Lo reconozco: por mañanas como la de hoy vivo en esta ciudad,
todavía. Aunque todo el rato por dentro la máquina me pide que me vaya. Por
mañanas como la de hoy vivo en esta ciudad. Por mis amigos. Por sus bibliotecas.
Porque entrar en Malasaña es llamar escribir un mensaje tocar al portero y ya
bajo y desayuno y perro blanco que nos espera fuera en la esquina al sol y
atropelladamente hablamos de las renuncias del fin de semana pero luego subir a
su casa (la más acogedora de este lado del mundo) y fumar un cigarro, por qué
no, y a la mesa de la cocina, allí mismo, ni mil terapias conseguirían descifrar lo que unas pocas páginas al azar. Se nos van amontonando los libros. Los que
ya estaban y los que ella va trayendo del salón. Yo leo en voz alta fragmentos
y por dentro siento cada piedra ajustándose a su mezcla de adobe a su dulzura
porque hay algo que me une a las personas de forma esencial: hay personas con
las que puedo leer en voz alta y personas con las que no; ella, es evidente, es
una de las que sí. Eso la hace imprescindible. Esta mañana, mi vida (vida es
algo demasiado general, más bien sería organismo, más bien estructura, más bien
plancton) actual se ha visto asombrosamente definida por tres fragmentos de
tres libros acariciados así, de golpe, desde el desconocimiento. Lectura adivina
solo unas pocas líneas al azar premonición de tinta negra, radiografía o
espejismo. Los tres libros que estos días viven en su cocina, los que en su casa se
leen: Un hombre: Klaus Klump, de Gonçalo
M. Tavares, Un viaje a la India, del
mismo autor, y Seguro que esta historia
te suena, de Karmelo C. Iribarren. Los párrafos o los versos no los repito
por demasiado reveladores. Y luego su Huidobro, y mi antiguo Umbral, y el
recuerdo lejano de tener diecisiete años debajo de cada línea subrayada. Se nos
ha hecho tarde, me he despedido, el bolso cargado de lecturas nuevas; en el
metro, Pablo Neruda en Ceylán, Confieso
que he vivido. Es, amiga mía, inhabitual
por completo tanta luz en un solo pedacito de mañana. En el fondo, los libros,
como tantas otras veces el tequila, son lo de menos.
lunes, 23 de junio de 2014
lunes, 31 de marzo de 2014
Normalidad de lunes
normalidad de lunes
a pesar de todo hay un punzón aquí arriba cráneo
la aguja tira del hilo costilla carne
quién sabe si ha atravesado el corazón
normalidad de lunes
aparente máquina funcionando
mira la ciudad cómo aguanta cómo se salva siempre cómo sucia amanece en las mañanas
mira a los tristes a los desamparados
normalidad de lunes
quién quiere un dolor cuando está perdiendo la memoria
quién quiere un temblor
si pones en duda tu salud
ella pondrá en duda tu fortaleza
normalidad de lunes
árboles, raíces, gusanos de la tierra
o el frío del cristal de la ventana
de ese piso catorce hierro altísimo cemento de dioses
abajo la avenida
el frío del cristal en tu mejilla en tu frente
la saliva
si te empujan más fuerte más fuerte será el placer
si te aprietan
la caída
nada está perdido normalidad de lunes
nada está perdido todavía
a pesar de todo hay un punzón aquí arriba cráneo
la aguja tira del hilo costilla carne
normalidad de lunes
aparente máquina funcionando
mira la ciudad cómo aguanta cómo se salva siempre cómo sucia amanece en las mañanas
mira a los tristes a los desamparados
normalidad de lunes
quién quiere un dolor cuando está perdiendo la memoria
quién quiere un temblor
si pones en duda tu salud
ella pondrá en duda tu fortaleza
normalidad de lunes
árboles, raíces, gusanos de la tierra
o el frío del cristal de la ventana
de ese piso catorce hierro altísimo cemento de dioses
abajo la avenida
el frío del cristal en tu mejilla en tu frente
la saliva
si te empujan más fuerte más fuerte será el placer
si te aprietan
la caída
nada está perdido normalidad de lunes
nada está perdido todavía
viernes, 7 de marzo de 2014
Vida de musgo, 2
Para
ser un musgo hay demasiado ajetreo en este espacio vital. Claro que no soy un
musgo. Soy como un musgo. Algo verde
casi fluorescente que rebrota en los zócalos, en las tejas, con suerte en
alguna piedra o algún tronco de árbol. No un musgo tal cual, sino la idea de un
musgo.
Si no me esfuerzo por
ser sincera esto puede resultar muy aburrido. Así que un dos tres, desafío de
honestidad. Se supone que soy escritora. Ya se sabe, esa gente que escribe.
Técnicamente, esa gente que piensa cosas y luego las escribe. Incluso que
siente cosas y luego las escribe. Lo mejor: que imagina, y luego escribe. ¿Qué
escribo yo últimamente? Tic, tac, tic, tac, nada.
