Sólo unas nubes lentas y no lo suficientemente grandes. El camino estaba despejado. En el maletero, el ruido de una botella de orujo chocando con un rioja y un rueda. Piensas por favor que no se rompan, que no se encharque de alcohol el coche. En El Escorial estaba puesto el rastro, he paseado por los tenderetes observando los precios caros de esta parte de la sierra. Me he parado en el de aceitunas. Un africano de los países lejanos y un argentino me han atendido mientras se daban pellizcos en las nalgas tras el mostrador. Han sido simpáticos y cuando el sol no se escondía, les brillaban las sonrisas. He comprado altramuces, cebollas blancas aliñadas, soja, lentejas pequeñas y judías negras. No sé si nacemos con esta nostalgia de querer ser de otro tiempo, de disfrutar como en una película de tus manos revolviendo el monedero, tocando las habichuelas pintas en los sacos.
Acostumbro a volver a casa cargada de bolsas. Luego se me tensan los músculos de la espalda y hago muecas extrañas al volante. Eran las dos de la tarde, pero el camino seguía despejado. Cada vez me dan menos miedo las señales de tráfico, las flechas. Despiste, dislexia, no sé, pero siempre pienso que voy a elegir la dirección equivocada, que en el último minuto cambiaré de sentido aunque ya haya encendido el intermitente hacia la izquierda. El camino es tan bello. En verano tendré que bajar las ventanillas para que entre aire, y el sonido chirriante de la correa de ventilación me atormentará los oídos. Pero todavía es invierno, y cambio el casete de la mujer griega que canta por una cinta de blues demasiado cascada. Hago ahora una reflexión propia de mí y me doy cuenta de que no tienen sentido los tiempos verbales que estoy utilizando, pero todo cuadra con la sensación atemporal de documental o videoclip que uso cuando conduzco sola. También me pasa cuando conduzco con Miguel a mi lado y quedan muchos kilómetros para llegar no sabemos dónde.
La carretera se estrecha y se curva al dejar Peralejo atrás. La Guardia Civil no me ha hecho ni caso, estaban multando a otro automóvil más veloz. Cambio de marcha con la suavidad del asfalto que se empina. Del cenicero sale un humo que huele a Camel quemado. No presto atención, ahora viene un tramo hermoso de piedras y árboles caídos. Veo las montañas al fondo, las montañas de mi casa, pétreas y combatiendo el paisaje, absolutas. Comienzan a adelantarme los audi, los bmv y un ford infinitamente más grande que el mío. Yo me tomo mi tiempo, estoy pensando en frases que podrían ser escritas, no sé qué hora es, no tengo prisa por llegar, las montañas se me acercan y las bendigo. El sol ha vuelto a brillar sobre el salpicadero, mi mejilla izquierda está caliente y me siento viva. Juego a olvidar los badenes de Zarzalejo Estación, juego a meter segunda cuando ya las ruedas han rozado el cemento alto. Y empiezo a subir, a dejar atrás a los muchachos con mochilas que se insultan de vuelta a casa. Gente vieja pasea por el borde de la carretera sin andén que se alza hasta mi casa, con sus curvas peligrosas y su belleza sin visibilidad. Una señora con falda plisada y zapatos de deporte camina con fuerza, luego otras dos. El sol brilla también en sus cabellos blancos. Me gusta la gente vieja que pasea. Mi abuelo el marinero paseaba por la carretera de pinos que llevaba hasta la playa más alejada del pueblo. Paseaba todas las tardes, hacía kilómetros y kilómetros con su paso rápido. A veces, algún viernes, cuando nosotros llegábamos al pueblo, nos lo encontrábamos de frente, con sus piernas delgadas y su barriga hinchada y respingona, andando por la carretera. Lo saludábamos, le pitábamos, le tirábamos besos. Pero nunca subía con nosotros al coche. Llegaba hasta el final, se daba la vuelta; creo que pensaba en los años del mar. Cuando vuelvo, alguna vez, creo que voy a encontrármelo, a las cinco en punto de la tarde, paseando por el borde de las marismas. Mi otro abuelo el marinero también paseaba, pero por la orilla de la playa, con las olas rompiéndole en los tobillos. Decía un, dos, papa y arroz, y se iba alejando mientras yo intentaba seguir su espalda recta y morena, sus hombros altos. Ahora dice que no puede pasear porque se hace pis todo el rato. Yo siempre le digo que no se queje, que está hecho un toro. Aunque se haga pis.
