martes, 8 de junio de 2010

BRASIL, número cinco


14 de mayo de 2010, centro de Río de Janeiro.

Junto al promontorio de tierra que separa Ipanema de Copacabana, las olas rompen fuertemente y se abren al cielo formando altos túneles para los surfistas más experimentados. Nos sentamos en la piedra, con los pies colgando, a verlos cabalgar. ¿Este océano nunca para? Ayer hizo un día de sol. Caminamos por la orilla de Copacabana dejando atrás los puestos de sillas de plástico donde ofrecen bebidas por 3 o 4 reales. Gente de ojos oscuros arrastra carros o bicicletas con cajas de corcho, vendiendo comida junto a la pequeña lonja de pescado que ya están limpiando para cerrar. Copacabana es una bahía ancha y popular. Deslizo mis pies descalzos por la arena brillante y la espuma me moja lo tobillos. Copacabana es una bahía larga jalonada por altos edificios blancos. Una ola me cubre a traición y empapa mis pantalones de tela hasta las ingles. Decidimos ponerlos a secar en una terraza junto a la carretera, donde nos tomamos una caipirinha para abrir el apetito. Hay poca gente, pero el murmullo es sensible al movimiento. Nos intentan vender de nuevo gafas para la presbicia, pareos con la bandera de Brasil y cucuruchos de papel llenos de maní. No puedo, soy alérgica. A todo. Pasamos el día entre las calles del barrio, más histriónico que Ipanema, más alborotado que el elitista Leblon. Subimos al Pan de Azúcar. Tengo vértigo a veces. Cuando el sol nos deja, escondiéndose tras el Corcovado, regresamos a casa.

No llamamos a nuestros nuevos amigos, no huimos en la noche hacia Lapa, a ver música en directo, ni siquiera nos emborrachamos mucho. Escogemos pasar la última noche cerca de casa, visitamos otra librería, Argumento, donde uno de los dependientes abre discos plastificados para que yo pueda oírlos antes de comprarlos. Otro, encargado de los libros, intenta recomendarme literatura brasileña pero creo que no tenemos los mismos gustos y desisto. Acabo llevándome un clásico de Machado de Assis. La cultura está muy cara en este país.

Cerca de la medianoche, nuestra cama alta y blanca nos recibe con indolencia, cansada de nuestros juegos y de mis malos sueños.

Esta mañana hemos dormido hasta las nueve y media, algo inusual, un regalo del último día. Hemos dejado todo recogido para meterlo en nuestro autobús nocturno, y hemos subido al Centro en un bus de línea, con el aire acondicionado puesto, supongo, a 12º, como viene siendo normal en la ciudad. Mi garganta empieza a resentirse.

El Centro es otra cosa, es lo que faltaba. Adoro las islas, las carreteras secundarias, los desiertos y los centros de las ciudades. De pronto ha sido como si acabásemos de aterrizar en el país. El contraste es fuerte, con ese punto de locura de las ciudades mágicas. Altos edificios acristalados, montañas de hormigón de geometría dispar se mezclan con la piedra ancianísima y lo señorial y colorido de las casas coloniales. Ejecutivos, trabajadores, paseantes, mendigos, niños de torso negro y desnudo que te acarician el brazo o te ofrecen un servicio de limpiabotas, ningún turista. A la sombra de algunos árboles y de algunas sombrillas, cuando se nubla el cielo, corre un aire de tormenta que me estremece y cuando el sol cae me hierve el cráneo. No hay término medio. Nos hemos propuesto almorzar por muy pocos reales y creo que nos acercaremos a un bar gris, de mercado, donde te ponen 100 gramos por 1,25 reales.



Miguel, ahora mismo, escribe delante de mí después de mucho tiempo. Levanta la cabeza y se queja porque tacha muchas frases. No sé ya cómo decirle que nada importa.


Estoy en la Biblioteca Nacional. He tenido que inventar un cuento acerca de que investigo la historia de la literatura de Brasil para que me dejen entrar, hoy no era día de visitas. ¿Es posible que no visite estos lugares en mi país y aquí lo haga? No sé por qué me ha dado esta inquietud en este viaje. Apenas he leído cuatro páginas de un libro de João Gilberto Noll, Rastros do verão, a cuatro ojos con Miguel (siempre más fácil), y como he conseguido entender algo (bastante más que en cualquier otro idioma que no sea el mío), decido lanzarme a las librerías y llevarme una mínima porción de literatura brasileira en portugués. En unos puestos de saldo que había junto al mercado (creemos que perdiéndonos dentro de él es lo más cerca que hemos estado de Brasil desde que llegamos hace diez días, eso y una tortuga gigante nadando junto a mi barco), he encontrado por fin el libro de Jorge Amado que buscaba, Capitães de areia. En las librerías lo vendían en bolsillo a 25, 26 reales, aquí he encontrado una edición antiquísima por 5. ¿Por qué me lo llevo, qué sé de él? Apenas nada. Que fue publicado en 1927, que es la historia de dos niños. Un Oliver Twist de Bahía. Ni siquiera de eso estoy segura.

Estoy esperando a que me traigan el libro que he pedido. Estoy sentada en una silla vieja, de plástico azul, frente a una columna inmensa. Mi mesa es un pupitre de madera de hace un siglo. Tengo una placa que dice así: «Sua mesa é a 2. Na saida, entregue este cartão e os livros no balcão. Obrigado». Por fin me traen el libro, Os modernos, de Humberto Bastos. ¿Por qué este entre miles? Porque me gustó su nombre cuando pasaba las innumerables fichas del cajetín de madera 786, LIT BRA. Es mucho menos antiguo de lo que simula. Publicado en 1967, parece del siglo XVIII, por su amarillo y por su olor, que me hace estornudar. Habla de los revolucionarios literarios de la primera mitad del siglo XX. Allá voy. Afuera, suenan sirenas intrigantes. A mi lado, una señora pájaro teñido lee El poder de la Cábala y apunta signos extraños. Ya se ha hecho de noche. Queda poco para que esto acabe.



8 comentarios:

RaRo dijo...

vértigo, malos sueños, ola traicionera, caipirinha y biblioteca nacional. Volverás...

Portarosa dijo...

Resulta un poco desasosegante, este post.

Un beso.

NáN dijo...

Alérgica a todo es el mejor método. Si descubres que el maní sabe a los cacahuetes del cine de barrio, ¿para qué ir? Solo la mirada y los malos sueños. Traértelo todo dentro y escribir.

Tachar mucho sí que importa, no deberías mentirle a Miguel en esto.

La cabalista buscaba signos que están en la calle, vaya pérdida de tiempo. Allí como aquí. Mientras los modernos hacen estornudar.

Seguro que cuentas más cosas, pero en una segunda lectura me he quedado con esas.

En menos de dos horas, nos vemos.

Aurélia Jarry dijo...

Y siempre ocurre eso, que fuera hacemos esas cosas esenciales en que no pensamos cuando estamos en nuestro terreno... Por qué será? Por qué seremos tan brutos?
Por eso hay que viajar... Y compartir...
Gracias, viajera de todo

Emilio Ruiz Mateo dijo...

Qué buena idea eso de agarrar un libro al pseudoazar de las fichas de la biblioteca. Lo haré.

Isabel dijo...

Me gusta el ritmo acompasado del que y el como, así, dando cuenta, a veces pormenorizada de una u otra cosa.

Para aprender como siempre, querida Lara.

Abrazos.

Anónimo dijo...

Rio Breaks

Golondrinamente dijo...

Precioso blog! Aparte de los textos, tienes unas fotos preciosas, me entra la melancolía en recordar Brazil. Un besote