Me asomo escéptica y
ansiosa a las redes sociales y veo cómo mis contemporáneos me llevan una
ventaja abisal sobre estos asuntos. Dejemos el proceso creativo a un lado, por
ahora. Centrémonos en las filas del pensamiento. No sé quién y no sé cuántos y
también aquel de más allá publican constantemente sus relucientes artículos
sobre esos hirvientes temas comprometidos que a todos nos competen. Es decir,
es gente que de entre toda su cotidianeidad saca tiempo para informarse de lo
que ocurre y para pensar sobre ello y con el corazón en la mano escribe
reportajes, ensayos, críticas y crónicas sobre esto y lo otro y así ayuda al
resto a entender el mundo. No soy capaz de hacer algo así. ¿Acaso no me
interesa, por poner un ejemplo, un tema tan bestial como la reforma del aborto,
que me afecta como afectan los puñales clavados entre los omoplatos? Vamos,
claro que sí. Siento ganas de vomitar. Pero no soy capaz de escribir sobre
ello. En otro orden de cosas: acabo de regresar de un viaje total. Ese tipo de
viaje que incumbe a la mente, al currículum y al corazón. Estoy recién llegada
de Cartagena de Indias, Colombia, adonde he ido a participar en el Hay
Festival. Ha sido mi primera vez en Colombia y vengo herida de Caribe y de
encuentro cultural. Sería más que una crónica lo que podría sacar de ahí; sería
quizá un evangelio de acontecimientos. Y sin embargo no lo hago. No sé por qué.
Por último, en mi escritorio (esto es una desviación, porque yo en estos
momentos no tengo un escritorio propio) esperan varios libros sobre los que
quiero hablar: Tiempo de encierro, de
Doménico Chiappe, Los drusos de Belgrado,
de Rabee Jaber, Democracia, de Pablo
Gutiérrez. Pasan los días como semanas enteras y las semanas como ondas expansivas
y así los meses pasan y serán años.
¿Es una cuestión de
principios o de falta de tiempo? Es una cuestión integral de asuntos vitales,
de posicionamiento ante las responsabilidades, de malabarismos de
procrastinación. Quizá es una cuestión de pura incapacidad. En realidad, en el
fondo de mi musgo corazón, yo no quiero escribir nada de esto. Es decir, sé que
estaría muy bien hacerlo, que debería hacerlo, que quizá incluso habría alguien
a quien le interesara mucho, alguien que lo disfrutara. Sé que si cogiera las
riendas de mi oficio todo esto me posicionaría derechita como un clavo en la
arena, tiesa como un clavo oxidándose en la orilla, hasta la siguiente marea
lamedora. Pero no lo hago. Porque incluso escribir esta columna me hace de
algún modo sufrir.
Yo últimamente no
escribo. Y eso es un agujero en el alma. Una carcoma. Una llaga fresca y
caliente.
Necesito recuperar mi
pantano creativo. Esa historia que a nadie le interesa y yo quiero contar. Esos
personajes contra los que combatir. Ese páramo por el que avanzar a ciegas a
niebla a radiante lluvia a noche a veces la luz al fondo, lejana pero no lo
suficientemente inaccesible. Avanzar. Quiero poseer un escritorio de nuevo. Una
condena. Encerrarme en el mundo paralelo de la ficción, de la gestión de la
memoria, de la metamorfosis del sentimiento. Escribir.
Mientras eso no
ocurra, todo lo demás será un bloqueo. Un esfuerzo templado de obligación. Una
ironía.
No he sido fiel a la
verdad: últimamente, a veces escribo. A veces me dejo llevar por la fiebre. En
esos momentos laxos de lo cotidiano, cuando como un animal encerrado uno da
vueltas por su propia casa por su propia vida por su propia jaula, en esos
momentos de perplejidad, agarro un cuaderno de tapas forradas de tela, amarillo
viento, y con una letra cada vez más violenta e ilegible, letra de dedos
smartphone, escribo frases en segunda persona del singular, dulces y dolorosas
frases para ella, escribo sobre la cómoda o sobre la encimera o sobre mis
rodillas en el autobús, siempre con el tiempo justo, poemas de amor para mi
pequeña hija, los poemas de amor más sinceros y más tristes que nunca imaginé
que escribiría.
Texto publicado en la revista Quimera, febrero 2014.
Foto de Miguel Marqués.
viernes, 14 de febrero de 2014
Teoría cotidiana del miedo
Texto publicado en la revista Quimera, diciembre de 2013
Nunca me despierto
cuando el despertador me llama. Siempre un poco más tarde. El acto reflejo de
posponer la alarma del móvil una, dos, hasta tres veces, lo hago en sueños, lo
hace esa mujer oculta que vive en mí, esa mujer determinante y en paz que duerme
sin que nada la moleste, en ocasiones, ni siquiera el desgarrador grito de su
hija, la pequeña niña de dos años que se despierta en medio de la noche una,
dos, hasta tres veces. Cuando me he levantado hoy ya no había nadie en casa. En
las habitaciones, el resto de la mañana cotidiana: los pijamas por el suelo, la
cuna deshecha, el biberón con restos de leche encima de la cómoda. El café, ya
frío, lo caliento en el microondas, aunque esto suponga un acto previsible de
futura muerte: ¿no hay algo maligno dentro de ese barato electrodoméstico, algo
que nos llevará a la tumba? Cada pequeño acontecimiento alimenticio, cada
movimiento a través de las radiaciones, es una confirmación del terror. No
respiramos aire, respiramos ondas electromagnéticas.