En la última curva, la más estrecha, donde mi pueblo montañoso de ahora me da la bienvenida, me hago un lío con la palanca de cambios. El autobús que viene del instituto se ha parado justo a la entrada, y mi coche se queda torpemente quieto a sus espaldas. Veo una mano diminuta que me dice pasa, inútil, pasa, y por fin lo adelanto. Elijo otro camino para llegar a casa, el que bordea la iglesia. No hay nadie por la calle, sólo un perro canela y espigado, que merodea siempre mi jardín, me saluda cuando llego a la pequeña verja. He aparcado perfectamente, hoy. Saco las cosas del maletero, el sol me toca la espalda. Las llaves funcionan con delicadeza, la casa por dentro está luminosa y quieta, con el desorden de la mañana como intacto. De pronto no sé qué hacer. Ya estoy aquí. Mi cabeza fluye a otra velocidad, más incompleta, con los pies en las baldosas. Miro alrededor, evito los espejos. Me sirvo un poco de vino blanco frío. No sé qué hacer. Son hermosos los caminos, la línea intermitente de las carreteras, el suave peso de la mente cuando uno viaja, cuando uno atraviesa las tierras y los montes. Una luz criminal entra en mi habitación, y yo la cubro con mis manos.
Acostumbro a volver a casa cargada de bolsas. Luego se me tensan los músculos de la espalda y hago muecas extrañas al volante. Eran las dos de la tarde, pero el camino seguía despejado. Cada vez me dan menos miedo las señales de tráfico, las flechas. Despiste, dislexia, no sé, pero siempre pienso que voy a elegir la dirección equivocada, que en el último minuto cambiaré de sentido aunque ya haya encendido el intermitente hacia la izquierda. El camino es tan bello. En verano tendré que bajar las ventanillas para que entre aire, y el sonido chirriante de la correa de ventilación me atormentará los oídos. Pero todavía es invierno, y cambio el casete de la mujer griega que canta por una cinta de blues demasiado cascada. Hago ahora una reflexión propia de mí y me doy cuenta de que no tienen sentido los tiempos verbales que estoy utilizando, pero todo cuadra con la sensación atemporal de documental o videoclip que uso cuando conduzco sola. También me pasa cuando conduzco con Miguel a mi lado y quedan muchos kilómetros para llegar no sabemos dónde.
La carretera se estrecha y se curva al dejar Peralejo atrás. La Guardia Civil no me ha hecho ni caso, estaban multando a otro automóvil más veloz. Cambio de marcha con la suavidad del asfalto que se empina. Del cenicero sale un humo que huele a Camel quemado. No presto atención, ahora viene un tramo hermoso de piedras y árboles caídos. Veo las montañas al fondo, las montañas de mi casa, pétreas y combatiendo el paisaje, absolutas. Comienzan a adelantarme los audi, los bmv y un ford infinitamente más grande que el mío. Yo me tomo mi tiempo, estoy pensando en frases que podrían ser escritas, no sé qué hora es, no tengo prisa por llegar, las montañas se me acercan y las bendigo. El sol ha vuelto a brillar sobre el salpicadero, mi mejilla izquierda está caliente y me siento viva. Juego a olvidar los badenes de Zarzalejo Estación, juego a meter segunda cuando ya las ruedas han rozado el cemento alto. Y empiezo a subir, a dejar atrás a los muchachos con mochilas que se insultan de vuelta a casa. Gente vieja pasea por el borde de la carretera sin andén que se alza hasta mi casa, con sus curvas peligrosas y su belleza sin visibilidad. Una señora con falda plisada y zapatos de deporte camina con fuerza, luego otras dos. El sol brilla también en sus cabellos blancos. Me gusta la gente vieja que pasea. Mi abuelo el marinero paseaba por la carretera de pinos que llevaba hasta la playa más alejada del pueblo. Paseaba todas las tardes, hacía kilómetros y kilómetros con su paso rápido. A veces, algún viernes, cuando nosotros llegábamos al pueblo, nos lo encontrábamos de frente, con sus piernas delgadas y su barriga hinchada y respingona, andando por la carretera. Lo saludábamos, le pitábamos, le tirábamos besos. Pero nunca subía con nosotros al coche. Llegaba hasta el final, se daba la vuelta; creo que pensaba en los años del mar. Cuando vuelvo, alguna vez, creo que voy a encontrármelo, a las cinco en punto de la tarde, paseando por el borde de las marismas. Mi otro abuelo el marinero también paseaba, pero por la orilla de la playa, con las olas rompiéndole en los tobillos. Decía un, dos, papa y arroz, y se iba alejando mientras yo intentaba seguir su espalda recta y morena, sus hombros altos. Ahora dice que no puede pasear porque se hace pis todo el rato. Yo siempre le digo que no se queje, que está hecho un toro. Aunque se haga pis.
