una vez más y cenamos en el piso número siete de un nuevo edificio mag-ní-fi-co que es la biblioteca municipal con vistas al fin de mundo y luego venimos a tomarnos un vino al Eleven, que es también el último piso del museo de arte moderno y para colmo decidimos subir todos y cada uno de los escalones que nos separan del cielo negro iluminado por unas escaleras llenas de graffiti y cuando estamos arriba, nos encontramos no con el antro punk que esperábamos, sino con un restaurante-bar de diseño que ocupa toda la planta donde proyectan fotografías gigantes sobre los desagradables asuntos de la política y la muerte mundiales mientras la gente cena y algunos ríen y nosotros nos sentamos en la barra amarilla y yo escribo esto y la noche ya es un misterio de luces allá abajo y nuestra última madrugada en Ámsterdam aún no ha terminado.


En el Bimhuis, con un chupito de cointreau, y mucha gente esnob y holandesa que sale del concierto de una big band del que nosotros sólo hemos escuchado los últimos treinta segundos, Miguel me hace fotos, sentados en esta barra de cuero negro, del Bimhuis, ya lo he dicho, y yo siento que me hace fotos como si estuviera desnuda,

aquí

entre tanta gente

con jazz.

17 comentarios:

Anónimo dijo...

si alguna vez en el pasado no ha habido flash,te puedo asegurar que lo que me haces sentir cuando escribes es lo mejor que me ha pasado nunca.yo tambien estuve en amsterdam

Anónimo dijo...

contacta conmigo

carmen moreno dijo...

Yo jamás he estado en Amsterdam, pero estaré... Bienvenida, Niña Lara, nos vemos en Barna.

Virginia Barbancho dijo...

GUA-POS!!!

Bienvenidos a esta turbia Madrid con témpanos de hielo en pleno Abril (y aún así se dice que aquí también vienen turistas y quedan encantados... qué cosas! mirar a los turistas de aquí como en otras ciudades te miran a tí!)

Pablo Gutiérrez dijo...

... yo tampoco había estado. Ahora ya sí.
Los tercios de Flandes contra Calvino, derrota de los que iban de buenos, victoria de los que iban de malos.
¿Victoria? Qué bonitas eran las novias de los herejes.
Y sin embargo las filas, siempre prietas alrededor de un estantarte muy ridículo.

AROAMD dijo...

lara.. cómo echaba de menos tus palabras tras los viajes..

tal vez eso me ató aquí alguna vez
y ya me quedé

viajas tú
(y luego vamos los demás)
con tu cámara, tu forma de mirar
y de contar después

gracias
qué ganas de avión tengo

Sonia San Román dijo...

Es un placer poder viajar a Ámsterdam a través de tus palabras.
No pares de contar.
Beso

Gemma dijo...

¿Cuántos días más os quedan en Amsterdam? Ya imagino que pocos, pues muy pronto tienes la cita de Barcelona...
Barcelona 1, 2 y 3...

Un abrazo

Anónimo dijo...

ay Lara, qué bonito escribes...
aquí también suena jazz y yo suspiro con ganas de subirme en un avión.

besos!

Marian dijo...

Me encanta como nos dejas viajar contigo :)

Un besote

Recaredo Veredas dijo...

Hermosa y certera descripción, Lara.

síl dijo...

a mí, cuando viajo también me ocurre eso... siempre pienso que en ese lugar todo sería más fácil... pero no, por desgracia... lo bueno, es vivir esa otra realidad y ser otra persona durante un tiempo... (a poder ser no la del turista tradicional, claro)
sigue siendo todo precioso ;)

hasta prontito :) besos

NáN dijo...

Es un placer ese diario de viaje, las fotos, los textos, lo que no sabías y ahora sabes. Esa atmósfera de intimidad que se cuenta; de amigo a amigo.

Los grupos escolares, los grupos de turismo de oportunidad, ya con más años, a los que les da lo mismo que les lleven a un sitio que a otro. Lo peor en todos los sitios: la globalización como modo de esparcir la grosería. Vosotros os librasteis de eso. Conocisteis una ciudad que yo no conocí (o sí, en aquel tiempo no había turismo).

Esta vez me dejas una sensación de paz, aunque no olvidas, perversa, de poner los paréntesis que cierran.

Anónimo dijo...

Yo soy una especie de ciego (menos mal que no he tenido nunca que pasar por Gaza).

Mi hermano Anaxágoras ha sido corredor de 100 y 200 metros (lisos, no sé si añadir).

Para un invidente, correr los cien metros no es problema. Se los orienta con sonido. Pero para 200 y 400 sí los hay: hay una o más curvas. La manera de correr estas distancias es tomar de la mano a alguien (que pueda correr a tu ritmo... a veces no es fácil) y aunar el paso (tu derecha con mi izquierda). Hace miles de años, a mi hermano lo llamaron para acompañar a una chica en esas distancias, y resultó ser Purificación Santamarta (echad un ojillo aquí: http://www.lukor.com/deportes/07032002.htm).

Como actividad complementaria en esas jornadas deportivas, se montaron en una bicicleta-tándem con sus guías de carrera y se dieron una vuelta por Cádiz.

- Cuéntamelo todo.

Y mi hermano, que es absolutamente parco en palabras, habló por los codos. Como pocas veces en su vida, creo yo.

Los que estamos un poco ciegos necesitamos que alguien en bicicleta nos enseñe a ver las cosas, Dama Lara. Desde mi invidencia del alma te lo agradezco, de todo corazón.

Y a Miguel por las fotos.

Jesús Beades dijo...

Estupenda crónica, muy buena poesía. ¿Nos veremos en la presentación sevillana de Aquí y Ahora?

Rocío dijo...

Siempre he querido ir a Ámsterdam. Gracias por hacer que una parte de mí haya estado allí. La otra irá en breve.
Besos.

Anónimo dijo...

Hacía tiempo que no te leía nada largo y he quedado felizmente sorprendido. Hay madurez en la precisión de las palabras. Me hablas de ti y del mundo, con tu mirada, y todo se mezcla perfectamente en ese estilo tan tuyo (un don natural) que contagia por su ritmo, por su pasión y por su verdad sobre todo. En esa concisión, en esa mixtificación, consistía el aprendizaje... Y emociona ver, tiempo después, el resultado de las evoluciones. Creo que has dado un gran salto en todos los sentidos. A tu autenticidad brutal había que recortarle las palabras que despistan. Y es lo que estás haciendo. Maravillosamente bien, Lara.