Vivo en una ciudad sin
tiempo. Arrastrando los pies con destreza atravieso la casa, organizo ropas,
vacío y lleno el lavavajillas, estiro edredones, abro el frigorífico: un montón
de verduras se agolpa en los cajones. Son verduras ecológicas, supuestamente no
transgénicas, que nos traen cada semana desde un huerto a las afueras, porque
pertenecemos a un grupo de consumo. A lo mejor esto es un poco de oxígeno, un
poco de autosuficiencia, una ilusa manera de escapar. Seguramente no nos
librará de nada. Pero están mucho más buenas que las otras; son más feas, más
sucias, más reales. Las cebollas y las zanahorias llegan llenas de tierra,
tanto que hay que frotarlas con el estropajo antes de guardarlas. Entre las
cabezas florales de los brócolis duermen gordos gusanos verdes fluorescentes, y
escondidas en los pliegues de las gigantes hojas de acelgas, se arrebujan
arañas de imprudente tamaño. Bajo el grifo todo queda limpio. Mi esperanza se
cuece dentro de la olla: garbanzos, acelgas, ajo, pimiento, patatas y
alcachofas.
Vigilo la olla en el
fuego con el corazón en un puño, que en realidad es el estado habitual de mi
corazón. Ya con los zapatos puestos, apuro la distancia entre las habitaciones
observando los asuntos pendientes. Los asuntos pendientes son una catástrofe
ambiental en mi vida, algo que crece sin remedio, desorbitadamente, algo que
adquiere la contundencia de una plaga bíblica sobre Egipto. Los hay de muchos
tipos, están los calumniosos, los que pertenecen a la región del pánico:
apuntarme a yoga, o a pilates, o a natación, salir a correr, montar en bici, en
fin, la lucha contra la decadencia; quitarme una muela del juicio, ir al
neurólogo, al ginecólogo, al dermatólogo, pedir por favor que alguien me haga
una endoscopia o cualquier otra constatación infame de que puedo seguir
viviendo en relativa calma. Pero también están esos otros asuntos apetecibles,
por ejemplo: acariciar la edición de Nórdica del poema a tres voces de Sylvia
Plath, Tres mujeres, traducido por
María Ramos e ilustrado por Anuska Allepuz, poema que hiere acerca de tres
tratamientos diferentes sobre la maternidad y su metamorfosis, abro con
nerviosismo una página y leo: «Estoy en casa a la luz de la lámpara. Los
atardeceres se prolongan. / Remiendo una falda de seda: mi marido lee. / Con
qué belleza la luz abarca todo esto», y aunque agarrada a esos versos está la
sórdida ironía de Plath, la venganza tibia a la sociedad, a la amargura, yo
siento una envidia descorazonadora de esa imagen. Una envidia incoherente. La
misma que me da el cuadernillo Teherán,
de Bárbara Zagora Cumpián, que su padre ha editado en los «Cuadernos del
Agravio» del Árbol de Poe, en esa imprenta artesanal, la tinta fijando en el
papel de la China cada tipo: «Hermanas prisioneras / concededme la serenidad».
Vivo en una ciudad sin
tiempo, pero no vivo en Damasco, no vivo en el desierto de Níger, no vivo en
Túnez, no vivo en Pekín, cerca de la plaza de Tiananmen, vivo en esta ciudad
sin tiempo donde hoy luce el primer sol helado del otoño y en las amplias
calles de mi barrio vuelan las hojas amarillas y huele a monóxido de carbono,
hidrocarburo y óxido de nitrógeno, pero la ciudad sube hermosa por las avenidas
y todo parece que funciona y todo parece que es posible y al otro lado del
semáforo en rojo ya diviso la escuela infantil donde está mi hija, pinturas en
los pasillos y alboroto, y ella saldrá corriendo al verme y me abrazará las
rodillas y la cogeré en brazos y buscaremos un lugar paraíso donde pasar la
tarde, al explosivo ritmo de los que aún no tienen miedo.
lunes, 21 de octubre de 2013
Posibilidad de futuro
Vigilo la noche como si la noche tuviera algo que decirme. Y nada. Solamente llora a veces la noche, con raja de pesadilla y grito. Yo estoy de pie y le hago una caricia. Contractura. Miro estas flores que acabo de encontrar, son un recuerdo. El tedio del cansancio físico se convierte en violencia. Quiero hacer un hueco en la tierra con las manos, arañar o cavar, concentrarme. El aire poco a poco es cada vez más frío, se hace tarde. Si el año que viene hay verano, no dejaré que nadie me vea las piernas. Tras una roca húmeda nos vamos a esconder. Tras una roca húmeda, palabrita de liquen y de vertedero.
lunes, 7 de octubre de 2013
miércoles, 15 de mayo de 2013
Al final del último día
En mí quedará
como la luz
como la vida
cuando nos fue devuelta.