En la última curva, la más estrecha, donde mi pueblo montañoso de ahora me da la bienvenida, me hago un lío con la palanca de cambios. El autobús que viene del instituto se ha parado justo a la entrada, y mi coche se queda torpemente quieto a sus espaldas. Veo una mano diminuta que me dice pasa, inútil, pasa, y por fin lo adelanto. Elijo otro camino para llegar a casa, el que bordea la iglesia. No hay nadie por la calle, sólo un perro canela y espigado, que merodea siempre mi jardín, me saluda cuando llego a la pequeña verja. He aparcado perfectamente, hoy. Saco las cosas del maletero, el sol me toca la espalda. Las llaves funcionan con delicadeza, la casa por dentro está luminosa y quieta, con el desorden de la mañana como intacto. De pronto no sé qué hacer. Ya estoy aquí. Mi cabeza fluye a otra velocidad, más incompleta, con los pies en las baldosas. Miro alrededor, evito los espejos. Me sirvo un poco de vino blanco frío. No sé qué hacer. Son hermosos los caminos, la línea intermitente de las carreteras, el suave peso de la mente cuando uno viaja, cuando uno atraviesa las tierras y los montes. Una luz criminal entra en mi habitación, y yo la cubro con mis manos.
21 comentarios:
Venga ya, seguro que en el fondo (allí donde la junta de la culata y la tapa del delco se hacen cosquillas) eres una conductora genial.
Anda, niña, que tienes por allí muchas curvas para jugar a Carlos Sainz, corre, derrapa, baja la población jubilada con algún topetazo alevoso, destapa tus ansias de velocidad y dale caña a ese buga seminuevo (suena falta), y hazte la dueña de Zarza y aparca como te salga de la hipófisis y a los demás, que les den.
(judías pintas, vetadas en mi lista de alimentos aceptables por el buen gusto culinario.)
Podía haber sido el primero, con otro nombre o como nán en negrilla.
Pero me he dicho que a la mierda, que para una entrada así, como la que has hecho, uno se viste comme il faut, así que me he puesto a "Acceder" y entre que unas cosas y otras, se me adelantó okr (bendito sea, puesto de largo también, con su letra azulita y a golpe de un clic de sus blogs).
Tú escribes que vas a emocionarme siempre, porque o escribes de puta madre o piensas y sientes de cojones. Y las más de las veces el milagro de todo junto.
Nos has hecho ver todo, sentirlo. Hasta el frío del africano y el argentino. Los abuelos. La gente que te quiere, la que quiere la vida. La dificultad de adaptarse a ella. (a la vida y sus señales de tráfico, no a la gente).
No sé si me creerás que antes de entrar aquí estaba en mi casa, una casa cálida pero no por el gasto en gas, con "l", Mig y esa amiga tuya que aterrizó de no sé qué planeta. Y pensaba en esa casa cálida que imagino es cualquier casa en la que estés tú un tiempo. Pensaba que estabas allí sola y nosotros tan a gustito. Luego me alivié pensando que muchos de nosotros no estamos solos nunca: porque siempre estamos tan a gustito.
Por cierto, te llegarán pelis. Por cierto, a diferencia del amigo de antes, judías, cebollas, esas cosas sin carnes ni pescados, me encantará comerlas algún día en esa cálida casa tuya.
Entretanto, cercaremos tu casa desde los cielos. Ya verás. (me asquea ser tan literal).
Entretanto.
(Y yo que he entrado aquí despistada, pensando que con la entrada tan larga que había puesto el número equilibrado tenía que ser 0...)
¡Buenas noches!
Okr. Todas las recomendaciones que me haces me parecen fantásticas pero para la velocidad te espero a ti y hacemos prácticas juntos, ya verás como no te mola tanto la idea... De todos modos tomaré nota. Lo del aparcamiento, eso sí, me alegra el día. Gracias.
Nán. Qué te voy a decir.
¡Estáis invitados a un guiso con judías de todos los colores!
Al empezar a leer me he dado cuenta, ya te lo dije, compañera, de cuánto echaba de menos tus líneas al galope, a rienda suelta sin tropezar en los bordillos de los saltos de verso.