(A ser posible mirar escuchando ESTE TEMA.)
martes, 7 de mayo de 2013
Kilena of Corsica
Suena Dire Straits
suena el rumor del motor de un barco de vela
bajo mis pies bajo la madera limpia suave
porque no hay viento
sin embargo el viento ayer
el pelo la piel ojalá
el mar está a punto de ponerse mercurio
en la punta de Formentor se condensa una nube
quizá aún icemos velas
suena Dire Straits
al sol le queda un palmo
para meterse en el agua
yo tengo una familia
un hombre al que quiero una niña que está aprendiendo a
hablar sin mí
sin mí aquí
bordeando una isla del Mediterráneo
lejos de todo
lejos de mí misma
de lo que he sido yo en los últimos años
ese poco de sufrimiento
estruendo en medio del estrés
ese agotamiento desde el que se intenta escribir besar
percibir vivir
(y no se consigue)
a veces la vida es simplemente esto de ahora
yo soy esto de ahora
ahora soy esto
moviendo las coordenadas dentro de mi cuerpo
cambiando de sitio el eje
en el fondo
simplemente
regresando.
lunes, 29 de abril de 2013
La isla la niebla
La isla entre la niebla lluvia piedra isla niebla los acantilados de la nada a través de la nada el mar como avisando del rugir avisando de la roca del rugir del precipicio del rugir la niebla no se toca pero es blanca igual que una sábana mil veces lavada tendida al fondo de un jardín blanca casi transparente como una sábana sobre un cuerpo transparente como la tela fina intocable de los camisones de las viejas damas tantas veces lavados frotados en la pila al fondo del bosque allí un cordel entre dos ramas fuertes como las manos fuertes y ancianas el hueso en realidad tan frágil bajo la piel las manos que plancharán mil veces más cien mil veces más esos camisones que ya perdieron las flores ya el estampado se diluyó entre los hilos el algodón eterno de los bosques en la arruga del costado la frescura del blanco sobre el blanco la niebla ida fugada ya no más niebla ahora que cae el agua del cielo sobre la isla sobre el campanario sobre las lilas sobre los árboles sobre la silla oxidada el cenicero olvidado las colillas mojadas la copa de vino el domingo para siempre la lluvia la ginebra la risa
miércoles, 17 de abril de 2013
Rescato un texto antiguo de vigencia emocional
Anoche, por fin la segunda mitad de El árbol de la vida, Malick exacerbado en sus filias y sus fobias.
Se creó un silencio.
La brutalidad del padre, los misterios de la
casa y de la luz, la culpa de la infancia.
El peso fuerte de una nostalgia o el abrevadero.
Angustia de la noche y de la belleza.
Interrumpimos la película para salir a fumar,
como en los bares, y establecimos un diálogo, una fuga.
No podemos convertir nuestra vida en una
continuidad opresiva.
Estamos obligados a impedir que eso ocurra.
No es tarde para ello.
No somos tan viejos a pesar de.
Aunque el manto superficial (el que brilla pero
te oculta del mundo) caiga sobre nuestros hombros cada vez con más decisión,
seguimos sin querer que nuestra vida se parezca a la de nuestros padres.
Utilizo un plural mayestático para crear ambiente.
No, no quiero renunciar, no quiero esa pose de
rechazo e intolerancia, esa ausencia de lo inocente, ese vacío repetitivo. Esa
fatalidad.
Aunque sé que todo se resume a eso al final.
A la tristeza y al enfado.
Aunque sé que soy cobarde.
Aunque tenemos la mayor responsabilidad del
mundo.
Si mi rostro es una continuidad opresiva hay que
salir huyendo (corre, no tengas miedo).
Aunque la cotidianeidad venga a contradecirme,
no quiero a nadie muerto a mi lado.
Empezando por mí.
Déjame (utilizo la segunda persona para crear
intriga) que te diga lo que no tienes que hacer. Organizar las vacaciones con
la familia. Ir siempre al mismo lugar (donde una vez te divertiste). Ahorrar
dinero para cuando se acabe el mundo. Convertir tus frustraciones en una
obligación. Decir «esto es la vida».
miércoles, 6 de marzo de 2013
Casa tomada o el trastorno de estar vivo
Volver a algunos lugares de la era prehistórica, por ejemplo aquella fortaleza casi de cartón de diecisiete metros cuadrados donde viví durante el primer año de carrera, aquella fortaleza donde todo absolutamente todo era novedad empezando por mí misma, y donde leí "Casa tomada" por primera vez con el sentimiento consternado de que la emoción era algo supeditado al misterio y a la maravilla. La cama estrecha, en algún momento compartida, el pequeño frigorífico de hotel y la mesa bajo la ventana: el reino de la inexperiencia, ese valor inaudito, esa congruencia de vivir. "Casa tomada" y tantas otras letras que inauguraron un espacio ancho y oscuro por el que aún transito. Volver a ver aquellas páginas apretadas, el libro viejo regalado por alguien mayor que yo que dormía en un colchón en el suelo de una habitación en la calle Feria, alguna vez compartido. Pero sobre todo la novedad (yo misma novedad) de la soledad y la sorpresa. Ayer noche releímos "Casa tomada" en Torrecilla. En voz alta, cada uno una página del cuento fotocopiado. Durante la lectura, viaje a través del tiempo, en contra del viento, por la negritud y lo perfecto. Ya digo: aquella fortaleza casi de cartón de diecisiete metros cuadrados... Ante mis ojos la persona que en mí vivía con unos temibles dieciocho años. Tras la lectura un silencio, bien llamado conmoción. A la salida el frío, Madrid, los compañeros, la guinda de un pianista italiano tocando para nosotros el espectro de un París inhabitado. La cerveza rápida y nerviosa. La cosa que tiembla entre las manos del que todavía ama. Lo incongruente de vivir sabiéndonos expulsados de nuestra propia vida.
lunes, 25 de febrero de 2013
Ni una sola sombra, ni un solo rasguño
Durante un rato la vida debería ser así. Un dormir con la mano abierta, sin apretar los dientes (al diablo con las férulas de descarga). Un dormir con tu mano abierta. Con tus dientes nuevos y afilados descansando. Más afilados tus dientes que la vida. Pero es imposible, imposible, imposible. A punto de perder la consciencia me pregunto: ¿dónde aprendimos a sustituir respiración por supervivencia? Intentaré cerrar los ojos, sumirme en tu ininteligible parloteo. Nada más me importa (reconciliación con la mentira). Que alguien me avise cuando acabe el simulacro.
lunes, 14 de enero de 2013
Un relato inédito, por ejemplo
Tantas cosas pendientes de contar que es aburrido sacar un rato y abrir la baraja. Yo pienso mucho en este blog. A lo largo de los días escribo entradas imaginarias. Pienso mucho también en mi cuaderno. A lo largo de los días apunto señales imaginarias. A veces suena el trombón: me siento, agarro el lápiz, escribo algo parecido a un poema. Trago todo el vino y me siento satisfecha. Juro que lo haré más a menudo, como antes. Pero hay tantas cosas ahora que antes no hacía, que siempre estoy en falta. No importa todo esto. Quizá es suficiente con hablarle a los amigos, a los que puedo tocar, a los que también agarro, con los que trago todo el vino. Por supuesto escribo cartas, siempre escribo cartas (la gente que está lejos no lo está así). Por supuesto, espero cartas. Algunas no llegan.
De verdad tengo muchas cosas que contar, más o menos importantes, incluso decisivas e intolerables o magníficas. Y un montón de tonterías del día a día.
Una de ellas es que hay un relato inédito aquí. Lo escribí para una cueva (ya saben, las cuevas). Le cambié el título, le puse "Se parecía a Drew Barrimore", que creo que es un título tan malo como el que tiene ahora. El título es malo, el relato ya me diréis vosotros, pero la revista donde se ha publicado es buenísima. Gracias, Gui.
sábado, 24 de noviembre de 2012
Después de la apnea
Yo no sé si soy la hiena o el antílope destripado
pero algo suave y muy mojado ha venido a decirme que hay esperanza para ambos.
jueves, 15 de noviembre de 2012
El plato que antes nos comíamos caliente ahora nos lo sirven frío
Para Nano: en celebración de su nostalgia de Aullido,
en celebración de nuestras lecturas en cuevas.
No hemos cambiado tanto y sin embargo somos enteramente otras personas
bajo las marcas de la cara bajo la delgadez bajo el mentón envejecido
ahí estamos, robustos, recios y diamantes
el puño de ilusión que nos abrasó el estómago esa vida cuando recién empezaba
la gloria de sufrir a los veinte años
la mala memoria de sentir.
No hemos cambiado tanto y sin embargo el cerco se hace estrecho hasta la asfixia
y aquello que pensábamos vivir
aquello que no existe
nos roza como el frío
la desazón de una noche sin nada entre las manos.
No hemos cambiado tanto y sin embargo el cine de los noventa
los pantalones vaqueros sin bolsillos las broncas con tu padre
o los veranos eternos redentores del hastío.
Algunas cosas quedan
seguimos siendo jóvenes para según qué nostalgias
seguimos siendo finos devoradores de tácticas amargas
y todos los amigos que nos aman siguen dando sentido y estocada.
No hemos cambiado tanto pero, mira, yo no me reconozco en el recuerdo.
Y cuando a veces lloro en el sofá un viernes por la noche
nunca es por otro cuerpo u otra lucha
cama destino fiebre y desvarío
lloro solo por mí
porque hemos cambiado tanto y sin embargo
sigo siendo la misma.
miércoles, 24 de octubre de 2012
Recuento de pequeñas felicidades un día después de cerrar por completo La Cosa Pantanosa
Debería haber ido contando estas cosas a su debido tiempo. De algunas ya han pasado un par de años pero quiero nombrarlas ahora otra vez. Otras son tan recientes que aún no me dio tiempo a disfrutarlas del todo. No voy a extenderme. En estos lugares que aquí muestro he tenido el lujo de habitar.
Muchísimas gracias, a quien corresponda.
(Por orden de aparición.)
Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual. Edición de Gemma Pellicer y Fernando Valls. Menoscuarto, 2010. Mi relato: "Recuerdos para Olga".
El libro del voyeur. Pablo Gallo (ilustraciones, edición). Ediciones del Viento, 2010. Mi relato: un micro erótico escrito expresamente para la ocasión.
La banda de los corazones sucios. Antología del cuento villano. Edición de Salvador Luis. Ediciones Baladí, 2010. Mi relato: "Pipa de melón", un homenaje a Ed Gein (más conocido por Norman Bates).
Antología del microrrelato español (1906-2011). El cuarto género. Edición de Irene Andres-Suárez. Cátedra, 2012. Mis relatos: "Futuro imperfecto" y "Primer día".
Mar de pirañas. Los nuevos nombres del microrrelato español. Edición de Fernando Valls. Menoscuarto, 2012. Mis relatos: "Futuro imperfecto", "Residencia en la tierra", "Apoyado en un Mustang del 66" y "La indulgencia".