Sin las soledades (machadianas y machaconas), este trozo de placer no existiría. Con la caterva de coleguitas metiendo la nariz en la mayonesa, cantando risotadas por bules, no habrías visto el pellizco, no habrías adelantado, no te habrías parado a la piedra, a la luz, no habrías notado el peso de las bolsas, ni el tacto de las judías, te habrían echado en cara el largo y distendido paseo hasta la acera, después de parquear tu automóvil.
Soy de la opinión de que las soledades suelen ser trabajo de cantería para uno mismo.
un, dos, papas y arroz
Os quiero
(y aunque me esté planteando quedarme a vivir en Valencia)
¡Yo me apunto a esas judías!
Me ha encantado tu texto. Me imagino ahora unas manos agarrando muy fuerte un volante y unos ojos que se achinan y una concentración de mentira en las señales, porque por debajo pensabas en palabras o en cosas que escribir y en tus abuelos. Lo voy a leer otra vez.
Qué bien veros. Sí que es cantera la soledad (este sitio proporciona una de las mejores soledades olvidándonos por supuesto de que existe el mar), pero tampoco estaría mal veros aparecer a todos corriendo por la cuesta pidiendo judías.
Mi hermana se llama Beatriz, y por un momento he dudado, pero no, claro que no es ella. ¿Quién, entonces?
Besos.
Dicen(por aquí)que al leerte se puede ver a través de tus palabras, pero lo correcto sería decir que se puede viajar con ellas. Esta vez he viajado a tu lado, muy callada, como casi nunca.
Y al torcer en una de tus curvas literiarias me he encontrado con mis propios recuerdos...
Te quiero Lor.
Oh. ¡¡¡!!! Idem.
Llevo un tiempo paseándome por las playas de Siberia, por el blog de Miguel, por el tuyo, Lara. Qué ganas de leer más más más sobre cebollas blancas, judías, soja y sol en la cara. Y vino blanco bien frío. Venga, hazlo para los que nos pasamos el día encerrados en casa y nos gusta que la vida nos la cuenten así, a chorro, a lentejas (pequeñitas).
He llegado aqui llevado por la palabra pezon, que no se porque, pero siempre me atrajo.
Al llegar y ver tanto texto he tenido miedo, no creo que pueda leer tanto hoy, en cualquier caso, un saludo,
pezón es bella, pero pezón en catalán da grima: mugró... como una mancha de suciedad que nadie quiere limpiar, que digo yo que lo que te inspira un pezón es todo lo contrario...
De esas 3 cabezas. Dos hacen que piense que el mundo está bien.
Vaya, que casualidad. No, obviamente no soy tu hermana, lo siento, sólo soy una lectora: de "Casi todas las tijeras" y ahora de tu blog también.
Hola!, tía ya vi que me contestaste,me alegro de haberte dado una sopresa.
Pues sí, pese a los problemas que al fin y al cabo todos tenemos, me encuentro muy bien, FELIZ.
Sólo decirte de nuevo que me alegra mucho saber de tí, y que... aunque reconozco que no he leido todo lo que escribes..., me encanta como suenan tus palabras.
Un beso!
Rocío López.
Pues en Madrid... Pero he regalado muchísimos dibujos. Sería una casualidad tremenda pero, ¿quién sabe qué pared?
Qué bonito, Lara. Me recuerda a mi sierra (que está cerca de la tuya), pero también, inexplicablemente a mi Almería. Será porque lo que ahora son sierras mañana serán desiertos. O al revés.
Un beso mágico,
Kika
Holaaa!! Solo quería decir que me encanta como escribes, Lara y que fue un placer descubrirte en aquel encuentro de jóvenes creadores al que asististe en Cádiz y donde leíste algo tan mágico que nos enamoro a todos los que lo oímos. Bueno solo decir que desde entonces visito tu blog pero que nuca me había atrevido a decir nada, y hoy bueno supongo que hay días grises en los que necesitas hacer algo nuevo en tu vida, aunque sea escribir en un blog.
Ardid. Entonces no eres tú, seguro, qué parecida la firma y qué sugerentes tus dibujos.
Kika: las sierras y nuestros ojos.
Nando: ojalá aparecieras por aquí más a menudo. Me gustó mucho estar allí leyendo y me quedé con las ganas de conoceros a vosotros, los de ese lado del aula, pero fue todo rápido y escurridizo. Gracias por decirme que estás por ahí (es importante).
Qué envidia los que pueden escucharse, y verse. Y reconocerse...
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