Por último, mostrar este valioso hallazgo semi-gestado en el Cabo de Gata. Raquel Rodríguez, valiente escritora y editora, saca de tanto en tanto esta revista (ahora a punto de salir la del 2012), donde tuve el gusto de colaborar con algunos poemas inéditos (y compartir espacio con Miguel Ángel Maya, por cierto). Aquí podéis leerla entera.
jueves, 13 de septiembre de 2012
Extraña forma de promocionar dos talleres de escritura
Tenía muchísimas cosas que contar. Ese tipo de cosas de cuando aparentemente no hay actividad pero en realidad todo cae frente a tus ojos a velocidad de rally o de competición de moto acuática pero una vez más El Tiempo
bueno ya sabéis de lo que hablo
(de lo que siempre hablo)
(esa frase adoptada de tu madre: me acabo de sentar, no he parado en todo el día, ah, ¿ya pasó otra semana?)
pues eso
El Tiempo
Ese Gusano Escurridizo
(y demás).
Por ejemplo quería contar que efectivamente el verano fue como esperaba.
También que he tenido el placer de participar en nuevos libros: libros que se merecen una entrada aparte.
Que el regreso a Madrid tiene la contradicción del aire calcinado frente a la liberación de su pluriempleo emocional, su adolescencia incansable.
Que leer poemas de Cortázar (esos poemas que tanta gente tacha de malos pero que no dejan de ser Cortázar y punto) junto a varios amigos y una botella de mezcal traída de México es la mejor bienvenida a los fantasmas.
Que en la plaza Antón Martín han sustituido un Burger King que hacía esquina por otro comercio más de ropa china quizá para mayoristas y también para minoristas y ese es un buen resumen de nuestra macabra economía (ah, no crean que Burger King ha sido derrotado, solo se ha mudado unos metros en calle Atocha, quizá ocupa ahora un antiguo comercio de ropa china).
Bueno, vale, en Callao han abierto una estupenda librería de ciudad-con-glamour. Es inevitable que se te caiga la baba al entrar.
Como veis, tenía muchas cosas que contar. Incluso alguna interesante.
Pero de verdad que voy corriendo detrás de mí misma y que avanzo a través de los días y ya estamos en septiembre y quiero hablar de algo importante porque este año vuelvo a abrir la convocatoria para el taller online y abro una nueva convocatoria para un taller presencial en un lugar precioso de Madrid (pequeño, blanco y precioso).
Si pincháis en las fotos podéis ver la información del programa, el precio, la duración, el lugar del presencial, la metodología del online. Sí, los carteles son casi iguales. Pero no iguales del todo.
Ojalá tuvierais tiempo y ganas para subiros conmigo a este barco.
Prometo que.
Gracias.
viernes, 20 de julio de 2012
Menos mal que por fin tengo una bici de paseo
Había una vez cuando era verano de verdad cuando el verano
de verdad era esa región laxa y atrevida donde el mundo cabe esa cápsula de
alto riesgo de felicidad no hace tanto no creas que me refiero al verano de la
infancia el verano de la infancia era sencillamente largo y salado y piedras
bajo las sandalias y la piel blanca y fresca de mi abuela cuando dormíamos
juntas y las pieles morenas y brillantes y curtidas de mis otros abuelos al sol
a las sardinas al vino chorreante y con casera sí suena bien porque los veranos
de la infancia suenan bien pero en los veranos de la infancia también suceden
cosas horribles que no voy a contar ahora yo me refería a muchos otros veranos
aquellos de bar y calle aquellos de las pipas al atardecer de la playa aquellos
de la amistad y la seducción y la carretera sí a esos pero no solo a esos no
hace tanto que mis veranos eran otra cosa que esto de hoy precisamente en el
año 2009 viví a la orilla del Mediterráneo durante más de doce semanas y eso
son muchas semanas créeme y me dio tiempo a recordar que mi vida bajo el sol
mientras evite pensar en el cáncer de piel y etc que mi vida bajo el sol y
leyendo y tumbada junto a una orilla y alguna noche calurosa bailar y leyendo y
llenar de arena el maletero del coche y el asiento de atrás y sencillamente
beber algo muy fresco y a la vez muy fuerte cuando ya es de noche y
sencillamente no importa qué hora sea y sencillamente los dientes relucen en la
oscuridad a través de las sonrisas y esa otra lentitud de la vida adulta esa
que endurece los músculos y permite el placer y sencillamente ese verano me di
cuenta de que vivir así es maravilloso y pensé tan ilusa que eso haría cada
verano porque sí porque soy dueña de mi vida somos dueños de nuestra vida y
entonces el verano que viene haré lo mismo y me exiliaré en un sitio donde
pueda andar descalza y leer varios libros por semana y beber desde temprano y además
de todo me sienta guapa en fin ya sabemos que en realidad ni somos dueños de
nuestra vida ni nada por el estilo o bueno sí lo somos pero independientemente
de la prima de riesgo no somos tan valientes como para hacer uso de ella así
que ahora también es verano por fin lo es y Madrid quema y está polvorienta
pero hermosa y parece que todo es lo contrario de aquello porque una coz me
hace daño en el pecho y por las noches dejo que los mosquitos nos piquen y a
ella le hacen unas ronchas demasiado grandes para su cuerpecito y todo es tan
cansado incluso cuando en medio de una manifestación multitudinaria te
encuentras con tus amigos y la plaza de Neptuno está llena de nihilistas y
decidimos irnos a tomar una cerveza pero hay algo raro en el ambiente y a mis
amigos los quiero tanto y me da tanta alegría verlos pero hay algo raro en el
ambiente quiero decir en mi ambiente dentro de mí creo que tengo miedo creo que estoy
demasiado agotada creo que el futuro me asusta a pesar de los bellos planes de
futuro creo que necesito pararlo todo y observar tus ojos grandes ah sí te
estoy hablando a ti qué creías creo que necesito de una vez alojarme en un
pequeño hotel de una sola estrella un sitio delicado e inigualable y que nos
duchemos juntos si hace falta los tres y salgamos con el pelo mojado y los
dedos de los pies al aire y nos perdamos por las enrevesadas calles que hay
junto al puerto y nos sentemos donde huela bien y bebamos mucho vino como
aquella vez que era todo justo así pero ella no estaba y bebimos mucho vino del País Vasco y yo te
dije algo que cambió para siempre nuestra vida pues igual creo que debemos
hacer eso lo necesito escapar huir olvidarnos de nuestra familia y su dolor de nuestro
trabajo de nuestros fantásticos amigos de nuestra casa que se ensucia y se
desordena cada día adiós Madrid adiós angustia política recortes etc el terror
y todo eso de no llegar a fin de mes porque si durante el tiempo suficiente
miro tus ojos tan enormes tus ojos que no son cuadrados no son redondos no son
triangulares tus ojos que tienen esa forma gigantesca de ser ojos y si durante
¿te imaginas? el tiempo suficiente puedo mirarla a ella a nuestro lado sin hacer nada más a ella
que tiene precisamente tus ojos quizá el verano parezca un verano otra vez
incluso parezca que somos dueños de nuestra vida los tres nuestra vida verano
nada más laxitud urgencia felicidad eso no pasará todavía no este verano este
verano hay que trabajar hay que seguir preocupados hay que sufrir un poco a
veces por las cosas horribles que la vida tiene y bueno supongo que
sobreviviremos a esta época a esto polvoriento pero hermoso tú siempre dices
que no pasa nada porque estamos juntos y en realidad tienes razón pero tengo
que mirarte bien dentro de los ojos para creérmelo de verdad porque todo se
agolpa los acontecimientos cotidianos no nos dejan respirar aún no he cerrado
mis cuentas de Bankia aún no llené de fotos las paredes aún no leí Hay
alternativas todavía me espera ese largo libro de Tsvetáieva por ejemplo y seguimos
en lista de espera en el grupo de consumo y otras cosas más necesarias ya lo
sabes que todo se amontona menos mal que a veces por las tardes tú y yo a veces
cuando nos encontramos y es justo el momento menos mal que cuando ella sonríe o
mucho mejor cuando se ríe a carcajadas menos mal que entonces todo tiene
sentido y sí estoy segura tengo que ser optimista estoy segura de que pronto
nos alojaremos en un hotel donde nadie nos conozca y nos ducharemos si hace
falta los tres juntos y quizá ya haga frío pero nos secaremos el pelo e
igualmente con calcetines y botas saldremos a la noche a husmear por las calles
enrevesadas alrededor del castillo hasta que encontremos un lugar donde huela
bien y nos sentaremos y nos miraremos a los ojos vosotros dos con vuestros ojos
gigantescos y los míos no tanto yo querré vino blanco lo sé
mucho vino blanco y mucha lentitud y para ella pediremos un vaso de agua del
tiempo mientras nos lo traigan además de mirarnos a los ojos podemos sonreír
dime si te parece un buen plan
Fotografía de Martin
Munkacsi
miércoles, 27 de junio de 2012
viernes, 25 de mayo de 2012
Como todo es una absoluta mierda, zambullida en mis filias: tengamos los ojos limpios para leer
Querido y viejo amigo:
De todo lo que me dices
en tu postal, con la letra tan pequeña, solo me da miedo una cosa. Dices que tu
voluntad para leer es destructiva, que nada te consuela, que no eres capaz de
terminar un libro. Los años, las pestañas quemadas, las excentricidades propias
y el desasosiego de la vida; supongo que no es para menos. Supongo que debería
pasarnos a todos, y sin embargo me rebelo ante esa condición desengañada e insatisfecha.
¿Qué ocurre, por qué desapareció la blanda capacidad para el disfrute? Blanda
es una palabra con tantas connotaciones peyorativas que uno la desecha rápido
como mosquito en nariz, como bicho desconocido cosquilla en hombro. Pero la
blandura (que no la debilidad, la futilidad) es lo esponjoso, es la capacidad
para absorber, que ojalá fuera infinita en algunos mecanismos de nuestro
interior. Me pregunto, me indigno. ¿De verdad no hay nada que te haga sonreír,
llorar, abrir los ojos? ¿Entre todo lo que hay, lo que hubo? ¿Nada te revienta?
No puede ser, no me lo creo: ¿qué buscas ahí, entre las páginas, con qué
demonios te esperas encontrar, qué necesitas, para que nada te golpee?
Yo, quizá por la falta
de tiempo, me dejo embelesar, y que el mundo me conserve la ingenuidad lectora
(quiero decir la que me queda). Me adentro en la novela decimonónica como en un
palacio, y si me pierdo, y si me aburro en los pasillos (tan largos a veces,
fríos), cierro el libro y duermo porque mañana será otro día. Cuando ya no
puedo más, me perdono las páginas que me queden: si estuviese en la cárcel o de
nuevo tuviese dieciséis años, los libros de mil páginas serían pan comido, pero
por desgracia como de otro pan histérico. Cada párrafo brillante ha brillado en
mis ojos, cada personaje imperfecto y simple, inolvidable. Luego salto a otra
cosa: últimamente los norteamericanos me satisfacen, llegué tarde a sus
orillas. Algunos norteamericanos relatistas (ayer terminé La última noche, de James Salter) son los maestros de la foto,
nadie como ellos, en verdad, describe tan hirientemente a una sociedad a una
familia a un personaje con un par de diálogos parcos, que pueden parecer
irónicos o idiotas, que te hacen sentir hastiado o idiota, nadie como ellos en
tan poco espacio (ese párrafo inicial, que parece inocente, un poco desmañado,
como de cartón piedra; esa acotación al diálogo como espina de pescado)
radiografía tanto. Luminosamente fotografían lo deprimente que es la vida y al
final te duele en los ojos igual que un flash. Ya alguna vez te dije: Alice
Munro, oh dios. Lorrie Moore, sagaz. Ethan Canin, disimulado torturador. Pero
hay tanto más, y tanto más que desconozco, y eso es lo mejor y lo desquiciante.
Mi sufrimiento es otro: anoche mismo me latía el corazón como enfermizo
revisando de lejos las estanterías de mi salón; muevo los dedos como una
pianista agotada y sueño con el imposible de un destierro, de un paréntesis
largo, sol y una montaña de libros y moscardones lentos alrededor, de los que
uno no tiene que espantar. Tengo tanto por hacer, tanto que no conozco. Solo
con los muertos no tendría tiempo de acabar. (Precisamente con ellos, ahí está
el futuro, en los muertos.) Pero aún hay algunos viejos vivos que hicieron un enorme
trabajo. No espero la redención, no espero devorar: simplemente leer. Subrayar un
párrafo, admirar una técnica, temer por el destino de un personaje como temo
por el mío, cerrar un libro horrorizada por el miedo o la obscenidad. Ampliar
mi campo de batalla. Lo moderno es otra cosa: ya por mi trabajo leo mucho de
eso y entonces. Lo moderno está ahí y en ocasiones es conflictivo para mí y a
la vez menos mal que está ahí como estamos nosotros y como vendrán otros, pero
como no hay tiempo para nada no hay que lamentarse por la falta de comunión. En
lo contemporáneo, claro, también está el futuro, aunque desconocido (Los ingrávidos, el ejemplo de una
sorpresa última).
Hay que leer como si nadie
existiera. Hay que despreocuparse de la soberbia. Hay que temer y confiar. ¿Es
que alguno de nosotros esperaba que Claus y Lucas arañaran nuestras ventanas
con sus uñitas, cerradas a cal y canto por la ignorancia? Y Claus y Lucas,
recuerdas, llegaron como un regalo hiriente. Y así, poco a poco, va llegando la
vida a nuestros pies: barro muchas veces, a veces fina arena salada. Como vinieron
Mark Strand o Cummings (la lucidez de los hombres), como las citas de Anaïs Nin
o de Beauvoir, sus frases desgarradas y obsesivas. Pasan cosas: un día llegó
ese pasaje de La ciudad feliz y
convirtió a la odiosa Hello Kitty en un icono imborrable (soy capaz de ver a
esa niña perdida, ese bolso de plástico rosa inalcanzable). Querido y viejo
amigo: podría seguir toda la mañana rebuscando en mis recuerdos y en mis libros
pendientes, para intentar, absurdamente, insuflarte un poco de ilusión. Siempre
fui una combatiente del entusiasmo. Y no, claro que no ando todo el rato
alucinada, claro que me aburro, me pierdo, me canso, claro que siento vergüenza
ajena (y propia). Claro que ya nunca más tendré aquellos años y claro que la
existencia es agotadora y dura. Pero, ¿sabes?, esta mañana iba en el autobús,
muy temprano, y la ciudad tendía los puentes de la luz entre los individuos,
con este cielo de antes de verano, y yo me sentía bien, no como todas las
mañanas, solo como algunas, y mi cabeza estaba fresca porque me he lavado el
pelo con agua muy templada antes de salir de casa, y en mi asiento favorito del
50, junto a una mujer que leía un best-seller, he abierto un libro nuevo, aunque
no recién comprado (no caducan), he quitado la fajilla y la he escondido dentro
para que sirva más tarde de señalapáginas, he leído los créditos, he acariciado
la portadilla, el título, y he empezado a leer un cuento que se llama «Ultramort».
Querido y viejo amigo: una sonrisa se me ha colado entre los ojos, la suavidad
en los párrafos, el contenido que me espera, los versos conocidos de Jaime Gil
de Biedma, describir la playa y sentirla, la acidez de las imágenes, la
brutalidad, etcétera, etcétera. Puedo estar contenta, seguramente unos cuentos
me gustarán más que otros, quizá no encuentre lugar para terminar el libro a
tiempo, etcétera, etcétera, pero «Ultramort» está ahí como esas atalayas viejas
que todavía no hemos derribado, como ese momento del día en que todavía todo es
perfecto, como la carretera angosta y arenosa que nos llevará al infierno,
escuchando en la radio del coche esa canción que todavía, muy a nuestro pesar,
nos rompe el corazón. Querido y viejo amigo: lee como si todavía. Porque, lo
queramos o no, todavía.
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